Sobre la "cutrez" de los campos franquistas, Baulenas, la investigación y "La Razón".
Javier Rodrigo - 18 de marzo de 2005
Javier Rodrigo Autor de Los campos de concentración franquistas, entre la historia y la memoria (2003) y de Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947) (2005).
Leo, ciertamente tarde y con curiosidad, la “entrevista" «Baulenas recrea los campos de concentración franquistas», realizada al escritor Lluís-Anton Baulenas a raíz de la publicación de su novela, Por un puñado de huesos, y publicada por La Razón el 23 de febrero de este año. Una breve reseña sobre un libro aún no leído no debería dar demasiadas pistas para interpretar nada, y mucho menos para escribir al respecto. Sin embargo, en tan pocas líneas se albergan, imagino que porque la cosa no daba para más, tres o cuatro ideas cuanto menos confusas que, como historiador especializado en la materia, considero necesario cuestionar.
Dice Baulenas, nada más empezar, que «siempre escribe la misma novela». Buen inicio: mientras en Polonia, Alemania, los Estados Unidos o incluso Italia o Francia la literatura histórica o narrativa (de producción propia, no traducciones) en torno al fenómeno concentracionario llena estanterías, aquí se reduce a un puñado de libros de ensayo, alguna alusión novelesca, el Campo de los almendros de Aub —quien nunca lo pisó—, El año de la victoria de E. de Guzmán, y poco más. Cuando un autor tiene a bien hacer suya la experiencia de los campos franquistas e intentar analizarla mediante la reflexión y la escritura (cosa que hacemos desde el ensayo), resulta que siempre escribe la misma novela. O sea, que lo mismo da hablar de Miranda de Ebro que del cabaret barcelonés. Es cuanto menos desafortunado decir que se escribe siempre de lo mismo, cuando sobre los campos franquistas no se ha escrito prácticamente nada. En otro momento, se señala que «después de mucho investigar, el autor llegó a la conclusión…». ¿Investigar? Parece que Sonia Doménech, firmante del artículo, necesita hacer de su entrevistado un investigador, metido en decenas de archivos, haciendo decenas de entrevistas, rodeado de miles de documentos, para que la narración sea creíble. No es así, por fortuna, ya que el universo concentracionario franquista puede, grosso modo, recrearse partiendo de los libros de quienes hemos investigado realmente el tema. No es investigar el cometido de un novelista (hay excepciones notables, como el reciente Enterrar a los muertos, de I. Martínez de Pisón), y su narración puede ser creíble igualmente sin que al autor se le cubra de la pátina de (dudosa) legitimidad que, supuestamente, otorga haber pasado varios años entre documentos. Sobre todo, si la conclusión de tales investigaciones es la que sigue: «llegó a la conclusión de que los campos de concentración del franquismo eran tan “cutres" que los presos se morían con facilidad». ¿Cutres? Para ese viaje no hacían falta las alforjas de la “investigación"; bastaba con ojear algo de César Vidal (quien me dijo una vez que él también había “investigado", ¿casualidad?, los campos franquistas) y con acercarse a la Espasa, edición especial sobre la guerra civil, para obtener semejante (y superficial) conclusión. ¿Qué quieren decir exactamente con estas palabras la redactora, el autor y el periódico que las alberga? No, los campos franquistas no eran cutres. Eran centros de internamiento de prisioneros con unas deplorables condiciones de vida, donde se practicaban políticas de reeducación y clasificación y donde se torturaba a los internos. Eran lugares donde no solamente la provisionalidad y la cutrez acababan con los internos, sino que condensaban en su interior las políticas represivas de los sublevados. No era, claro, lugares donde se ejecutasen políticas de exterminio. Pero eso no les otorga ningún carácter cutre. Considerar cutre todo aquello que no se ajuste al “paradigma" (más bien, mínimo común múltiplo: lo que más o menos todos conocen o han oído al respecto) de los campos de exterminio es un enorme desenfoque histórico, una deformación del pasado. Porque el espejo del exterminio, querámoslo o no, es deformante, y todo lo que tiene para entender otras realidades como la franquista mediante su comparación, lo tiene de difuminador y deformante si ésta no se maneja con las debidas precauciones. Claro que todo será cutre comparándolo a Auschwitz: los campos franquistas, las desapariciones en Argentina o el régimen de Pol Pot y sus jemeres rojos. ¿Cutre? Recalcar la supuesta cutrez de los campos franquistas en una entrevista de escasas líneas no hace sino reproducir una idea bastante habitual: que la guerra civil y la violencia política en ambos bandos fue algo de alpargata y odios ancestrales, nada que ver con una política paraestatal de expulsión, exclusión y transfiguración identitaria;o, llevando la argumentación hasta un extremo que seguro el autor no comparte, que la franquista fue una dictadura garbancera y gris, con un caudillito regordete y de voz aflautada (parafraseo aquí a Isaac Rosa, El vano ayer) y unas prácticas represivas desordenadas, zafias, cutres. Pues no: los prisioneros en los campos no morían porque los campos fuesen cutres. Morían por enfermedades, por delaciones, por intentos de fuga. Enfermedades, delaciones y fugas que forman parte de la propia estructura concentracionaria, pensada como represiva y regenerativa para con los integrantes de la “anti-España". Reducir todo eso a la cutrez de los campos es deshistoriar, es superficial y, ante todo, elimina cualquier posibilidad de comprensión y análisis histórico. Por fin: «remarcó que en los campos de nuestro país “se hicieron barbaridades como las derivadas de las teorías del comandante psiquiatra Vallejo Nájera, que hablaba del “gen rojo" y separaba a los recién nacidos porque pensaba que podían heredar la locura"». Aquí Baulenas mezcla sin mucha atino el campo de San Pedro de Cardeña con la cárcel de mujeres de Málaga, y da por buenas conclusiones a las que los historiadores no hemos podido llegar. Tal vez en eso consista la “investigación", en ajustar los hechos a lo que interesa contar. Claro que hubo políticas de reeducación en los campos. Pero no puede concluirse que derivasen de las investigaciones de Vallejo. Estas les dieron el marco intelectual donde enmarcarse, no establecieron conclusiones exportables para todos los campos franquistas. Y, como dice Vinyes, sí establecieron la posibilidad del robo de niños y niñas en las cárceles. En conclusión: leeré Por un saco de huesos en cuanto aparezca la edición en castellano para volver a opinar sobre el asunto con más detenimiento. Espero, sinceramente, que lo que aquí no son sino hipótesis fundadas en un brevísimo comentario no se van confirmadas en la novela. Y espero, sinceramente, que esos comentarios sobre la cutrez concentracionaria no le hagan justicia a un libro que, a buen seguro, será muy interesante por cuanto plasmará, al fin, la realidad de más de medio millón de internados en los campos franquistas.
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