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¿Agua? Si tienen vino y no se lavan. Tras el accidente nuclear de Palomares, EE.UU. estudió cómo lavar su imagen y se planteó construir una potabilizadora
EDUARDO MARTÍN DE POZUELO - 15/08/2005 - La Vanguardia


DURANTE LAS TAREAS de limpieza, los soldados norteamericanos bebieron agua que les trajeron en los barcos del ejército de EE. UU.

Agua o carretera. Ese era el dilema. Tras la caída de cuatro bombasnucleares en las cercanías del pueblo almeriense de Palomares, los norteamericanos debatieron sobre cuál era el mejor modo para lavar su imagen, con la tranquilidad de que su gente bebía y comía productos importados de Estados Unidos mientras que los tomates de la región afectada por el accidente se vendían en el mercado español.

La mañana del 16 de enero de 1966, un bombardero pesado de largo alcance B-52 de la U. S. Air Force (Fuerza Aérea de Estados Unidos) armado con cuatro bombas nucleares de 1,5 megatones chocó en vuelo con un avión cisterna KC135 con base en Morón de la Frontera. El superbombardero, que procedía de Seymour Johnson, en Carolina del Norte, participaba en unas maniobras de la Fuerza Aérea americana, pero un error en la operación de abastecimiento de combustible provocó el accidente a nueve mil metros de altura sobre Palomares, una pedanía del municipio almeriense de Cuevas de Almanzora. Desde aquel instante el nombre de Palomares quedó inscrito en la historia mundial de las catástrofes nucleares, ostentando hoy el triste récord de ser el broken arrow (flecha rota, nombre clave norteamericano para la pérdida de armas nucleares) más grave de la historia y el pueblo con más contaminación radiactiva de España.

Los aviones se desintegraron, y sus restos cayeron en llamas. Siete tripulantes murieron en el accidente, y cuatro se salvaron en paracaídas. En cuanto a las bombas, dos de ellas fueron recuperadas casi intactas, una en tierra y otra en el mar, pero 80 días más tarde, gracias a la memoria fotográfica de un pescador local que ha quedado para siempre como Paco, el de la Bomba. Las otras cayeron muy cerca de Palomares y esparcieron unos 20 kilos de plutonio por los alrededores al estallar la carga explosiva convencional que llevaban a modo de detonador. La zona hoy sigue contaminada.

Tras el desastre, EE. UU. quedó en evidencia al descubrirse que las bombas atómicas pasaban a diario sobre las cabezas de los españoles, y entonces, en paralelo a las medidas militares para que el accidente no se repitiera, la Administración del presidente Lindon B. Johnson comenzó una campaña de lavado de imagen para que España - a la que, al parecer, consideraban muy cercana a la descrita por Luis García Berlanga en su película Bienvenido, mister Marshall-no se molestara con el incidente. De este modo, mientras el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, se bañaba en meyba en la zona del accidente para demostrar junto al amigo americano que el agua no estaba contaminada y quitar hierro así al hecho de que cuatro bombas nucleares norteamericanas hubieran caído sobre Almería, los diplomáticos estadounidenses se afanaban en buscar una solución para mejorar su imagen y que el asunto no afectara a los acuerdos bilaterales sobre las bases.

"Espero que puedas dedicarme unos minutos de tu tiempo para una discusión entre nosotros sobre este persistente y pegajoso problema", comienza la carta que Laurin B. Askew, consejero de embajada para Asuntos Políticos, de la legación norteamericana en Madrid, escribió a un miembro del gobierno en Washington el 10 de noviembre de 1966. Obviamente, el pegajoso problema no era otro que el accidente de Palomares, que les traía de cabeza desde el punto de vista de la proyección pública. Incluso habían creado un grupo de estudio en busca de ideas.

"Como ya sabrás, hemos alcanzado la firme conclusión del equipo de campo de que, en principio, los intereses de EE. UU. se atenderían mejor mediante un gesto gratuito que simbolice nuestro reconocimiento de la amistad y cooperación demostrada por el pueblo español, particularmente al de Palomares, con ocasión del accidente. Estamos preparando hacer esta recomendación oficialmente a Washington y agregar firmes propuestas acerca de los tipos de proyectos que se podrían asumir".

Uno de los planes de actuación planteados como gesto de amistad pasaba por solucionar el abastecimiento de agua potable para la zona, de lo que se desprende que no tenían nada claro que la que había en Palomares fuera apta para el consumo. Tanto es así que, como se indica en la carta, durante las operaciones de extracción de 1.400 toneladas de tierra contaminada que fue depositada en bidones para ser enviada a un cementerio nuclear en EE. UU., el riego fue suspendido, y los soldados americanos que participaron en la operación y que acamparon cerca del lugar bebieron agua propia. "Durante el funcionamiento del campamento Wilson, el agua potable para nuestro personal se obtuvo de los barcos del ejército de EE. UU., y las necesidades de electricidad fueron proporcionadas por generadores portátiles de USAF", explicó a EE. UU. el diplomático.

Después de calcular el consumo de agua para Palomares y Villaricos, los técnicos evaluaron la posibilidad de construir la planta potabilizadora, idea que el consejero desechó por necesitar más estudio, por resultar muy cara y por una sorprendente razón que el norteamericano formuló de un modo un tanto retórico aludiendo al consumo de vino y a una supuesta falta de higiene de los almerienses: "Y me pregunto si una fuente de agua potable pura representaría una gran ayuda a ojos de los agricultores de Palomares, como podría parecer a primera vista. Después de todo (y lo admito de forma ligeramente frívola), para beber hay vino, y las necesidades de baño y lavado no parecen ser demasiado apremiantes; con lo que la principal demanda de una fuente de agua pura sería probablemente para riego. Si la fuente que pudiéramos desarrollar no fuera suficiente para satisfacer esta demanda, podríamos estar comprando simplemente insatisfacción en lugar de gratitud. No obstante, si en Washington llegaran a la conclusión de que el agua es nuestra mejor apuesta, podríamos intentar reunir datos más definitivos".

Descartada el agua para lavarse, teniendo vino para beber y ante la posibilidad de fracasar con la planta potabilizadora por falta de sensibilidad de los habitantes de Palomares, la otra opción barajada era la de arreglar la carretera. Pero resulta que el Estado ya lo estaba haciendo, y "la idea de construir un pequeño rompeolas para proporcionar un amarre de protección para la flota de pescadores de Villaricos parece fuera de cuestión. Nuestro ingeniero calcula que el coste de dicho proyecto es de 32,4 millones de pesetas, lo que consideramos claramente excesivo".

Investigación: Eduardo Martín de Pozuelo Edición: Iñaki Ellakuría
Documentación: C. Salmurri, F. Martínez
Mañana: "El 'Trabajo de Dios' según EE. UU."/ 38