Águilas y caballos. El olvido que fraguó la transición exigió un respeto equivocado para los símbolos franquistas
JOAQUIN Varela - La Voz de Asturias - 24/03/2005
http://www.lavozdeasturias.com/noticias/noticia.asp?pkid=190671
Tras la derrota de Hitler y Mussolini, los nuevos Estados democráticos de Alemania e Italia llevaron a cabo, con el apoyo de la mayoría de la población, una labor de derribo de los símbolos de los regímenes vencidos. Las estaturas del Führer y del Duce se demolieron y los nombres de las calles y plazas se sustituyeron con rapidez. En España, en cambio, treinta años después de la muerte del Caudillo, los nombres de Franco, Mola, Sanjurjo o José Antonio Primo de Rivera siguen en muchos pueblos y ciudades. Nadie ha borrado tampoco las inscripciones que en muchas iglesias recuerdan a los "caídos por Dios y por España". Y no pocas estatuas del dictador, casi todas ecuestres, continúan en su sitio, varias décadas después de que se erigieran. Una de ellas --sólo una de ellas-- acaba de ser retirada de su pedestal hace unos días en Madrid. No fueron las masas desbocadas. La retiraron unos operarios, de noche, por orden de la ministra de Fomento. Huelga recordar que la más imponente obra construida por la dictadura para conmemorar la Cruzada, en cuya construcción se emplearon a fondo millares de presos políticos, permanece en su sitio. Me refiero, claro está, al Valle de los Caídos. El contraste entre la iconoclastia italo-alemana y la pacata actitud española tiene una fácil explicación. En Alemania e Italia el totalitarismo nazi-fascista fue derrotado militarmente. Sus máximos dirigentes no sobrevivieron a la derrota. Hitler se suicidó en su búnker, desde donde pretendió prolongar la tragedia, sin importarle un ardite el enorme daño causado a la humanidad y a su propio pueblo, como nos recuerda la reciente película El hundimiento. Mussolini fue ajusticiado por los partisanos y su cabeza colgada de un palo. En España, en cambio, los aliados no consiguieron deponer a Franco. Tampoco lo intentaron seriamente. El comienzo de la guerra fría fue su salvación. El dictador murió en la cama, cuatro décadas después de su victoria militar. LA TRANSICION democrática se basó en la reconciliación. Y en el olvido. Y el olvido exigió --yo creo que de forma equivocada-- respetar el pasado más reciente. También sus símbolos. Sólo apenas se quitó el águila imperial al escudo nacional. Y poco más. Algunos sostienen que con esta comedida actitud no se trata tanto de respetar a Franco como a la historia. O a Franco como parte de la historia. Pero, además de pasar por alto que hay historias poco o nada respetables, ni desde luego conmemorables (pues eso es lo que hacen los símbolos y los iconos: conmemorar, exaltar, celebrar), los que así piensan olvidan que esas calles o esas plazas tenían antes otros nombres e incluso los pedestales otras estatuas, que formaban parte de otra historia. Por ejemplo, la historia del liberalismo. La de Mendizábal y Flórez Estrada, la de Castelar y Pi i Margall, la de Giner de los Ríos y Azaña. Una historia tan histórica como la franquista, pero muchísimo más respetable y, en cualquier caso, más entroncada con nuestra democracia, y por eso más digna de ser exaltada. Podría deducirse de todo lo anterior que el franquismo está más presente en la actual España de lo que lo está el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia. Pero sería una deducción errónea. En estos dos países no dejó de haber nunca una activa minoría que siguió reclamando la herencia de Hitler y de Mussolini. Grupos neonazis o neofascistas siguieron actuando e incluso presentándose a las elecciones, al amparo de la legalidad democrática. El Movimiento Social Italiano de Almirante llegó incluso a obtener el respaldo de un diez por ciento del electorado antes de que Fini, su joven secretario, decidiese escindirse y crear otro partido más presentable, que hoy formar parte del Gobierno de Berlusconi. TRAS LA CAIDA del muro de Berlín y la reunificación de Alemania, los grupos neonazis comenzaron a crecer de forma alarmante. Sobre todo en los viejos estados de la extinta República Democrática Alemana, los más golpeados por la crisis económica. En España, en cambio, casi nadie se acuerda de Franco. Su presencia simbólica, iconográfica, es más fruto del olvido que del recuerdo, de la inercia que del apoyo. Afirmar, como a veces se hace, que no existe extrema derecha franquista en España porque está en el Partido Popular, es tan falso como injusto para este gran partido democrático. Cierto que muchos de los que apoyaron el franquismo --un régimen que contó con una amplia base social, no se olvide-- militan, simpatizan o votan por el PP. Pero la inmensa mayoría de ellos lo hacen a sabiendas de que el franquismo es cosa del pasado, no del presente y menos del futuro. Incluso la extrema derecha española, que sí existe, no ignora que poco tiene que hacer reivindicando a Franco. Sus más lúcidos ideólogos saben que su mensaje debe orientarse a denunciar la política inmigratoria --como ocurre en el resto de Europa-- y la amenaza de los nacionalismos periféricos, así como la legislación que despenaliza el aborto y reconoce el matrimonio homosexual. La combinación de xenofobia populista, ultranacionalismo español y conservadurismo moral podría otorgar a esa extrema derecha un cierto espacio en los años venideros. Confiemos en que muy limitado. Pero, en cualquier caso, una extrema derecha esencialmente franquista, nostálgica del pasado, abiertamente contraria al Estado democrático, tiene entre nosotros un nulo porvenir. Franco, pues, podrá seguir conservando estatuas y dar nombre a algunas calles y plazas --algo lamentable-- pero su presencia es muy escasa entre nosotros. En rigor, precisamente porque está ausente de nuestra realidad política y social todavía sigue, simbólicamente, en pie. O a caballo. *Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo.
|