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El vuelo del caballo
JOSÉ A. GÓMEZ MUNICIO/Norte de Castilla - 20/03/2005

http://servicios.nortecastilla.es/pg050320/prensa/noticias/Segovia/200503/20/VAL-SEG-066.html


HA querido la casualidad (que como sabemos, nunca es causal) que la presencia en Segovia en la Tertulia de los Martes (como siempre, un acierto y en el momento justo) de Isaac Rosa, escritor que reivindica en su última novela, 'El vano ayer', una revisión crítica del recuerdo de la historia reciente de España, coincidiera con el último vuelo del caballo de Franco en bronce desde la Castellana hacia el desguace. Se puede estar de acuerdo o no con alguna de sus opiniones, pero la novela de Rosa es estremecedora, de una calidad incuestionable, muy superior a la media de lo que se publica, y será sin duda un referente en la historia de la narrativa española y su relación con el pasado inmediato.

Que en España siguieran existiendo este tipo de exhibiciones públicas de un dictador y represor como Franco, que recuerdan la épica de una época terrible (Rosa la describe con eficacia) es sin duda una anomalía, como lo prueba la escasa tradición de esculturas a dictadores que sobrevive en el mundo libre. Hay que hacer auténticos esfuerzos intelectuales para no ver lo que parece evidente. Otros ya ni se molestan en ocultar su tibieza frente a la memoria del horror, y dicen que la retirada de la estatua reabre heridas, cuando parecería más lógico pensar que era su permanencia ahí la que suponía una herida continuamente abierta. En la Europa de hoy, resultaba absolutamente anacrónico. Por cierto, ya sabemos a quién ha reabierto heridas, los hemos visto en las imágenes de televisión que pensábamos sólo volveríamos a ver en los archivos.

Y es interesante que la jubilación de la estatua de Franco haya sucedido al tiempo que Rosa contaba aquí su manera de ver el mundo, porque esta especie de amnistía de la que se han beneficiado algunos flecos de la memoria de una Dictadura es denunciada por el escritor en 'El vano ayer' (repasen, por cierto, el poema machadiano del que nace este verso). Transición entendida como olvido, que venía además, explica Rosa, a criticar los afanes por recuperar el pasado tras ese argumento falaz, intelectualmente anoréxico y éticamente relativista de que los excesos se dieron en los dos bandos y todo eso que tenemos que escuchar a veces de manera recurrente con los mismos tópicos de siempre, que demuestran escasa imaginación y sensibilidad.

Frente a la mirada nostálgica melosa que proponen series, películas o libros centrados en la añoranza ñoña de sólo una parte del pasado, Rosa se agarra a la literalidad de lo que sucedió, transcribe los efectos de la represión y las torturas y enseña, recuerda, el tremendo abanico de mezquindades que provoca una Dictadura, y que tenía poco que ver con los guateques, con Eurovisión o con el 600.

Tal vez, como decía al principio, no sea casualidad la coincidencia del impacto que ha causado la novela de Rosa y el arrastre de la chatarra franquista. Tal vez ahora, después de que las generaciones que lo vivieron quisieran olvidarse de tanta mezquindad o simplemente no recordar como condición para volver a empezar, haya llegado el tiempo de hablar del pasado con claridad y quitar del espacio público símbolos que hagan daño, que dividan, que recuerden épocas penosas.

Del mismo modo que, con una tranquilidad absoluta, se está reconstruyendo la memoria de la represión, de la mano de iniciativas como las del Foro de la Memoria, y con libros como el que Santiago Vega acaba de publicar sobre la represión en Segovia, y que ya ha glosado en este periódico Carlos Álvaro, que, por cierto, está llevando a cabo desde hace años en estas páginas una importante y muy valiosa labor de difusión de la memoria colectiva segoviana. Y es, seguro que no casualmente, de la misma generación que Isaac Rosa.

Y por supuesto, no se trata, como aseguran otros, de negar la Historia; al contrario, se trata de que la apelación a la Historia no sirva para justificar cualquier homenaje; es decir, lo que ha pasado en países normales que han sufrido dictaduras, como Alemania, Italia o la misma Francia con su pesadilla de Vichy, que diferencian el recuerdo histórico de la conmemoración, la celebración. Esencialmente porque hablamos del espacio público, del que compartimos todos, aquel que sirve para poner en común los valores que nos unen, los ejemplos que merecen la pena, las referencias que construyen sociedad. Si alguno quiere mantener viva la historia de la Dictadura en su casa ya puede ponerse las láminas del Generalísimo que se le antoje, pero por favor no nos obligue a los demás a verlas.

De momento, la estatua ecuestre de Franco emula al López Vázquez de 'La cabina' y se introduce arrastrada por un camión en una gran nave donde se acumulan los esqueletos encerrados en sus cabinas. El lustroso caballo y la pose de conquistador opulento del dictador se quedarán en los huesos, roídos por la memoria terrible de lo que significaron.