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Crónica de la discreta retirada de la última estatua de Franco en Madrid
17-03-2005 G. G. / CADENASER.COM

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Minutos antes de la medianoche, un camión grúa, otro provisto de una plataforma y una camioneta de ‘Bronces Artísticos’ se estacionaban discretamente junto a la estatua ecuestre de Francisco Franco. En ese momento, en la madrileña plaza de San Juan de la Cruz, en la fachada sur de la mole granítica de los Nuevos Ministerios, apenas había nadie más que la cuadrilla de obreros que iba a desmontar el monumento. Tan sólo media docena de reporteros, avisadosde la operación, presenciaban el inicio de la operación que iba a acabar con el último monumento al dictador existente en la capital de España. 

Hasta que ‘El Larguero’ no adelantó la noticia, la cosa transcurría en una intimidad extraña. Ya eran las doce y veinte cuando se acercaron los primeros curiosos. Un grupo de media docena de nostálgicos de la dictadura, encabezados por una rubia oxigenada vestida con ropa de boutique cara de la calle Serrano que con comentarios en voz alta trataba de provocar a los presentes, casi todos periodistas haciendo su trabajo. “Pero a quién le ha hecho mal este hombre", decía la rubia de frasco. “Si no fuera por él ahora todos estaríais comiendo mocos", insistía en una provocación que no encontraba eco alguno.

En esos momentos, los obreros ya habían colocado cinchas naranjas en la estatua, esperando a que la grúa moviera su brazo para retirar el monumento. Sin embargo, la operación tenía sus dificultades. La estatua, firmemente anclada a su pedestal, se resistía a ser retirada del lugar en el que llevaba casi medio siglo. Llegaron más curiosos, de uno y otro signo, y hasta hizo acto de presencia una patrulla de la Policía Municipal. Los agentes –algunos aseguraban que habían sido avisados por los nostálgicos allí presentes- pidieron a los obreros los permisos necesarios para retirar la estatua. Momentos de confusión. Los municipales dan orden de parar los trabajos hasta tener instrucciones sobre la legalidad de la operación. Los fachas aplauden entusiastas, convencidos de haber frenado lo que consideran una afrenta.

Sin embargo, la confusión duró poco. Hace acto de presencia una dotación de antidisturbios de la Policía Nacional, un representante del Ministerio de Fomento presenta los ‘papeles’ a los municipales y los obreros vuelven a su trabajo. Ahora, los que aplauden, tímidamente, son los curiosos de signo contrario. Para entonces, ya hay un centenar de personas en el lugar de los hechos. La mayoría de ellos, reporteros de diversos medios. Incluso, hace su aparición un equipo de CQC y un ‘hombre de negro’ hace las delicias de los franquistas acercándoles un micro y una cámara ante los que manifestar su indignación.

Los trabajos siguen y, minutos antes de las dos de la madrugada, la estatua es retirada de su pedestal. Queda suspendida en el aire y, finalmente, la grúa la deposita sobre la plataforma, donde es cubierta por una lona blanca que semeja una sábana. La estatua ecuestre del general Franco parece ahora un fantasma. El fantasma de cuarenta años de dictadura que ya son historia. Y a un nostálgico, ante lo ya inevitable, se le escapa un cometario: "Joder con el talante".