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Historia de una traición. Dos españoles vendieron a Arnold, el agente alemán que montó en Madrid la red de comunicación entre Berlín y América
EDUARDO MARTÍN DE POZUELO - 18/07/2005 - La Vanguardia


CON EL PASO DE LA guerra la protección de Berlín se debilitaba en la misma magnitud que crecía el acoso de la policía en España

Karl Gustav Arnold, el agente que montó la red de correos humanos entre América y Berlín vía Madrid, fue un buen espía, pero nazi. Su labor en España al servicio del Reich tuvo éxito, pero la derrota de Alemania le dejó sin cobertura y a partir de mayo de 1945 tuvo que buscarse la vida. La ambición económica de sus amigos en Madrid le llevó a ser capturado. Ésta es la historia de una traición, tal como Arnold se la contó al oficial del servicio Exterior de Estados Unidos, Wendell Blancke, que en 1946 le interrogó en Alemania.

Aunque, en realidad, Arnold era el artífice de la red de comunicación clandestina que enlazaba Berlín con Buenos Aires, oficialmente era sólo un empleado de la Compañía General de Lanas, con sede en la calle Ayala número 10 de Madrid. El supuesto comerciante alemán se alojaba en el 72 de la calle Lista (hoy Ortega y Gasset) de Madrid y su vida se desarrolló con relativa placidez bajo el paraguas del Reich. Pero cuando la guerra cambió de signo, la protección de Berlín se fue debilitando en la misma medida en que la policía española comenzó a hostigarle.

En mayo 1945, Arnold liquidó su organización, dejó su tapadera en la Compañía de Lanas y trató de sobrevivir por su cuenta. Un mes después, la policía le detenía por su implicación en un asunto de billetes de banco británicos falsificados. Estuvo 21 días incomunicado en la Dirección General de Seguridad y después fue transferido a la prisión Provincial de Madrid en Carabanchel.

Tras su liberación fue más consciente que nunca de que, desde ese momento, tendría que valerse por sí mismo y, sobre todo, obtener favores donde pudiera de las autoridades españolas. Por eso entró en contacto con los capitanes Bahamonde y Guitán y el comandante Álvarez Lará. "Arnold creía que el capitán Bahamonde no era familia del general Franco, como había indicado el agente Meywald. De hecho, el prisionero pensaba que el hombre se deletreaba Baamonde, sin la h", escribió el interrogador. El capitán visitó con frecuencia a Arnold mientras estuvo en prisión y, según el propio Arnold, "hizo todo lo que pudo para aliviar la situación, y demostró ser un amigo agradable y fiel", por lo que pensó que Bahamonde le ayudaría a conectar con las autoridades españolas.

En octubre de 1945, ofreció al capitán su cámara Mipu, calculando que, puesto que Bahamonde estaba conectado con Inteligencia, él, a su vez, se pondría en contacto con algún oficial de ese servicio y le pasaría el aparato. Arnold tenía razón: Bahamonde le dio la cámara al comandante Pablo Álvarez Lará y pronto le presentó a Arnold. Álvarez, que aceptó la cámara y le prometió la protección de las autoridades, era del Estado Mayor y estaba conectado con el S.I.M (inteligencia militar española).

En noviembre, con el fin de cimentar más sus nuevas relaciones, Arnold ofreció a Álvarez Lará un transmisor alemán que el español aceptó, "pero sólo con la condición de que le permitiera pagar 4.000 pesetas por él". Tras aquella transacción, una serie de hechos ocurridos en el entorno de varios amigos suyos alemanes que estaban en su misma situación le hizo pensar que había sido "vendido por los españoles encargados de su cuidado". "Llegados a este punto -escribió Wendell Blancke-el prisionero estalló exasperadamente para indicar que las promesas de protección de Bahamonde y Álvarez Lará no tenían otro fin que ganarse la confianza de Arnold y de sus asociados para seguirles la pista, y finalmente abandonarlos a su propia suerte. Por ejemplo, Álvarez Lará prometió al prisionero un pasaporte español que le pudiera llevar a Sudamérica; pero, a pesar de los numerosos recordatorios, nunca recibió ninguno. Todo lo que recibió del español durante este periodo fue una invitación ocasional a cenar y una serie de trabajos de tra-ducción. Cuando Arnold fue arrestado en su refugio de Asturias, en San Juan de la Arena, cerca de Oviedo, logró enviar un telegrama a Álvarez Lará, pero éste último nunca le visitó en prisión ni hizo nada para impedir su entrega a EE.UU.".

¿Había sido Arnold traicionado por aquellos militares? Blancke creyó que no y así lo hizo constar en su informe: "ésta exhortación, por supuesto, ha sido informada tal y como Arnold la mencionó, desde su punto de vista. Álvarez Lará parece que estaba haciendo su trabajo como oficial de Inteligencia, aunque puede que se hubiera excedido en sus promesas. El prisionero admitió más tarde que Álvarez Lará al menos había sido lo suficientemente honorable como para no haber dirigido a la policía hacia el escondite de Arnold en Asturias, que él conocía".

Si los capitanes no le traicionaron ¿quién lo hizo? Arnold explicó que cuando estaba todavía en prisión, recibió la visita del abogado Antonio Helguero Valcárcel, con despacho en la calle Bretón de los Herreros 40, que llegó en compañía del policía Fernando Rivas, a quien no conocía. El abogado pidió 50.000 pesetas por sacar de la cárcel a Arnold y a otro alemán preso por la misma causa. Es decir, 25.000 por cada uno. Aceptó y en octubre de 1945, "Helguero organizó su liberación bajo una fianza de 5.000 pesetas por cada uno", y Arnold le pagó las acordadas 50.000 de las que 5.000 fueron a manos de Fernández Rivas. Posteriormente el espía alemán entregó su Opel y más dinero a Helguero Valcárcel, a cambio de no tener que presentarse cada 15 días en comisaría.

Cuando los Aliados solicitaron a España la entrega de Arnold, Helguero le ofreció falsos documentos de identidad. El ex agente aceptó y eligió el nombre Carlos Alonso Kleibel, para que el segundo apellido, que era el de una madre suiza, justificara su apariencia alemana. Por 500 pesetas, Helguero le entregó un salvoconducto válido durante seis meses y un carnet de conducir. Pero, a continuación -explicó el agente-, el abogado y Fernández Rivas empezaron a vivir a su costa, chantajeándole "más y más dinero hasta que, finalmente, cuando se dieron cuenta de que la fuente se había secado y de que no habría más fondos, le denunciaron a la policía y contaron todo lo que sabían sobre él".

Sólo había dos personas en Madrid -Álvarez Lará y Helguero Valcárcel-que sabían dónde se ocultaba "y el prisionero supo posteriormente por la policía que había sido Helguero quien le había traicionado", escribió W. Wendell Blancke.

De nuevo en prisión, el 23 de agosto de 1946, Rivas apareció en la cárcel y le anunció que le trasladaban a Alemania. En la celda tenía un cuarto de botella de coñac, una docena de pastillas para dormir, Luminal, y "una de las cápsulas venenosas instantáneas del tipo utilizado por Himmler para matarse a sí mismo". Arnold se tomó las pastillas y el coñac y a la siguiente mañana, lo encontraron en estado comatoso. Cuando volvió en sí, estaba en Alemania y su cápsula de veneno había desaparecido. Al poco, Willton Wendell Blancke comenzó a interrogarle.

Investigación: Eduardo Martín de Pozuelo
Edición: Iñaki Ellakuría
Documentación: C. Salmurri, F. Martínez
Mañana: "Un plan para exterminar rojos" / 10