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Crónica de desastres de la guerra
ANDRÉS TRAPIELLO - BABELIA - 28-05-2005



Alocución radiofónica del general Queipo de Llano a través de Unión Radio. (ARCHIVO DE LA CADENA SER)


Antonio Bahamonde fue un hombre de derechas, burgués y católico, que se convirtió en delegado de Propaganda de los sublevados tras el golpe del 18 de julio de 1936. Desde esa posición privilegiada pudo contemplar como testigo de primera fila los desmanes de los nacionales. Horrorizado por la represión, se exilió en Argentina y escribió este libro extraordinario. 

Queipo de Llano se dirige a su audiencia en una de aquellas excesivas charlas radiofónicas que le hicieron célebre durante la Guerra Civil. Nada como un dictador enchufado a un micrófono y a una botella para asombrar al mundo y pasmar a la posteridad. Se refiere Queipo ese día al bombardeo con el que la aviación roja, que no respeta nada, ha castigado a la basílica del Pilar de Zaragoza. Todo inútil, porque la España nacional cuenta con la singular protección de esa virgen que ha impedido que las bombas que atravesaron la cúpula del templo estallasen. Únicamente una lo hizo. Frente a la basílica.

En esa ocasión, sin embargo, ha sido para mayor gloria del alzamiento y de la cruzada de la fe. Los adoquines que saltaron por los aires con la deflagración, al caer de nuevo al suelo lo han hecho de modo ordenado. Entre todos han formado estas palabras: "¡Viva la Virgen del Pilar!". El milagro arrasa literalmente en lágrimas el rostro del pío militar beodo, que ya en su día había nombrado a la virgen de la Macarena "vendedora de lotería".

Ésta y parecidas historias, dignas de formar parte de una nueva serie de episodios nacionales galdosianos, pueden encontrarse en un libro apasionante y extraordinario por muchos conceptos y del que no podríamos afirmar por desdicha que sea siempre igual de jocoso. Porque hay en él tanto horror y dolor que causa espanto. Hablamos en realidad de tres obras, reunidas ahora por su editor en una sola: Un año con Queipo de Llano (Memorias de un nacionalista), de Antonio Bahamonde; Noches de Sevilla, del periodista francés Jean Alloucherie; y El infierno azul, de Edmundo Barbero, a quien la guerra sorprendió en Córdoba. Y si bien no son lo mismo ni valen lo mismo, estos tres libros tienen en común algo más que el tema y la visión que dan de la guerra. Los tres son relatos de testigos de la España nacional en los primeros meses de lucha, los tres se publicaron cuando aún no había terminado, hecho de vital importancia, como sucediera con el ya célebre A sangre y fuego del periodista Chaves Nogales, y en los tres la verdad de lo narrado se sitúa por encima de cualquier otra consideración. Quiero decir que, sobre todo con el primero de estos excepcionales documentos, uno tiene la impresión después de leerlo de que era mucho lo que nos faltaba por saber, sabiendo tanto.

Hemos hablado de A sangre y fuego. Podríamos referirnos igualmente a Ayer y hoy, de Baroja. El descubrimiento de estos dos libros supuso para muchos lectores españoles un antes y un después en la idea que tuvieran sobre la Guerra Civil, y, sobre todo, sobre el modo en el que les había sido contada. Por primera vez percibimos muchos que era posible en la literatura y en la historia separar los hechos y la propaganda. A estos dos libros memorables ha de sumarse el primero de los tres publicados ahora, el de Antonio Bahamonde. Bahamonde era, antes de la guerra, un hombre de derechas, de mediana edad, burgués, católico apostólico, tenía su buen negocio (una imprenta) y una familia, y como muchos de su posición advirtió con alarma el desarrollo de los acontecimientos tras el advenimiento de la República, la quema de iglesias y conventos, la insidia, el resentimiento y el bandidismo revolucionarios. Así que cuando triunfó la rebelión fascista se puso con entusiasmo a las órdenes de las nuevas autoridades, que le nombraron delegado de Propaganda del Gobierno faccioso.

Durante un año Bahamonde
viaja por todos y cada uno de los pueblos de la región militar del sur. Visita alcaldes, presencia ejecuciones, saqueos y tropelías, orquesta mítines y pasquinadas, comparte juergas con los nuevos jerarcas, oye, mira y calla. Hasta que la pestilencia de Queipo y de los otros compañeros de viaje, Falange, el Requeté y los tabores, principalmente, le echa para atrás, deserta, se exilia en Argentina y escribe este libro que se publicará en 1938 en Barcelona y Buenos Aires. Y aquí es donde empieza esta historia fascinante, porque Bahamonde es todo menos un propagandista y un demagogo. Los detalles, exactos siempre, como le gustaban a Stendhal, son preciosos. Los resumirá en excelente prólogo el responsable de la edición, Adolfo Lazo, que de modo sucinto resume de un modo desapasionado la actuación espeluznante del fascio militar en Sevilla.

Por su parte Bahamonde no va a dejar de lado nada en su escrutinio. La vida cotidiana de los barrios obreros, la miseria y el hambre, el plato único, los paseos siniestros, las venganzas, las atrocidades del cura de Zafra (que se jactaba de haber matado con sus manos a más de cien marxistas), la salacidad de los moros, las enconadas denuncias de quienes ven llegado el momento de la venganza, la impunidad en la que campan las milicias voluntarias, la farsa de aquella corte de los milagros, las detenciones en masa de simpatizantes republicanos y liberales, las prisiones, los cementerios, las incautaciones arbitrarias y el pillaje, la codicia y la hipocresía, las intoxicaciones morales y las calumnias sistemáticas, el fanatismo del clero, que a él mismo, tan católico, le repugna, y lo que, a la luz de los sucesos de cada día no dudará en llamar: "La roña española de la provincia".

Va uno leyendo de asombro en asombro, entristecido, asustado, mirando de vez en cuando a la puerta, por si la pesadilla pudiera reactivarse. Bahamonde (al que de no haber publicado después de la guerra otro libro en México, creeríamos un trasunto de la propaganda del otro lado), es además un escritor decente. Quiere decirse que no hace leña de un árbol caído. Tampoco le interesa, lo repite a menudo, la propaganda (en la que ha trabajado durante un año), sino los hechos. Nos los da un poco desorganizados, como le llegan a la memoria. Acaso por esa razón el libro nos parezca tan vivo todavía. La verdad es su único lazarillo en esa caverna que acaba de abandonar. Desde el consejo que le da un militar al comienzo de la guerra ("no te afilies a Falange porque es ahí donde está acudiendo toda la chusma marxista") hasta la respuesta que da un falangista a un amigo de la infancia, quien le suplica clemencia camino del cementerio, donde lo llevan a fusilar: "Anda palante y déjate de historias". El jefe de Falange, nos dice Bahamonde, "se reía mucho del caso", nada en estas páginas tiene desperdicio. Para el historiador, para el escritor, para el lector sin prejuicios.

Se diría a menudo que asistimos a un relato de novela: "Al principio, el piquete de ejecución lo formaban los falangistas. Éstos fusilaban muy mal, no acertaban a la primera descarga y los tenían que rematar en el suelo. Los moros fusilan cogiendo el fusil debajo del brazo, en una postura especial. Nunca fallan ni hacen necesario el tiro de gracia". Sí, aseguraríamos también que a este libro se le podría haber titulado Desastres de la guerra. "La crueldad de esta guerra", seguirá diciendo, "no tiene precedentes en la Historia. Las víctimas de la retaguardia superan en mucho los muertos en los campos de lucha. Queipo tuvo que dar orden para que no se fusilara a menores de quince años. (...) El móvil es uno solo: el terror. El terror, como única arma para lograr el triunfo. Saben muy bien que sólo a fuerza de terror y torrentes de sangre conseguirán dominar al pueblo". En un momento en el que parece haber renacido el interés por la Guerra Civil, un libro como éste es harto recomendable. Leerlo, pensar, entrar en las costuras de una historia sobrada con frecuencia de los grandes y exaltados cronistas, aquellos que suelen tener siempre a mano un "ellos más" o un "ellos empezaron antes", ya que nadie está tan capacitado para hablar de la familia como uno de sus miembros. Lo hizo Chaves, desde la izquierda hablando de la izquierda; lo ha hecho este Bahamonde, desde la derecha, hablando de la derecha. Ambos son las raras aves de nuestra literatura.