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Una historia desenterrada. Carranque (Toledo)
Una historia de Mauricio Gallego. Julio 2005



Félix Gallego Caballero


“Los caballos negros son. Las herraduras son negras, Sobre las capas relucen, manchas de tinta y cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol, vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan, silencios de goma oscura, y miedos de fina arena, Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza, una vaga astronomía, de pistolas inconcretas…" de Romance de la guardia civil española (Federico García Lorca).

Carranque es un pueblo de la provincia de Toledo, situado al norte de la demarcación, muy cercano al límite con Madrid. Hoy en día tiene unos 2.200 habitantes, quizás aumente el número si se cumplen expectativas (buenas o malas según se mire) de la expansión urbanística de la capital del Estado y por añadidura todo lo que ello conlleva.

Lo más significado de Carranque, que no es poco, es su Parque Arqueológico, situado a ambas orillas del río Guadarrama, entre dos vaguadas laterales y un camino, actual vía agropecuaria y antigua calzada romana. Allá por el año 1983 un agricultor, Samuel López Iglesias, descubrió mientras realizaba su labor, un mosaico que dio las pistas para encontrar el conjunto de la Villa de Materno.

Pero esta es una parte de la historia de esta localidad, de una época, la romana y del descubrimiento que ha dado renombre a Carranque. Hay otras historias, ocultas, llenas de miedo y temor, a pesar de que han pasado cerca de 70 años, no es una cuestión (desgraciadamente) extraña en nuestra provincia, en nuestro país. Fue tan brutal la represión sufrida por aquellas personas que, aún hoy, un velo de miedo cubre sus memorias, tal vez algunas percepciones de la actualidad todavía les hacen recordar y “olvidar", actuaciones de algún nuevo Gil Robles u otro de su cuerda (esto es una percepción mía, y por lo tanto muy subjetiva).

Entonces, en el año 1936, la España profunda estaba trufada de caciques, dominaban los pueblos, las haciendas, la vida y la muerte, controlaban todo, sobre todo a través de “intermediarios" en los que el clero era parte fundamental.

Estas historias van conociendo la luz, por eso cuando me llegó la noticia de un ciudadano, natural de esta localidad y me dio pistas sobre un suceso, me puse manos a la obra para que me contara todo lo acontecido.

Mauricio Gallego, que así se llama mi comunicante, me comentó que había leído el listado de los asesinados en Toledo, donde no aparecían los naturales de Carranque y que él tenía constancia que habían perecido a manos de los sublevados. Esta relación se circunscribía a los que fueron asesinados en la capital “imperial", por lo que las notas que obran en mi poder sobre naturales de su pueblo, sólo aparecían dos personas, Luis Guzmán Martín y Gabriel Pinillos Fernández, ambos muertos en el año 1937 y cuya ejecución se efectuó en Talavera de la R. Todas estas notas han sido transcritas del excelente trabajo del profesor José María Ruiz Alonso sobre la Guerra Civil en la provincia de Toledo.

Me pasa a relatar que hay otras 5 personas asesinadas de esta localidad, entre ellas su abuelo paterno, y que fueron fusiladas por la Guardia Civil. Poco a poco me va pasando datos y podemos “recrear" lo acontecido en aquellos desgraciados días.

Los nombres de aquellas cinco personas asesinadas, naturales de Carranque, eran: Félix Gallego Caballero, Manuel Gallego Caballero, Victorio Biencinto Martín, Antonio Caballero Enche y Juan Fernández Retana. Todos ellos perecieron en la madrugada del 21 al 22 de noviembre de 1936. Están en el cementerio de Yuncos, localidad no muy lejana de Carranque.

Pero la madrugada tiene un antes de esa fecha siniestra. Esta amanecida que tan bien compuso Luis Eduardo Aute en su maravillosa “Al Alba": << Si te dijera amor mío que temo la madrugada, no se que estrellas son esas que hieren como amenazas,……>>.

Unos meses antes la historia se escribía en esta pequeña localidad toldada. Victorio Biencinto y Antonio Caballero eran dos jóvenes de 18 años que se enrolaron en las milicias al principio de la guerra y que, ante el avance fascista y la desbandada de los milicianos tras la entrada en Talavera, regresaron a su casa, quedándose en ella hasta la ocupación del pueblo por una columna carlista.

De Juan Fernández Retana sabemos que era un empleado o funcionario del Ayuntamiento, fiel a la República, pero sin significación militar o política. Por aquellas fechas tendría los cuarenta y tantos años.

Félix Gallego si tuvo significación en el cambio político del Ayuntamiento en 1936 tras las elecciones democráticas. Según lo contado a Mauricio por su padre, éste tenía en 1931 la edad de 11 años, pero según recuerda la situación del pueblo no varió mucho. Tras el bienio negro de la CEDA, la llegada del Frente Popular no afectó a la posición de poder de los caciques.

Según relata Mauricio, su abuelo preparó, a través de un cura (¿republicano?), del que no sabe más que su apellido: Lobo,una reunión con D. Manuel Azaña, para clarificar la situación del pueblo. Al parecer volvió a la localidad con el nombramiento de una Junta Gestora (desde luego si no fue tal Junta, al menos si con el nombramiento de cargos municipales) en la que su hermano Manuel era el Alcalde, Félix como Teniente Alcalde y el abuelo materno de Mauricio, Constantino García, el Secretario (quien, por cierto, salvó la vida porque inmediatamente después de la ocupación del pueblo se trasladó con sus cinco hijos a la localidad de Santa Cruz de Retamar, donde un primo suyo, jefe de falange, impidió que lo fusilaran).

Tras la sublevación y el inicio de la guerra, lo único significativo que sucedió en el pueblo fueron los esfuerzos del Ayuntamiento para evitar muertes. Según informaciones del todo fiables, el cacique del pueblo Francisco Renovales, fue citado a declarar ante el denominado Comité delocalidad de El Viso de San Juan. Este “ciudadano" se presento en casa de Félix Gallego implorando para que intercediera, ya que argumentaba que si acudía a la cita le iban a matar. Félix Gallego mandó una nota al Comité con una cita que textualmente decía “En Carranque mato yo". Naturalmente al Sr. Renovales no le sucedió nada.

Este incidente resume en gran medida el transcurso de las cosas desde el 18 de julio, fecha de la ignominiosa alzamiento franquista, hasta la ocupación fascista del pueblo en octubre del mismo año. Mauricio comenta que preguntó a su padre por la postura de su abuelo y hermano al quedarse en el pueblo, en lugar de retirarse con las tropas republicanas. La respuesta fue: “éramos cuatro hermanos huérfanos de madre. Tus abuelos, Félix y Constantino, estuvieron discutiendo lo que debían hacer y pensaron que retirarse con los niños hacia Madrid (el menor tenía 7 años en el 36) podía ser desastroso teniendo en cuenta que, hacia allí, estarían acudiendo miles de refugiados y que, al llegar, carecerían de alojamiento y de medios de vida. Además, en Carranque no había habido ningún derramamiento de sangre, todo lo contrario y, lo que no influyó poco en su decisión, tampoco tenían una idea cierta de lo que estaba ocurriendo en la zona franquista. Al pueblo habían llegado rumores de matanzas, pero eran de tal entidad, tan “exageradas", que no parecían creíbles.

Lo cierto es que se quedaron, salvo Constantino que como ya se ha relatado, marchó a Santa Cruz del Retamar. Y así transcurrieron las cosas, más o menos, durante un mes.

Hay una versión que circuló por el pueblo, en la que se imputa a un tal Manuel Fernández “El Molinero", que, por su cuenta y riesgo, se puso a denunciar a “los rojos" y que en la lista incluyó a Félix y a Manuel por un buey que, según él, le requisó el Ayuntamiento, pero que realmente se le pagó al precio que quiso poner y que sirvió para dar de comer a las tropas del frente. Desde entonces al tal Manuel Fernández, apodado también “El Gafas", se le denominó “Manolo el Criminal".

Pero hay otra declaración sobre los acontecimientos de aquellas fechas que merecen una aceptación más verosímil. Esta información proviene de Eloy Gallego, hijo mayor de Félix y testigo directo de los hechos.

Al mediodía del 20 de noviembre, mientras Félix y Eloy comían juntos (los otros hermanos no estaban), se presentó en casa un hermano del anteriormente aludido Manuel Fernández, llamado Ángel, un cura que al principio de la guerra había llegado desde la localidad de La Estrella y se había presentado aduciendo que le querían matary buscaba refugio en Carranque, (sólo tuvo que quedarse en el pueblo, donde nadie le tocó). Delante de Eloy mostró a Félix una lista de nombres y le dijo que iba a denunciar a los rojos y como él había sido Teniente Acalde, primero, y en los últimos tiempos, Alcalde (su hermano Manuel había dimitido porque no se sentía con fuerza para hacer frete a la situación) de la “Gestora Roja", tenía que firmar la denuncia.

Félix le respondió que se dejara de denuncias, que la sangre no hace más que llamar a la sangre y que eso no venía al caso en un pueblo en el que no se había tocado un pelo a nadie y que, conociéndole desde niño, como se le ocurría que el fuera a firmar esa denuncia. El cura le respondió: “Encima les defiendes…".

Por la tarde, en el momento que el padre de Mauricio llegaba a casa, un piquete de guardias civiles se llevan a su padre. Este, al ver a su hijo le dijo: “No te asustes. Me llevan a declarar a Ayuntamiento. Portaos como si yo siguiera estando aquí". Nunca más volvió a verlo, ni vivo, ni muerto.

Realmente no fue llevado al Ayuntamiento, sino a una taberna llamada la “Taberna de Fidel", donde ya estaban los demás presos. El llamado Fidel fue el único en hacer patente su protesta por lo que estaba ocurriendo. Conocía a los guardias civiles y eso le dio valor para decirles que aquello era una barbaridad, que aquellos hombres no habían hecho nada malo, si acaso salvar la vida a medio pueblo. La respuesta de la “benemérita" fue meridianamente clara, que “aquello iba por derecho" y que se callara si no quería que le metieran también a él en el paquete.

A pesar de que la situación era grave, el tabernero hizo un intento desesperado. Un sobrino de Félix había sido nombrado Alcalde por los fascistas. Le mandó recado diciéndole que a sus tíos se los habían llevado a Illescas y que creía que les iban a dar “el paseo". La respuesta del sobrino fue: “si no han hecho nada, ya les soltaran y si lo han hecho, que lo paguen". Digna respuesta de un indigno.

Efectivamente, los cinco rehenes, junto a otro hombre que apodaban “Conejito", fueron conducidos a la prisión de Illescas. Allí permanecieron la noche del 20 al 21, y este día completo. De lo ocurrido se sabe lo poco que “Conejito", el único de aquellos seis que salvó la vida, se atrevió a contar después de muchos años de cárcel; durante toda la noche habían apaleado a Manuel Gallego. Félix pidió que lo dejaran ya que no tenía nada que ver, que si había sido Alcalde era par “figurar", y que el único responsable, de lo que fuera, era él. La respuesta que obtuvo da idea de la catadura de aquellos elementos. Primero matarían a su hermano para que él lo viera.

De esta manera llegamos a la madrugada del 21 al 22 de noviembre. Cinco fueron los sacados de la prisión de Illescas rumbo al cementerio de la localidad de Yuncos, donde se les asesinó. Aquel día quedó grabado en los habitantes de Yuncos, aún los más mayores tienen en su memoria los hechos execrables. Pero la amargura, la tragedia, se cebó en uno de los allí “fusilados", la muerte le visitó por partida doble. Uno de ellos, al parecer Victorio Biencinto, solo quedó malherido. Los guardias civiles, los justicieros, volvieron a Illescas a por otra “saca" y los enterradores del pueblo quedaron encargados de sepultar los cadáveres. Según parece, y por las fechas es verosímil, esa noche hacía mucho frío, así que los dos sepultureros, pensando que los hombres del tricornio no volverían durante esa noche, se acercaron al pueblo para tomarse un coñac y coger fuerzas para continuar el trabajo. Esa circunstancia fue aprovechada por el herido para huir y pedir ayuda en una casa cercana (“la casa de los pinos"). Aquella gente le socorrió, desinfectaron sus heridas con zotal y le dijeron que se fuera (era de entender el miedo a que encontraran al fugado en su hogar). El muchacho, con sus diecisiete o dieciocho años y mal herido, sólo se le ocurrió volver a su casa. De allí, la guardia civil le volvió a sacar y le mató por segunda vez.

Toda esta tétrica historia tiene suma importancia para la localización de la tumba de aquellos hombres. Los enterradores recordaban muy bien aquella noche ya que al volver los guardias y descubrir que se había “perdido un muerto", estuvieron a punto de fusilarlos a ellos. Justicia muy su generis.

Muchos años después un primo de Mauricio, durante el entierro de un amigo, tuvo la ocurrencia de preguntar a un anciano que andaba por el cementerio de Yuncos. Casualidades (alguno podrá argumentar que el destino) de la vida, el viejecillo era uno de aquellos enterradores y le señaló, sin dudar un segundo, una tumba de tierra rodeada por una verja que estaba en el centro del cementerio, en una especie de montículo.

El silencio persistió durante otros años, parece que el miedo, el temor ante tanto dolor, se hace transmisible. El familiar de Mauricio se lo contó ante una pregunta de éste. No perdió tiempo en ir al lugar del asesinato, pero se habían hecho obras y la tumba que le habían descrito ya no estaba. Ante esta decepcionante nueva preguntó a otro anciano, que le confirmó que aquella tumba si que era de unos fusilados de los que uno se había escapado y que volvieron a coger y que, durante las obras, los huesos se habían trasladado. Los enterraron en una tumba cercana, enfoscada de cemento y sin nombre alguno. Esa tumba por los detalles aportados contiene los restos de aquellos asesinados. Hoy sus huesos están revueltos unos con otros en una extraña simbología de hermanamiento final. Allí están, sin nombre, sin un detalle que les haga visibles, pero que se hallan en la memoria de sus familias, Aquellos hombres, aquellos hombres buenos.

Esta historia no esta cerrada, esta historia debe servir para que si alguien tiene la oportunidad de leerla y tiene datos, los aporte para ir configurando un final. Pero una deuda, o quizás muchas, tenemos pendientes. Estas líneas deberían ser sufrientes para que las instituciones municipales de amabas localidades, Carranque y Yuncos, se pusieran manos a la obra y se iniciaran los trabajos adecuados para recuperar la memoria de aquellos hombres asesinados por la reacción y el fascismo. Los máximos responsables municipales deberían ponerse a las órdenes de las familias para que estas indicaran cuales son los deseos para honrar la memoria de Félix, Manuel, Victorio, Juan y Antonio.

Una historia de Mauricio Gallego.
Ha puesto su humilde granito de arena. Emilio Sales Almazán (Responsable del Foro por la Memoria en Castilla la Mancha).