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El éxodo de los 600.000. Hace 45 años, España y Alemania firmaron el convenio que permitió emigrar a más de medio millón de españoles hasta 1973
CECILIA FLETA - Berlín - EL PAÍS - España - 27-03-2005


Manuela Ferrero ganaba 500 pesetas al mes sirviendo en casa de unos señores alemanes en Madrid. Era 1960, tenía 21 años y las 500 pesetas no le daban para nada. "Unos amigos de Ledesma se fueron a trabajar a Alemania y allí me consiguieron un contrato para irme unos meses más tarde", recuerda hoy Manuela, natural de Ledesma (Salamanca) y residente en Remscheid (Alemania) desde hace 45 años.

Manuela fue de las primeras. Igual que ella, otros 600.000 trabajadores españoles emigraron a Alemania entre 1960 y 1973. La mayoría hombres, pero también muchas mujeres. El martes se cumplen 45 años del primer convenio de emigración firmado entre España y Alemania. Pero ocho días antes de la firma del convenio ya había llegado a Remscheid para trabajar en la industria textil el primer grupo de 42 chicas. Eran de Béjar (Salamanca).

El milagro económico alemán había puesto de manifiesto en los años cincuenta la escasez de mano de obra para alimentar una industria pujante. Alemania firmó convenios similares con Italia, Grecia, Portugal y Turquía.

José Moral, albañil de Córdoba, quiso apuntarse en el Instituto Español de Emigración, a pesar de que sólo había plazas de minero. "¿Sabes lo que significa trabajar en la mina?", le preguntó el funcionario. "Los mineros son hombres, ¿no? Pues yo soy un hombre. Apúntame en la lista", respondió. Moral no tenía ni idea de dónde se había metido, pero aguantó cuatro años en el tajo. Hoy vive en la región de Nordhessen con su esposa.

La decisión de hacer las maletas y marcharse a Alemania no era fácil. Muchos se fueron encandilados por expectativas de hacer fortuna que no se cumplieron. El viaje era incómodo y largo. Los trenes, con asientos de madera, carecían de calefacción. Algunos iban con varias maletas, pertrechados hasta con botijo, pero los había pobres de necesidad, con apenas una caja o una bolsa.

"Te vas con mucha pena. Lo dejas todo. No sabes adónde vas", recuerda la soriana Marina Mittländer, de 64 años. Pero Alemania le gustó mucho. "Yo en seguida dije que me quedaba. Vine a un pueblo de la frontera holandesa llamado Goch y como yo era de pueblo me gustó. Me gustaban mucho las casas y esos jardines... Aquello me encantaba". Era el 19 de marzo de 1962. Marina quería ayudar a sus padres a pagar las deudas. En Alemania la trataron muy bien. "A mí me fueron a esperar a la estación, y nos hablaron en castellano porque el jefe de la fábrica había vivido en Argentina. Nos dieron un ramo de claveles", añade.

Pero no todos los 2,3 millones de españoles que emigraron a Europa en esos años lo hicieron de manera regular. El régimen franquista quería dirigir la emigración en función de la economía española. Quiso evitar que se marchara la mano de obra cualificada porque la necesitaba para la industria patria, y en cambio propició el éxodo en las regiones más pobres. Tres cuartos de los emigrantes tramitados por el régimen procedían de Andalucía y de las provincias colindantes con Portugal. El 70% trabajó en la metalurgia. Las mujeres iban al sector textil o a la industria alimentaria en las zonas pesqueras de la costa del Mar del Norte, donde trabajaron muchas gallegas.

"El Gobierno estaba interesado en que los emigrantes quedaran ligados a España para que enviaran dinero", explica el historiador Antonio Muñoz, especialista en emigración. 7.000 millones de dólares recibió España en concepto de remesas de los emigrantes hasta el año 1975. Con la emigración se consiguió, además, aliviar la tensión social que provocaban en España el desempleo y la pobreza. Alrededor de un 30% de los que marcharon lo hicieron al margen del Instituto Español de Emigración, saltándose las largas esperas de la burocracia.

El régimen tampoco quería que salieran del país los disidentes políticos por miedo a que dieran mala imagen de España y se organizaran en el exterior. Por ello, Alemania, un país profundamente anticomunista, era una buena opción. Pero llegó la revolución cultural del 68 y muchos lograron organizarse con el apoyo de sindicatos alemanes y medios de comunicación como Radio Baviera, cuya emisión en español daba cabida a voces que en España estaban silenciadas. Por las o­ndas de esta radio se emitió una de las primeras entrevistas que concedió Felipe González como secretario general del PSOE en 1974.

En 1973, año en que Alemania dejó de solicitar mano de obra a España, vivían en el país 185.000 trabajadores españoles. La colonia española ascendía entonces a 300.000 personas. Luego se redujo de forma continua hasta 1986, año en que quedaban unos 130.000. Desde entonces se mantiene estable.

"El 80% de los españoles que vinieron en esos años regresaron poco después", cuenta Antonio Muñoz, que es autor de una web (www.angekommen.com, en alemán) dedicada a la emigración ibérica -de España y Portugal- en Alemania. Muñoz se queja de que los retornados apenas han recibido apoyo al llegar a España. "El franquismo siempre reconoció a los emigrantes la importancia que tuvieron para la economía española, pero los gobiernos democráticos se olvidaron de ellos", lamenta.

Lejos de integrarse en la sociedad alemana, los españoles vivieron en guetos muy bien organizados gracias a las asociaciones de padres que formaron para velar por la educación de los hijos. Pero muchos no hablaban alemán. Manuela Ferrero reconoce que aún hoy no lo habla bien y no sabe leer ni escribir en alemán. Manuela se casó con un italiano y en casa inventaron "un idioma nuestro, mezcla de español, alemán e italiano".

El caso de Marina Mittländer fue distinto. "No me dediqué completamente a trabajar pensando en el regreso, como hacían muchos", asegura. Marina se integró, se casó con un alemán, cuyo apellido adoptó, y se esforzó por aprender el idioma correctamente. Pero no siempre fue así. "Al principio íbamos a la carnicería y como no sabíamos decir cerdo señalábamos con el dedo mientras tratábamos de imitar el gruñido del cerdo", recuerda. "Una de mis compañeras compró una vez carne enlatada que resultó ser comida para gatos, pero como no entendía alemán ni se dio cuenta".

Marina vive hoy en Francfort y se siente bien integrada. No siente añoranza. "Francfort ha llegado a ser mi segunda patria. Yo soy un árbol con dos raíces muy profundas: una es España y otra Alemania". No quiere volver, aunque cree que se integraría si lo hiciera. "Tengo mis hijos aquí, y mi sitio está donde está mi familia", dice.

A Manuela sí le gustaría volver, sobre todo para cuidar de sus padres, que viven aún en Ledesma. "Al principio sentí nostalgia. Pero no me puedo quejar: aquí me han acogido muy bien y no me han hecho echar en falta mi tierra".

La segunda generación
 

El periodista alemán Juan Moreno es en realidad español. Escribe en el Süddeutsche Zeitung una columna semanal de gran éxito por su estilo desenfadado, que contrasta con el sesudo tono de la prensa alemana, y las hilarantes anécdotas que cuenta sobre su familia: la idiosincrasia y cultura andaluzas vistas por una mentalidad ya totalmente alemana.

Juan Moreno nació en Huércal-Overa (Almería) en 1972 y llegó a Alemania en 1973. Creció en Hanau (Hesse) y, aunque es bilingüe, su español no es tan bueno como su alemán, idioma en el que escribe y piensa. Acaba de publicar su primera novela en Alemania.

La segunda generación de emigrantes españoles que permanecieron en Alemania se ha integrado totalmente en la cultura alemana, muchos se han casado con alemanes y sus hijos pierden la lengua española.

Otros volvieron con sus padres y no siempre hallaron el país soñado. Un equipo de la Universidad de Granada investigó entre 1986 y 1991 los problemas del retorno a España de la segunda generación de emigrantes en la adolescencia.

En el estudio, publicado en 2003, se muestra que el 44% de los adolescentes que regresaron encontraron que España era peor de lo que habían imaginado, mientras que sólo un 16% dijo que era mejor. Alrededor de un 40% tuvo problemas con la lengua española en el instituto. Y es que, si bien la mayoría habló siempre en español con sus padres, el idioma utilizado con los hermanos era, en más de la mitad de los casos, el del país de acogida.