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Fin II Guerra Mundial. 60 años después del desastre. Algunas heridas de la última gran contienda se reabren en la conmemoración del aniversario del final del conflicto
EL PAÍS - Internacional - 05-05-2005



Un niño pasa ante una enorme fotografía colocada en la plaza de Pariser, de Berlín, que muestra las ruinas de la capital alemana al final de la II Guerra Mundial. (REUTERS)


GUILLERMO ALTARES  -  Madrid

 

El 8 de mayo de 1945 terminó la II Guerra Mundial en Europa, un continente que quedó arrasado por un conflicto cuya brutalidad apenas es posible reflejar con cifras: 12 millones de personas fueron asesinadas por los nazis, 20 millones murieron en la ex URSS, siete en Polonia, que perdió al 20% de su población, en el continente había 21 millones de refugiados... Sesenta años después, jefes de Estado de todo el mundo se reúnen en Moscú el lunes para conmemorar la derrota del nazismo.

En EE UU, Reino Unido, Francia, Alemania o Polonia también se recordará el final del desastre Europeo -la guerra mundial no terminó hasta el 15 de agosto, con la rendición de Japón-. Desde que las tropas soviéticas liberaron Auschwitz, el 27 de enero de 1945, los aliados se encontraron en su avance hacia Berlín con cientos de campos de concentración o exterminio, algunos pequeños, otros inmensos, que mostraban la magnitud del mal que se había abatido sobre el mundo. Cada uno de estos centros de la muerte ha sido escenario de actos en memoria del horror. El último en ser liberado, el 5 de mayo, fue Mauthausen, donde tendrá lugar una ceremonia el domingo, a la que acudirá, entre otros, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero.

Ruinas
El panorama actual no puede ser más diferente del de aquella Europa en ruinas. Los países enemigos en dos guerras mundiales son ahora el motor de una Unión Europea que reúne a Estados separados durante la guerra fría por el telón de acero. Pero la conmemoración de Moscú ha abierto heridas, sobre todo en los tres países bálticos y en Polonia, que ni siquiera la Europa de Los 25, a la que estos cuatro países se incorporaron hace un año, ha sido capaz de cerrar.

"Por un lado está Rusia con su orgullo y su sentido de la historia y por otro Europa Central, que se quedó sola con una historia muy diferente. El problema es que el punto de vista de Moscú no es sólo selectivo, sino que ha eliminado una parte muy sensible de la historia rusa", ha escrito Janusz Reiter, antiguo embajador polaco en Alemania y director del Centro de Relaciones Internacionales de Varsovia. Nadie pone en duda el papel determinante de la Unión Soviética en la derrota del nazismo, ni el enorme sufrimiento de este país; pero los países bálticos (ocupados por la URSS al final de la guerra) o políticos de Polonia, un país que Stalin y Hitler se repartieron, han exigido a Moscú una disculpa por los crímenes del estalinismo, aunque han recibido como respuesta una acusación de "intento de reescribir la historia" por parte de miembros del Gobierno ruso.

"¿Teníamos algo que celebrar con el final de la guerra? Por mucho que lo piense, la respuesta sigue siendo no", ha dicho el escritor estonio Jaan Kross, nacido en 1920, que fue encarcelado por los nazis y deportado por los soviéticos. De los tres bálticos, sólo la presidenta letona, Vaira Vike-Freiberga, acudirá a Moscú y, como señaló en una entrevista, su intención es recordar al mundo "que al final de la II Guerra Mundial la mitad de Europa no fue liberada ni pudo vivir en democracia".

Triunfo sobre el fascismo
Polonia y Rusia también han mantenido un enfrentamiento similar. "Tenemos que recordar al mundo que el triunfo sobre el fascismo no dio a todos la anhelada libertad. Muchos, durante decenios, nos vimos despojados de la independencia y la soberanía", afirmó el martes el presidente polaco, Aleksander Kwasniewski, al anunciar que finalmente ha aceptado la invitación de Putin para participar en las ceremonias de Moscú, una presencia que le ha costado las críticas de los partidos de la derecha. Sesenta y cinco años después, en un mundo completamente diferente de aquel en el que ocurrió, la masacre de Katyn -el asesinato de 22.000 oficiales y soldados del Ejército polaco en 1940 por los soviéticos- sigue representando un problema entre Varsovia y Moscú, agudizado en abril después de que la Fiscalía militar rusa cerrase una investigación.

Pero las viejas querellas no sólo se producen entre Moscú y sus antiguos satélites. A principios de año, los medios eslovenos e italianos se acusaron de reescribir la historia a cuenta de un telefilme sobre las matanzas de italianos en Yugoslavia al final de la II Guerra Mundial. En 2003, Schröder pidió en Praga que se pasase la página entre la República Checa y Alemania por los decretos de Benes, que permitieron la expulsión de dos millones y medio de alemanes de los Sudetes en 1947. Todavía colean querellas sobre propiedades por aquella expulsión masiva, como tampoco se ha cerrado totalmente el problema planteado por la reclamación de compensaciones de alemanes expulsados de Polonia.

La intensidad de las heridas es mucho mayor en aquellos países que quedaron al otro lado del telón de acero, porque se sintieron abandonados por las potencias occidentales. El oficial británico de inteligencia Fitzroy MacLean ha relatado la frialdad política con la que los aliados trazaron las zonas de influencia que dejarían a Europa dividida durante cuatro décadas. MacLean, enviado británico entre los partisanos en Yugoslavia, advirtió a Churchill del peligro de que Tito instaurase un régimen comunista. "¿Tiene usted la intención de fijar su residencia en Yugoslavia al final de la guerra?", le preguntó el premier británico. "No, señor", le respondió. "Yo tampoco. Y, por tanto, cuanto menos nos preocupemos del Gobierno que pondrán tras la guerra, mejor", dijo Churchill.

No deja de ser simbólico -una de las muchas herencias de aquella división- que el final del conflicto se conmemore en dos fechas diferentes: el Día V-E (Victoria en Europa) se celebra el 8 de mayo en Occidente, porque fue la fecha en que terminaron las hostilidades, aunque los aliados habían acordado que el día 9 se celebraría el final de la guerra. Stalin mantuvo esa fecha para conmemorar el final de la Gran Guerra Patria.

En realidad, mucho antes de la firma de la rendición, los nazis ya habían perdido la guerra: Hitler se suicidó en su búnker el 30 de abril y Berlín, la capital del Reich de los Mil Años, cayó el 2 de mayo. El 7 de mayo el almirante Dönitz firmó la rendición incondicional. En el límite de la bolsa de resistencia nazi final se encontraba el último campo de concentración en ser liberado: Mauthausen, en el que fueron asesinados 110.000 presos, 6.000 de ellos españoles.

La vergüenza, la relación con la culpa y la memoria siguen siendo, y no sólo en Alemania, fantasmas que se resisten a desaparecer de un conflicto que costó la vida al menos a 40 millones de personas en Europa. En todos los frentes combatieron 110 millones de soldados -murieron 27 millones de militares y 25 de civiles en el mundo-. La memoria del horror no se borra en 60 años.