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José Díaz. "Lo buscaban para fusilarlo cinco años después de muerto"
María Victoria Fernández Luceño. catedrática de historia - Diario de Sevilla - 02/05/2005

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historia y vida. La biógrafa de José Díaz en su instituto.


Paisana de Pérez-Reverte, esta cartagenera de Sevilla tiene en José Díaz su particular capitán Alatriste. Entró casi de rebote en su vida y le apasionó su coherencia. Cuidado de una dolorosa enfermedad por el médico de Stalin, el panadero sevillano murió en Tbilisi, capital de Georgia, en plena batalla de Stalingrado. 

FRANCISCO CORREAL

Los ciclos. Ayer esta catedrática de Historia le habló a sus alumnos de la entrada de los rusos hace justamente 60 años en Berlín, rendición que tuvo el colofón del suicidio de Adolf Hitler. Es biógrafa de José Díaz, el panadero sevillano que se quitó la vida en noviembre de 1942, con las cartas cambiadas, los alemanes cercando Rusia en plena batalla de Stalingrado.

–¿Qué le llevó a José Díaz, la historia o la ideología?

–Una editora que preparaba biografías de personajes andaluces me dio una serie de nombres. Yo elegí el de José Díaz porque pertenece al periodo que enseño. El proyecto no se llevó a cabo y se lo ofrecí al Servicio de Publicaciones de la Universidad.

–Cuenta Orwell que en Barcelona todos los betuneros eran de la CNT. ¿Los panaderos se decantaron políticamente?

–El anarquismo fue el que más atractivo tuvo dentro del mundo obrero. Sus raíces hay que buscarlas en Cataluña en el siglo XIX, relacionado con el federalismo de Pi y Margall y con el cooperativismo. En Andalucía, especialmente en el campo, el anarquismo encajó perfectamente con la mentalidad del andaluz. Se hace más fuerte, más sindicalista. La CNT nace en 1911.

–¿Y José Díaz los abandonó?

–A pesar de un cambio tan radical, fue de los pocos dirigentes comunistas que no ha tenido una crítica acerva, ni fuera ni dentro del partido, y eso es gracias a su carácter político y su atractivo personal.

–¿Murió en el exilio?

–Georgia no fue su exilio. En 1938, en plena guerra civil, el médico de Stalin lo visitó en España y ya estaba muy grave de una enfermedad del estómago que contrajo en la cárcel cuando estuvo preso en la dictadura de Primo de Rivera. Se fue a Moscú para que lo trataran, pero Hitler estaba ocupando la URSS y el Gobierno de Moscú se fue a los Urales. Pero él siguió siendo secretario general hasta el momento de su muerte.

–Diez años en el cargo, desde Sevilla hasta Moscú...

–No lo eligieron, como se cree, en el congreso que el Partido Comunista celebró en 1932 en el pabellón de los Estados Unidos. Allí ya formaba parte del Comité Central.

–¿Qué es lo que más le atrajo de su personalidad?

–La fuerza de sus convicciones. Quizás la crítica más fuerte que se le hizo fue ser la mano derecha de la Internacional Comunista, dando a entender que su táctica en la II República estaba subordinada a los designios de Moscú. Yo pienso, defiendo y mantengo que gran parte de la actuación se debe a la impronta de los comunistas españoles, especialmente de José Díaz, Pepe Díaz como lo conocen los comunistas. Fue quien trató de eliminar la palabra soviet, propia del autocratismo zarista que todavía existía en la revolución de 1905.

–¿Qué tenía de macareno?.

–Todo. Nació en la calle Huerto, pero se mudó a Adelantado, 4. Allí fue donde organizó el congreso de marzo de 1932. En aquella casa cobraba las cuotas.

–¿Tuvo contactos con Diego Martínez Barrio, cuyos restos llegaron a Sevilla hace 5 años?

–Formaron parte de la candidatura única del Frente Popular que acudió a las municipales de febrero de 1936. Martínez Barrio fue presidente del Parlamento y Pepe Díaz era uno de los 17 parlamentarios comunistas. Protagonizó un acalorado debate con Gil Robles.

–¿Qué se sabe de sus aficiones?

–Sé que era un aficionado extraordinario a los toros. Y los sitios en los que se prodigaba en los mítines eran los del cante, todas las calles que desembocaban en la Alameda. Esa reuniones en Trajano, 16 con el delegado del Gobierno que terminaban siempre a farolazos.

–¿Panadero o sindicalista?

–Las dos cosas. Empezó con 11 años en un horno familiar y en Madrid lo detienen cuando vendía por la calle los roscos de pico típicos de la provincia.

–¿Un personaje de novela?

–Hay poco de novela. Hay en su vida, como en la de tantos como él, mucho de pragmatismo y muy poco de idealismo. Fueron luchadores, obreros que entregaron su vida, que se sacrificaron por la causa, pero no hay nada para la fantasía, creo yo.

–¿Ni para la novela histórica?

–Lo más curioso es que Pepe Díaz muere en 1942 y hasta 1947 tiene abierto un expediente del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo que lo considera carne de fusilamiento y finalmente lo da en paradero desconocido. El documento está en el Archivo de Salamanca.

–¿A quién le dedica el libro?

–A quienes tanto lucharon por el cambio y murieron sin verlo. Otros tuvieron más suerte, como Manuel Benítez Rufo, un comunista al que hasta la gente de derechas recuerda como un estupendo alcalde de Dos Hermanas.

–¿Qué dicen estos restos?

–La lección de la memoria histórica. ¿Por qué desenterramos a los muertos? Hay que desenterrarlos para enterrarlos bien. 


Vecinas en Moscú y Sevilla 

Amaya Ruiz Ibárruri (a la derecha) y Teresa Gardenia, a su lado, hijas de la Pasionaria y de José Díaz, dirigentes históricos del Partido Comunista de España, compartieron exilio de niñas de la guerra en Moscú y ayer coincidieron en el centro cívico Las Sirenas en la presentación de un libro del panadero de la Macarena. Amaya leyó la última carta de Pepe Díaz a la Pasionaria.