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Un horror ficticio
félix j. palma - Diario de Sevilla - 23/05/2005

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Como ustedes, yo nunca he estado en un campo de concentración nazi. Y Enric Marco tampoco. Como ustedes, yo nunca he tenido que cargar con una piedra de 50 kilos por la tristemente célebre escalera de 186 peldaños de Mauthausen. Y Enric Marco tampoco. Como ustedes, yo nunca he servido de cobaya humana para las farmacéuticas alemanas. Y Enric Marco tampoco. Como ustedes, yo nunca he viajado hacinado en un tren infecto, ni he sido desnudado y despiojado a la luz inclemente de un foco, ni mordido por perros feroces. Y Enric Marco tampoco.

Sin embargo, durante 30 años todos hemos creído que Enric Marco había sufrido todo eso, sin sospechar jamás que nos estaba vendiendo un bote de crecepelo. Ahora lo han relevado de su cargo de presidente de la Asociación Amical de Mauthausen, despojado de la Cruz de San Jordi, y abucheado en los medios de comunicación por ir de farol. La mayoría considera que le ha faltado el respeto a las auténticas víctimas; sólo unos pocos se atreven a vindicar el poder revulsivo de las mentiras piadosas cuando sirven, como en este caso, para pasarle el plumero a la memoria de nuestros viejos republicanos, condenados al ostracismo la mayor parte del tiempo. Imagino que cada uno de ustedes tendrá formada ya su opinión al respecto; a mí me parece mucho más interesante saber hasta dónde se creía Enric Marco su mentira, qué pensaba cuando detallaba con un deje de estremecimiento en la voz los muchos horrores que no había padecido.

Según ha confesado él mismo, Marco partió a Alemania en una expedición de "trabajadores españoles", y en 1942 fue detenido por las autoridades nazis y fugazmente encarcelado, peripecia que, como puede verse, palidece ante una estancia indefinida en un campo de exterminio. Fue en 1978 cuando decidió fabricarse un pasado de pega, llenarse la cabeza con recuerdos que otros intentaban olvidar, e incluso levantar acta de todo ello en una autobiografía titulada Memoria del infierno, que ahora, ante los nuevos acontecimientos, ha pasado a engrosar las baldas de las novelas. Su mentira era tan perfecta que hasta tenía un número de deportado: 6.448. Pero, ¿cómo sería su vida cuando no fingía? ¿Se sentiría atormentado por sus falsos recuerdos cuando no daba charlas o conferencias sobre su triste destino de superviviente, cuando no ejercía de pregonero de un sufrimiento que no le había dejado marcas? O lo que es aún más intrigante, qué le animó a hacerse pasar por un deportado, a disfrazarse de víctima del nazismo. Ahora, descubierto el pastel, al trovador Enric Marco le han abierto los portones del campo de concentración de su imaginación, y deberá aprender a vivir como un hombre sin traumas, al que la tragedia sorteó para su desgracia. Pero mientras duró la mentira, Enric Marco interpretó su papel con convicción, hablándonos del horror con mayor credibilidad que aquéllos que lo habían vivido, que es a la larga lo que hacemos los escritores: emocionar a los lectores con cosas que no nos han pasado nunca.