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Entrevista a Miquel Morera, excombatiente por la República Española. "Soy republicano y moriré republicano"
Nuria Navarro - El Periódico - 19 de mayo de 2004

http://www.rebelion.org/spain/040519nn.htm


Nacido en Barcelona en 1920, tenía 16 años cuando estalló la guerra. Creció de golpe, entre las ametralladoras. Metalúrgico, está casado, es padre de una hija y abuelo

La periodista Emma Aixalà ha reunido en un libro los testimonios de 13 de los 30.000 combatientes de la quinta del biberón. Uno de aquellos niños soldado fue Miquel Morera, instalado hoy en unos 84 lúcidos años. La guerra civil y la posguerra le segaron la juventud. Y aún se siente estafado por una democracia que no ha reconocido los derechos de aquellos valientes de la República.

--Era usted un niño.
--Tenía 16 años. Iba al colegio y, a la vuelta, ayudaba a mi padre, que era un excelente metalista de Guinardó. Yo tenía que subirme a un cajón para llegar al banco y poder limar. En casa se vivía un profundo republicanismo. Aquel 19 de julio la noticia del inicio de la guerra nos cayó casi por sorpresa...

--¿No dudó al alistarse?
--No. Mi padre, que ya se había incorporado como maestro armero de la columna Macià-Companys, estaba en Alcañiz, en el frente de Teruel, me preguntó si quería alistarme. Fue como si me invitara a ir a una fiesta mayor. ¡Había que defender la República! Nadie se esperaba que aquello durase lo que duró.

--¿Ni una pizca de miedo?
--¿A los 16 años? Ahora, a los 84, huyo de los conflictos. Pero soy republicano y moriré republicano. De todo lo que pasé en la guerra, no me arrepiento de nada ni culpo a nadie. Siempre creí estar en mi lugar.

--¿Qué pasó en Teruel?
--Estuvimos un mes y medio en Alcañiz, y seguimos a Montalbán, que estaba más cerca de la línea de combate. Como la Macià-Companys estaba muy mal equipada, los armeros íbamos a las trincheras a repasar las armas. Cuando se formó el Ejército popular, se convirtió en la 30 División. Fuimos al sector de Utrillas...

--¿Usted disparó?
--Yo me limitaba a probar armas hasta que, desgraciadamente, tuve que actuar en combate. Las tropas nacionales subían en filas a nuestra posición de Miralbueno. El caporal de ametralladoras, que disparaba tanto como podía, se bloqueó. Le pegué un empujón y seguí yo. Había que evitar que se acercaran tanto como para que tiraran bombas de mano. Era o ellos o nosotros.

--Insisto. Era sólo un niño.
--En caliente, tiras a matar. Pero luego no sirves para nada. No tienes apetito, no duermes, no aguantas una broma. Entendí el bloqueo de aquel caporal de ametralladoras...

--¿Ésa fue la escena de sus posteriores pesadillas?
--Fue otra. Llegamos una tarde a Benasal, descargamos el camión en un convento y de madrugada oímos silbar bombas. Noté que una venía a por mí, me metí debajo de una cama de hierro y la o­nda expansiva tiró una pared sobre aquella cama.

--¿Quedó sepultado?
--Si no me rescatan los compañeros, habría muerto. Salí de allí y vimos a los Stuca, esos aviones rápidos que tiraban en picado. Con tres bombas destrozaron el pueblo. En un socavón había una cama con una mujer, un hombre y una niña. Sólo vivía la mujer. Había restos humanos por todas partes. No pude comer en una semana. ¡No pude!

--Tres años lejos de su madre, de su paisaje, de sus amigos...
--¡Tres años de guerra! Recibimos la orden de entregar la armería en Requena, el 29 de marzo. Caminamos hasta Chiva y pasaban camiones de falangistas --que habían permanecido escondidos como ratas-- y nos decían de todo. Si me apura, entre los nacionales y nosotros había el respeto del que se ha jugado la vida. Pero aquellos falangistas...

--Ese no fue el final de la historia, ¿verdad?
--¡Fue el principio! Tras 11 días de penurias, llegamos a casa de noche. Y no era aún de día cuando se presentaron dos de la Social. Sin explicación, se nos llevaron a mi padre y a mí. Pasamos tres días en los sótanos de la Social y nos llevaron a la Modelo, mezclados con revientapisos, asesinos y travestidos. En una celda de dos camas éramos 12. Cogí sarna, cabras, de todo. Nos desnudaban en el patio y, con una fregona, nos daban Zotal. Estuvimos ocho meses sin que nadie nos diera una explicación de por qué estábamos allí.

--Kafkiano.
--Si no llega a ser porque un capellán que conocíamos habló con un alférez, nos habríamos podrido en la cárcel. Se sobreseyó la causa, pero no nos dejaron ir. Nos llevaron primero al campo de concentración de las Escuelas Pías de Horta y luego a las Llars Mundet. Casi muero de tifus. Me salvó el Vegetalín. Mi curación fue tan fabulosa que el capellán nos enchufó como escribientes.

--Todo eso sin saber por qué.
--No. Pero nos abrieron una ficha con la "D" rojiza de "Desafecto al régimen". Pero, espere, que de allí nos mandaron al campo de concentración de Reus. Un año, nueve meses y 17 días después nos soltaron. Pero, ¡ah!, llamaron a la quinta del 41. Faltaba el servicio militar...