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23 años del 23-F. El triunfo del capitalismo en el estado español
Rebelión - Roberto Sejís Huelva - 24 de febrero del 2004

http://www.rebelion.org/spain/040224sej.htm


Este artículo parte de la hipótesis consistente en que el golpe de 1981 formaba parte de una operación política de más largo alcance de lo que sentenció la justicia y de lo que ha quedado admitido mayoritariamente, y que además, esa operación, viendo las diferencias entre el mapa político del Estado anterior y posterior al golpe, fue todo un éxito.

Estos hechos se produjeron dentro de un contexto histórico en el que el intervencionismo norteamericano, tras la derrota de Vietnam y la revolución afgana, recrudeció su actividad coincidiendo con la era Reagan, y que condujo, al finalizar la década de los 80, al triunfo norteamericano en la guerra fría, tras haber impuesto a la URSS una carrera armamentística insostenible ("Guerra de las Galaxias") y asegurado más firmemente su dominio mundial mediante la implantación de sanguinarios regímenes dictatoriales en casi todo el Tercer Mundo, especialmente en su "patio trasero" latinoamericano. También, por tanto, podemos caracterizar el 23 F como un hecho muy influenciado por los golpes militares de Chile en 1973 (Pinochet ha quedado como el modelo más repugnante de dictador sanguinario al servicio de intereses extranjeros), Argentina en 1976 y todos los demás países del Cono Sur americano.

El espectáculo ofrecido por Tejero y Milans parecía ir dirigido fundamentalmente contra el sistema democrático, al estilo del 18 de julio de 1936 (el bando de Milans recuerda aquellas declaraciones del estado de guerra que iniciaron la Guerra Civil) o del golpe de Pavía de 1873, cuya puesta en escena fue casi calcada por Tejero (como escribió Marx, "todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces (...) una vez como tragedia y otra como farsa").

Tejero y Milans dijeron actuar en nombre de una autoridad más elevada, "la autoridad militar competente" a quien dijo esperar en el Congreso el capitán Muñecas, dirigiéndose a los diputados y el gobierno secuestrados. Según el resultado del juicio, esa autoridad sería el general Alfonso Armada, el "Elefante Blanco", por lo que fue condenado a 30 años (rebajada posteriormente la pena a 26), condena cuya cuantía compartió tan sólo con Tejero y Milans.

Armada había sido preceptor del rey desde 1955, secretario de la Casa del Príncipe desde 1964 y de la Casa del Rey desde la coronación de Juan Carlos en 1975 hasta su cese en 1977. La relación entre el rey y Armada había sido muy larga e intensa, y, por eso, Milans el día del golpe informó con total convencimiento a sus oficiales de que se podría producir en Madrid un hecho "grave e incruento", del que el rey estaba al corriente y que el general Armada daría las oportunas instrucciones desde Zarzuela.

El momento político elegido tampoco deja muchas dudas al respecto de las intenciones del movimiento golpista. Suárez ya conocía, o sospechaba que él era el objetivo de algún movimiento militar (se hablaba de "ruido de sables" por aquellos días) y dimitió, sorprendiendo a todos, para evitar el golpe. Pero los planes ya estaban muy avanzados, y los objetivos eran mucho más ambiciosos que derrocar a Suárez.

Pero vayamos por partes: ¿por qué Suárez? Parece ser que Suárez, sin dejar de ser un político de la derecha, había empezado a "volar solo", como decía Torcuato Fernández Miranda. Recordemos que en la terna presentada al rey en 1976 para elegir presidente del Gobierno, este joven y ambicioso falangista, parecía ocupar un lugar de relleno frente a otros pesos pesados del Opus como López Bravo o Federico Silva Muñoz. Fernández Miranda pensaba que este desconocido sería más fácilmente manejable para su proyecto de "transición democrática", que las fuertes personalidades de Fraga o Areilza, que eran los candidatos por los que apostaban casi todos los medios políticos y periodísticos.

Al cabo de casi cinco años de gobierno y dos elecciones ganadas, Suárez - aunque en general dirigió la transición según el programa previsto- se saltó el guión en varias ocasiones: en abril de 1977 legalizó al PCE pese a las garantías que habían sido dadas no sólo a los militares o a los partidos de derecha, sino incluso al PSOE, muy interesado en no contar con competencia a su izquierda. Además, había demostrado en política exterior un gran desinterés en la incorporación de España a la OTAN, practicando una política relativamente "independiente" en relación con los países árabes o Latinoamérica y, ya sabemos, como dice Chomsky, que lo que menos tolera EE.UU. son políticas independientes, aunque sean de derechas. Suárez, tal vez se creyó que España podía jugar un papel internacional propio, al estilo de Francia, y esto encendió todas las alarmas en el Departamento de Estado, lo que le convirtió en "persona non grata". Otra sorpresa no prevista por sus mentores fue su carisma personal, que parecía poder llevarle a ganar unas nuevas elecciones. Pese a la dimisión de Suárez, el plan golpista continuó, pues como ya he dicho, se trataba de una maniobra más amplia.

Si bien se atribuye el diseño general de la transición a Torcuato Fernández Miranda, está claro que una empresa de tal magnitud no se puede realizar en solitario. Parece muy clara la implicación norteamericana, pues el sistema político diseñado seguía fielmente el modelo establecido en Europa Occidental tras la II Guerra Mundial. No sólo estaba claro que la CIA también tenía sus agentes bien colocados en España, sino también la enorme influencia que la embajada de Estados Unidos ha tenido siempre ante cualquier gobierno español. También por aquellos años eran conocidas las actividades de la Comisión Trilateral, y la fuerte apuesta que la Internacional Socialista hizo para reinventar el PSOE, incluida una gran inyección económica, con Willy Brandt como representante de los intereses norteamericanos en esa organización (recordemos su valioso papel en la guerra fría cuando era alcalde de Berlín Occidental). Entre las premisas fundamentales que debían cumplirse estarían la neutralización de los movimientos populares tanto organizados como espontáneos, la marginación o desaparición del Partido Comunista y otras organizaciones radicales, un sistema bipartidista en el que ambos partidos compartieran una serie de ideas básicas, el mantenimiento de la estructura social y económica heredada de la Guerra Civil y el franquismo, garantizando los privilegios de la oligarquía y su predominio político y económico. Una concesión a las características locales, no extensible por tanto necesariamente a otros países (como ha sido el caso de Europa Oriental tras el fin de los regímenes socialistas), era la conservación de la "indisoluble unidad de la Patria".

En 1981, muchos daban por concluida la transición democrática en España, después de realizadas pacíficamente dos elecciones generales y redactada una Constitución "de consenso". Sin embargo, aún quedaban muchos flecos pendientes:

- La monarquía era una institución escasamente consolidada. Juan Carlos era conocido como "El Breve", y corrían de boca en boca chistes bastante crueles referidos generalmente a sus facultades intelectuales. Al pueblo español no se le había dado a elegir entre Monarquía y República, y el nuevo régimen se percibía como una clara herencia del franquismo.

- Además de lo referente a la figura de Suárez, UCD era un conglomerado muy inestable de corrientes unidas meramente por la conservación del poder político, que iban desde antiguos falangistas (los "azules") a la socialdemocracia de Fernández Ordóñez, pasando por monárquicos, católicos del Opus, democristianos, liberales, etc., sin una figura fuerte o "de fiar" para suceder a Suárez.

- El Partido Comunista, pese a obtener en 1977 menos diputados de lo esperado, había mejorado sus resultados en 1979, pasando a tener 23 diputados y participaba en numerosos gobiernos municipales mediante alianzas con el PSOE, incluidas las principales capitales de provincia.

- Existían todavía activas muchas organizaciones populares, surgidas en la lucha antifranquista, como asociaciones de vecinos o sindicatos obreros, que constituían un poder popular potencialmente peligroso. Comisiones Obreras, con la prestigiosa figura del luchador antifranquista Marcelino Camacho, se había convertido en un poderoso sindicato dominado por los comunistas, que era absolutamente hegemónico en las más grandes y más importantes empresas.

- Aunque el proceso de desintegración de los antaño importantes partidos de la "izquierda revolucionaria" ya casi se había completado (desaparición de PTE, ORT y FRAP, reducción significativa de influencia de MC y LCR), en Euskadi se mantenía intacta la influencia social y la capacidad de movilización popular de esos grupos, aunque se estaba dando un proceso de pérdida de presencia de los grupos marxistas-leninistas (EMK, LKI), frente a una creciente importancia de la "izquierda abertzale" (EIA, más moderada, procedente de ETA político-militar, que había abandonado la lucha armada e impulsaría Euskadiko Ezkerra, y otros partidos más radicales, como HASI o LAIA, próximos a ETA militar, que impulsarían KAS y, posteriormente HB).

Parece demostrado que la conspiración golpista tuvo dos niveles de actuación: uno más evidente o conspicuo, que sería la conocida escenificación del golpe militar, realizada por Tejero y Milans; y otro, oculto, del que sólo salió a la luz una pequeñísima parte. Ya en el juicio, todos los medios periodísticos manifestaron su sorpresa ante el escaso número de encausados (33), lo reducido de las peticiones de prisión y la ridícula imputación de un solo civil, García Carrés. La mayoría de soldados y números de la Guardia Civil que participaron en los hechos no fueron citados siquiera a declarar como testigos. No se investigaron muchas guarniciones donde se sabe que hubo dudas acerca de apoyar o no el golpe, ni se investigaron las conexiones necesarias entre las distintas unidades que participaron o a los mandos inmediatos de los principales encausados, que muy probablemente estarían enterados al menos de sus preparativos o movimientos, como es el caso de la División Acorazada Brunete. Algunos notables participantes, como los coroneles que tomaron Televisión Española y las emisoras de radio, no fueron encausados y, en cambio, se les ascendió a generales poco después. Muchos documentos desaparecieron sospechosamente, como el informe "Delta sur" del CESID.

Durante los procesos judiciales (primero militar, demasiado benévolo con los encausados, y luego civil, menos benévolo para evitar que el escándalo fuera excesivo), donde fueron tan significativas las declaraciones de testigos e imputados, como los silencios y ausencias, ya se plantearon hipótesis que coincidían en considerar los hechos como la punta de un iceberg donde se ocultaba la mayor parte del asunto. Conversaciones de Enrique Múgica y Joan Reventós con Alfonso Armada parecían implicar a la cúpula del PSOE. Antes del golpe, se hablaba claramente en prensa no sólo de "ruido de sables", sino también de un "golpe de timón dentro de la Constitución" o de un gobierno de concentración presidido por un militar, con la participación incluso de socialistas y comunistas (¿qué sabe Carrillo de todo esto?). Todos ellos, inculpados o no, junto a los dirigentes de los principales partidos, siempre evitaron relacionar a la Corona con el golpe, aunque todos ellos hablaron con el rey en los meses previos al mismo.

Con la perspectiva que dan el análisis de los hechos y los más de veinte años transcurridos, se puede afirmar que los objetivos de la trama oculta del golpe eran:

- Permitir la escenificación de un golpe militar (Tejero y Milans) que aterrorizara a la población.

- Desprenderse de Suárez y la UCD como instrumentos no idóneos para la conservación del poder por la oligarquía.

- Diseño de un nuevo mapa político, con un sistema bipartidista plenamente bajo control, y desaparición o marginación de otras fuerzas políticas o sociales alternativas.

- Conservación y fortalecimiento del dominio político, social y económico de la oligarquía financiera, industrial y terrateniente.

- Control y debilitamiento del movimiento obrero. Incorporación de los sindicatos al sistema.

- Consolidación de la Monarquía como "salvadora" y garante de la democracia, eliminando definitivamente la alternativa republicana.

- Consolidación de la unidad de España, eliminando definitivamente una alternativa federal o el derecho de autodeterminación.

- Nuevo papel del Ejército y fuerzas de seguridad, que debían olvidarse de veleidades fascistas o nostálgicas, con la nueva tarea de la integración en organismos multinacionales al servicio del imperialismo norteamericano, además de su función interna como los principales garantes de la unidad nacional, la monarquía y el sistema económico capitalista.

- Plena integración de España en la OTAN y otros organismos internacionales imperialistas y capitalistas. Desaparición de cualquier posibilidad de una política exterior independiente.

Si la característica fundamental de toda conspiración es el secreto, la ocultación del proceso de preparación y de la identidad de sus protagonistas, indudablemente, tras su triunfo, las consecuencias de ella surgen diáfanas a la luz del día, y es evidente que casi dos años después, tras las elecciones de octubre de 1982, el mapa político del Estado español había dado un vuelco importante, cumpliéndose muchas de las premisas que anteriormente hemos indicado como flecos no resueltos por la transición democrática durante la era Suárez:

El rey había aparecido ante la opinión pública como salvador de la democracia. Todos los medios periodísticos y todos los principales partidos políticos se deshacían en elogios hacia su figura, alabando su actitud ante el golpe, descalificando o silenciando cualquier prueba u opinión que lo pusiera en duda. La monarquía se había legitimado, esa era la consigna.

El golpe de efecto de Tejero (incluso fue involuntariamente televisado) había aterrorizado a la población. No se declaró ninguna huelga general, ni hubo ningún movimiento por parte de los partidos de izquierda. Desde entonces quedó claro que no había que temer nada a la hora de realizar las políticas de liquidación de derechos laborales, sociales y políticos que se iba a empezar a aplicar inmediatamente. También quedó claro que la entrada en la OTAN no iba a ser contestada con fuerza, y que incluso podía ser presentada como una vacuna contra futuras intentonas fascistas.

Suárez había sido neutralizado definitivamente. En 1982 su partido había quedado reducido a la ridícula cantidad de dos diputados. Su ascenso a la categoría de Duque y su actual condición de florero presidiendo organismos honoríficos y homenajes parecen haber asegurado eficazmente su silencio.

Un PSOE totalmente controlado por los jóvenes de Suresnes había ganado de forma aplastante las elecciones, adueñándose no sólo de todo el espacio electoral de la izquierda, sino también de casi todo el de la derecha, dejando en muy mala situación a lo que debía ser su alter ego (Alianza Popular, después Partido Popular) en el sistema bipartidista, que no acababa de consolidarse. Muy pronto, el gobierno socialista empezó a trabajar según el guión acordado, convocando un referéndum sobre la OTAN en el que se volcó a favor del si, y sobre el que nunca se han investigado algunas sospechas de fraude. Felipe González resultó ser un alumno muy aplicado en desmovilizar a sus propias bases, incumplir promesas electorales y aplicar políticas económicas neoliberales, con privatizaciones, congelaciones salariales, medicamentazos, negocios fáciles, reducción de libertades ("Ley Corcuera") y una durísima reconversión industrial y agraria, que nos abrió las puertas de la Unión Europea, aunque desde la fecha de integración oficial (1986) hasta la eliminación completa de trabas comerciales iba a pasar todavía una década. Si en la memoria más negativa de la era socialista ha quedado la corrupción y el terrorismo de estado del GAL, nunca se ha prestado atención a la política exterior del felipismo, tremendamente ligada a los intereses norteamericanos, que alcanzó su cumbre más repugnante cuando Felipe González se sumó a la campaña contra la revolución sandinista, criticando, en total sintonía con el Departamento de Estado norteamericano, la validez de las elecciones de 1984, consideradas absolutamente limpias por los observadores internacionales, pese a lo cual Estados Unidos intensificó su agresión terrorista contra Nicaragua (condenada por el Tribunal Internacional en 1986), que ocasionó decenas de miles de muertos, no cesando dicha agresión hasta la derrota del sandinismo, esta vez en una de las elecciones menos libres que pueda alguien imaginarse. En la misma línea pro-norteamericana, se sitúa el rechazo a la asistencia de Cuba a una reunión de parlamentarios iberoamericanos en Madrid, mientras eran invitados los parlamentos de estados implicados en el narcotráfico y la corrupción (Colombia, Panamá, Nicaragua post-sandinista) y en delitos graves de genocidio (Guatemala, El Salvador), lo que provocó que Félix Pons, presidente del Parlamento español, fuera calificado por Fidel Castro de "tipejo fascistoide". Tras el abandono del poder, González continúa con su labor de agente al servicio de EE.UU., apareciendo periódicamente como "embajador oficioso" o "experto" en países latinoamericanos y del Zagreb, muchas veces coincidiendo con "amigos" como Vargas Llosa, César Gaviria, Alan García o Carlos Andrés Pérez. Dentro de estas misiones podemos situar su presencia en Marruecos al inicio del conflicto diplomático con España (descubierto allí por el CESID, el gobierno español pensó que se trataba de una maniobra "desleal" del PSOE). En Argentina apareció en lo más álgido de la pasada crisis, y posteriormente, en la representación española de los "países amigos" de Venezuela, que pretende que un presidente elegido democráticamente renuncie a su mandato y negocie con la "oposición" nuevas elecciones en la mitad de la legislatura. Javier Solana, otro de los "jóvenes de Suresnes", llegó a ser Secretario General de la OTAN, siendo el máximo responsable de los bombardeos sobre Yugoslavia.

Habría que investigar muchas cosas acerca de los orígenes de ese PSOE renovado que barrió al PSOE histórico de Rodolfo Llopis, de los ingentes fondos con que contó para todas las elecciones desde 1977, la renuncia al marxismo, la absoluta sintonía que se estableció entre el rey y González, más que con Suárez, las conexiones con los intereses norteamericanos y las oscuras relaciones con algunos golpistas que ya hemos comentado.

El Partido Comunista quedó al borde de la desaparición (4 diputados). En la desbandada posterior resulta difícil deslindar quiénes participaron conscientemente en la destrucción del Partido, quiénes se desmoralizaron simplemente, quiénes evolucionaron sinceramente hacia posiciones más socialdemócratas o quiénes, viendo que como comunistas nunca tocarían poder, se pasaron sin complejos al partido vencedor. En el primer caso, parece ser Carrillo el principal ejemplo, por el reconocimiento que todavía se le dispensa como uno de los "protagonistas" de la transición y su continua presencia en los medios de comunicación, en acusado contraste, por ejemplo, con otro personaje también importante de la transición, y que sufrió mucho más que él los rigores de la dictadura, como Marcelino Camacho, que está totalmente olvidado y marginado, pese a que sigue muy activa su militancia comunista. En el segundo caso se encuentran la mayoría de esos doscientos mil militantes que llegó a tener el Partido, procedentes de las clases populares del campo y la ciudad, formados muchos de ellos en la lucha antifranquista. En el tercer caso, se trataría de apreciaciones muy subjetivas, pero siempre se recordará el extraordinario (por lo infrecuente) ejemplo de honradez política de Enrique Curiel, considerado el sucesor de Carrillo, y, que entregó su acta de diputado al Partido cuando anunció la decisión de abandonarlo. En el cuarto caso, hallamos los nombres de los que acabaron beneficiándose de una transformación oportuna, que llevó a algunos a puestos importantes en los gobiernos del PSOE, o incluso a las filas del PP cuando éste llegó a su vez al poder. Pero de todos ellos (la lista sería interminable) el caso más grotesco tal vez sea el de José María Mohedano, que de barbudo abogado laboralista, pasó en pocos meses a ejercer como abogado de empresa contra trabajadores y a lucir automóvil de lujo por las calles de Madrid.

En Comisiones Obreras se dio un proceso parecido al del Partido Comunista. Antonio Gutiérrez sucedió a Marcelino Camacho y se dedicó a la conversión del sindicato antes combativo en un sindicato de servicios, eliminando la proporcionalidad en la composición de los órganos ejecutivos, que fueron sustituidos por equipos monocolores, donde la mayoría ocupa la totalidad de los puestos de responsabilidad, e iniciando una verdadera caza de brujas entre los miembros de la minoría, llegando a producirse expulsiones. Gutiérrez llegó a pensar en convertirse en una alternativa a González dentro de la izquierda moderada, pero eso era ya demasiado, y actualmente ha pasado a un segundo plano.

Las organizaciones populares del tipo de las asociaciones de vecinos languidecieron o fueron tomadas al asalto por los partidos mayoritarios, planteando raras veces reivindicaciones políticas.

En el plano socioeconómico, tras el 23 F el dominio de la vieja oligarquía se ha mantenido y aumentado, ya sin ninguna amenaza seria. No se ha realizado ninguna reforma agraria; la legislación al respecto aprobada por los gobiernos de Andalucía y Extremadura quedó en agua de borrajas, siendo incluso recurrida por el gobierno central. La estructura de la propiedad en el campo andaluz y extremeño, y en la totalidad del Estado, es la misma de siempre.

La concentración industrial y financiera se profundizó, así como la penetración del capital extranjero en todos los sectores económicos. Se consolidaron grandes monopolios y cárteles, hasta el punto de quedar muy reducida, o eliminada totalmente, la competencia en sectores como la banca, la energía eléctrica, la alimentación, el petróleo, la construcción, las grandes superficies comerciales, las telecomunicaciones, los medios de comunicación (prensa, radio, televisión), etc. El Estado colaboró en ese proceso mediante la política de privatizaciones, unida a una política de control salarial, el mantenimiento de una elevada tasa de paro y el trasvase de rentas salariales a la oligarquía por medio de la política fiscal, la concesión de monopolios y las obras públicas. En la gran propiedad agraria, industrial, financiera o comercial, a los ilustres apellidos de toda la vida (Benjumea, Botín, Chávarri, Delclaux, Domecq, Escámez, Gómez Acebo, Herrero, Ibarra, March, Martínez Bordiú, Mas Sardá, Noguer, Osborne, Ridruejo, Rojas Marcos, Sainz de la Cuesta, Sartorius, Villalonga, Ybarra, Oriol, Urquijo, etc.), se añadieron las grandes corporaciones multinacionales.

Podemos afirmar, como conclusión, que el autogolpe del 23 F supuso el final de la "transición" en cuanto que, gracias a él, fueron por fin eliminadas las escasas incertidumbres que todavía perduraban entonces, pese al eficaz e intenso control del proceso que, en todo momento, había llevado el Bloque Dominante entre 1975 y 1981. Tras el 23 F pudo desenvolverse sin trabas un capitalismo monopolista integrado totalmente en el marco europeo, siempre dentro de una absoluta sumisión al dominio económico, militar y político del imperialismo norteamericano, con un sistema político escasamente democrático, profundamente injusto y corrupto, que sin embargo cuenta con un amplio consenso social procedente del intacto "franquismo sociológico" (menos afianzado o irrelevante en Catalunya y Euskadi). En adelante, cualquier disidencia o amenaza, por pequeña que sea, puede ser eliminada rápidamente gracias a la ausencia de poderosas organizaciones populares, gracias también a la colaboración de un poder judicial absolutamente controlado y de un importante aparato propagandístico proporcionado por los medios de comunicación, tanto privados como públicos, siempre atentos a las consignas que desde los servicios de inteligencia del Estado les son enviadas, siendo desde 1981 muchos los ejemplos: el linchamiento mediático de Xavier Vinader (sirve de modelo al actual proceso a Pepe Rei), la destrucción de Julio Anguita, el silenciamiento o la criminalización de todos los intelectuales "desafectos" (Alfonso Sastre, Eva Forest, Fernández Buey, Gustavo Bueno, Carlos París y muchísimos más), la consigna "vascos sí, ETA no", el cierre de revistas y periódicos (la "democracia" española cuenta en su haber con muchos ejemplos además de los recientes casos de Egunkaria y Egin ¿se acuerda alguien del proceso a "Saida"?), la "Ley de Partidos", etc. La obsesión por la destrucción de toda disidencia por pequeña o inofensiva que pueda parecer se ha recrudecido durante los últimos gobiernos conservadores y ahí está el caso del golpe de estado en la Asamblea de Madrid y el ataque sin piedad con toda la artillería mediática y judicial a los gobiernos vasco y catalán, que parece querer inculcar a los disconformes la consigna: "Olviden toda esperanza".