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La bonita historia del payaso de los refugios antiaéreos de Barcelona
En el País Catalunya, por el escritor Arcadi Espada - Abril 2005

http://www.arcadi.espasa.com/


El desconocido payaso de Barcelona. / ROBERT CAPA


Llamamiento

EL PAÍS - 14-02-2005 

Se trata de un payaso. Del desconocido payaso de Barcelona, según tituló Joseph Roth su artículo del Pariser Tageszeitung del 26 de enero de 1939. "En Barcelona, la infortunada ciudad, hay un payaso que hace reír a los niños en los refugios donde se han salvado de los ataques aéreos". El artículo viene en la antología El juicio de la historia. Escritos (1920-1939), que ha traducido, prologado y anotado Gil Bera. La mayor parte de los escritos son de la época de Berlín, aquel lugar donde "puede uno dormir en un banco de parque y saciarse con un puñado de cerezas". Pero hay algunos de París, adonde llegó en 1933, huyendo de Alemania. Le había dicho a un amigo: "Quemarán nuestros libros pensando en nosotros. Tenemos que marcharnos para que sólo quemen los libros". Roth publicó en varios diarios y revistas franceses. Hay un artículo redondo, también en el Pariser, en otra antología que hace un año publicó El Acantilado. Se llama Guía para lectores de periódicos, año 1939, y sólo le sobra esa colita temporal. Roth murió en París. Se cuenta que cayó fulminado en la tertulia del café Tournon. Ya había escrito La leyenda del santo bebedor. Murió el mismo año en que acabó la Guerra Civil española, pocos meses después de escribir sobre el payaso. El artículo se publicó, casualmente, el 26 de enero, que fue el día que la guerra acabó para Barcelona. "En los periódicos se ve su fotografía. Ahí está con su atuendo de bufón, en el sótano, en medio de los niños que se han salvado de las bombas, y hace gracias". El artículo es una cosilla. "¿Quién entonará el cántico de gloria del payaso desconocido de Barcelona, el que incluso huyendo al refugio, frente a la muerte, y lo que es peor: con la muerte a la espalda, aún pensó en llevar consigo su herramienta de trabajo, su atuendo, su carácter, su esencia?". Una cosilla rápida y sin miramientos, pero el hecho que relata es extraordinario. Tan extraordinario que tal vez inutiliza al artículo. Un artículo es un artefacto ideado para la exageración.

Es decir, que empecé a buscar la foto. En los libros, primero. Imágenes de la Guerra Civil española. Imágenes inéditas de la Guerra Civil, 1936-1939: las mejores fotografías de la Agencia Efe. La Guerra Civil espanyola: fotògrafs per a la història. La antología de Centelles. España en llamas. La guerra de España en sus fotografías. Años de muerte y esperanza. Fotografías de la Guerra Civil española, de Kati Horna. Y también le eché un vistazo al Doble diario de la Guerra Civil, editado por Abc. Es probable, como dice Paul Johnson, que la Guerra Civil española sea la guerra sobre la que más mentiras se han contado. Y las fotos deben de formar parte de esas mentiras. La primera mentira quizá sea la abrumadora mayoría de fotos del bando republicano. Pero aun contando con Johnson y las mentiras, el quebrado entusiasmo republicano sigue conmoviendo incluso a los hombres de mala fe. Los periódicos y las revistas, luego. Notas gráficas, Día Gráfico, La Publicitat, Solidaridad Obrera. Una vasta ojeda en torno a los días anteriores a la fecha en que Roth publicó su artículo. Las fotografías en los diarios convencionales de la época eran escasas. Contrasta con los tiempos presentes, en los que se ponen aunque no haya.

La periodista Elisenda Ariza estaba en París, como la colección del Pariser Tageszeitung. Tuvo la amabilidad de llegarse una mañana hasta la maravillosa Biblioteca Nacional de Francia. Se encaró con la página correspondiente del Pariser. Sobre un epígrafe titulado Pariser Notizen, y a una columna, estaba el título: Der unbekannte Clown von Barcelona. Descubrió que Roth firmaba el artículo con uno de sus seudónimos: Hamilkar. Luego estuvo investigando en números anteriores hasta que el sol brilló demasiado.

Ultimados los documentos, llamé al historiador Joan Villarroya. Se ha tratado casi personalmente con todos los muertos de la Guerra Civil y ha estado en decenas de refugios.

-¿Alguna vez vio un payaso?

-No, y tampoco nadie me habló nunca de esa historia.

Desde un tren logré hablar con Elisenda Albertí. Acaba de publicar Perill de bombardeig (Barcelona sota les bombes 1936-1939). En cuanto a mí hace semanas que siempre llevo encima el artículo de Roth.

-"... ahí está con su atuendo de bufón, en el sótano, en medio de los niños que se han salvado de las bombas, y hace gracias".

-No.

-¿No?

-No. Con toda seguridad. Además, debo decirle que no pierda el tiempo con las fotografías de guerra del Archivo Histórico de Barcelona. Yo las he mirado todas. Y esa foto no está.

Sólo quedaba escribir este artículo del género el-periodista-que-no-pudo-entrevistar-a-Mick-Jagger-cuenta-cómo-no-pudo-entrevistar-a-Mick-Jagger. Con la eximente de que si he anotado los caminos recorridos es para ahorrarle trabajo a cualquiera que pueda seguir la tarea. Quería ver a ese payaso y (aún más clown) saber quién fue y sacarlo del sótano. Que acabe Roth: "Acaso, mientras pasaba volando sobre ellos, la muerte ya los ha alcanzado, a él y los niños que ha hecho felices. Si alguna vez se identifican sus restos, le correspondería una tumba especial, en un monumento al payaso desconocido, el bufón desconocido de Barcelona".

Llamamiento (II)  

EL PAÍS - 21-02-2005 

(Continuación de La crónica publicada el 14 de febrero de 2005 sobre 'El desconocido payaso de Barcelona', de Joseph Roth).

El mismo lunes, a media tarde, escribió el economista Pau Rojas, de 24 años y suscriptor del diario: "La foto a la que hace referencia Joseph Roth podría ser una en la que aparecen, efectivamente, un payaso y unos niños riendo y que se expone, hasta mediados de abril, en la retrospectiva que le dedica el Museo Martin-Gropius-Bau de Berlín a Robert Capa. De esta misma serie existe una foto publicada en Heart of Spain-Robert Capa's photograhs of the Spanish Civil War en la que aparecen niños riendo, pero ningún payaso, que puede encontrarse en www.magnumphotos.com". Algo más temprano habían llegado las reflexiones de Eduardo Gil Bera, traductor del artículo de Roth: "No sé qué pensar. Desde un principio me dio la impresión de foto vista, vamos, como si fuera yo el que la había visto, blanco y negro, muy blanco y muy negro. No es fácil saber qué periódicos podría haber visto Roth aquellos días en el bar del hotel de la Poste, en la rue de Tournon 18, sexto arrondissement, a una pedrada escasa del Luxemburgo, 'sa Republique de Tournon'. Bronsen y también Morgenstern cuentan que escribía rodeado de gente. Da la impresión de que tiene el dichoso periódico encima de la mesa, también puede ser que esté en la mesa de al lado y alguien se lo muestre o lo comente, o, en fin, que el periódico remita a su vez a otro que diz que trae la foto. Qué sé yo, los papeles y las fotos de Roth fueron a parar a su traductora Blanche Guidon y luego pasaron a manos de su primo Fred Grubel. Hoy están en el Leo Baeck Institute Center for Jewish History. Y también hay cosas suyas en Schiller-Nationalmuseum Deutsches Literaturarchiv, pero no sé si hay alguna posibilidad de que la foto del payaso de Barcelona esté allí. Digamos que fue bonito buscarla".

El joven economista volvió a escribir en la madrugada del día siguiente: "Si necesitara confirmar mi recuerdo de la exposición, conozco a alguien que reside en Berlín actualmente y que estaría encantada de volver a la exposición y dar fe de la existencia de la foto. Se llama Nuria Álvarez". Nuria tiene 21 años, estudia arquitectura en Berlín y goza de un Erasmus. El tiempo libre le está devolviendo la motivación perdida por su carrera. Hace 15 días el joven economista llegó a Berlín y pasaron unos días felizmente juntos. El último decidieron ir a ver Capa Retrospektive. Fue una visita rápida, pero bastó para que él no olvidara al payaso.

El martes llegó un correo de Nuria Álvarez. Anunciaba: "¡No cabe duda de que es la foto que está buscando!". Y prometía que al día siguiente trataría de acercarse al Martin-Gropius. Las esperas adquieren su sentido cuando no se intenta distraerlas. Las 20.36 horas del miércoles. Los alegres signos de exclamación de Nuria. "Aquí estamos de nuevo. No he podido conseguir más que el catálogo de la exposición... En los otros libros de Capa no aparecía esta foto, a pesar de que había uno dedicado exclusivamente a la Guerra Civil española. Así pues, le envío la fotografía que he hecho con la cámara digital. ¡Espero que sea suficiente! Según la información a pie de página, la foto original se encuentra en la biblioteca histórica de la Ville de Paris, con la descripción que ya mencionaba Roth en su artículo: "Se encuentran ahora los aviones encima de la gran ciudad... En un sótano, un payaso intenta distraer a los niños y hacerles olvidar que a lo mejor en ese preciso momento también su casa está siendo alcanzada por una bomba".

Cuando abrí el archivo la foto me pareció extraordinaria y conmovedora. Qué me iba a parecer. ¿Cómo era posible (de Capa, además) que no se hubiese reproducido mil y mil veces? Se la envié a Gil Bera, pero un servidor huraño la devolvió. Al día siguiente, y aún sin verla, me escribió con cordial lucidez: "¿Has visto ya la foto? No sale en las del catálogo Magnum, parece que es propiedad de la Biblioteca Nacional de Francia y figura en el catálogo de la exposición berlinesa que edita Nicolai Verlag. Lo llamativo es que, si miras el montón de periódicos digitales y papeleros alemanes que comentan la exposición del Gropius de Berlín, todos repiten que, entre las 300 fotos, están las tres celebérrimas: la del desembarco en Normandía, la del miliciano en gran pose teatral y la del refugio aéreo de Barcelona en 1939, donde un payaso distrae a los niños de los sucesos de la guerra. La frase es 'Bild aus einem Luftschutzbunker aus Barcelona von 1939, wie ein Clown die Kinder vom Kriegsgeschehen ablenken soll' y se repite casi literal en todos los medios. Lo bueno y chusco del asunto es que una foto tan famosa, vinculada a Barcelona -y calificada por los propios medios alemanes como 'manifiesto contra la guerra'-, sea desconocida en Barcelona, patria chica de esas cosas tan lindas, los manifiestos contra las cosas feas. Y hay algo que has notado desde el primer momento: Joseph Roth, en cuanto vio la foto, tuvo la certeza de que tenía el carácter de 'estar llamada a...'. Vamos a desechar la explicación simplista de que fue 'por su sensibilidad especial respecto a los niños, por lo del padre que no conoció y el padre que tampoco pudo ser...' y bla bla bla. Digamos que vio eso en la foto y que sin duda es una imagen que 'está llamada a...'. Y parece que, de alguna manera, te estaba esperando. Ya contarás".

Foto: Robert Capa. Pie: Josep Roth. Pas mal. Creo que algunos de esos niños aún deben de vivir y que pueden continuar explicándolo. Llamamiento.

Amor de Matthews 

EL PAÍS - 28-02-2005 

(Resumen de lo publicado. Josep Roth escribe su artículo El desconocido payaso de Barcelona sobre una foto de la que se desconoce todo. Se localiza la foto, se descubre que su autor es Robert Capa y se llama a identificar a sus protagonistas, un payaso y un grupo de niños cobijados en un refugio antiaéreo de la ciudad).

Llamó Pedro Corral. Es un escritor vasco, autor de Si me quieres escribir, una crónica veraz sobre la batalla de Teruel. Corral está literalmente fascinado por un grupo. El que formaron Ernest Hemingway, Herbert L. Matthews y Robert Capa durante la Guerra Civil.

-Puede que el payaso sea Matthews, el corresponsal del New York Times durante la guerra.

-¡Hombre!

-Es un payaso muy raro. Va disfrazado de una manera precaria. El gorro. Lo que parece una peluca. Los pañuelos. Le veo un aire inglés. Esa chaqueta de tweed. Y las gafas, como las que llevaba Matthews. Me lo imagino perfectamente en el refugio haciendo bromas y a Capa o a Chim Seymour retratándole.

-¿Tiene fotos de Matthews?

-Sí, hay una en mi libro sobre la caída de Teruel.

La nariz y el labio del payaso son compatibles con las de Matthews. Y con las de otros tantos miles de personas. El problema del payaso es que podría ser cualquiera. Corral añadió, sin embargo.

-Matthews tiene unas memorias. Y un capítulo sobre la caída de Barcelona que yo no he leído. Tal vez allí hubiese una...

En The education of a correspondent no hay nada sobre el presunto clown Matthews. Aunque, en efecto, hay un capítulo del libro sobre la guerra en Barcelona. Un largo capítulo. Traducido al italiano con el título Esperienze della guerra di Spagna y publicado en 1948 en la ciudad de Bari. Un extraordinario capítulo. Lleva dentro una de las más precisas y terribles descripciones sobre las últimas horas de la Barcelona republicana. No está traducido ni al castellano ni al catalán. Memoriales democráticos... ¡Bastaría con que tradujesen los libros! Fuera hace un tiempo de perros. Lluvia siniestra. Pero en la biblioteca del Pabellón de la República se está muy bien. Contribuyen al ambiente las dos bibliotecarias. Cada 10 minutos traen un nuevo libro, una nueva foto o un nuevo dato sobre Matthews. O contra Matthews, como este opúsculo tan especial que escribió en los años cincuenta el periodista Manuel Aznar. Fue a propósito de un libro que había escrito el corresponsal. The Yoke and the arrows (El yugo y las flechas). Aznar le contestó: El Alcázar no se rinde. Pero lo que escribió en el prólogo era menos imperial y mucho más interesante. El reconocimiento, por ejemplo, de que Matthews amaba a España, aunque con un amor desastroso, que era un enemigo del régimen y que su pluma implacable la había adivinado muchas veces en los renglones editoriales del New York Times cuando se trataba de Franco y su régimen. Más allá del prólogo no pude ir. Mucho menos a El yugo..., el reportaje de Matthews sobre la posguerra española, tampoco traducido, como ninguno de sus libros.

Me concentré, así, en la Barcelona terminal que narraba Matthews en sus memorias. La mañana del día 24, por ejemplo. Los bombardeos franquistas no se interrumpieron durante la noche, pero el sistema nervioso del periodista y de sus compañeros ya no les advertía del peligro. Durmieron. Luego subieron al Tibidabo para controlar el avance de las tropas. Desde allí Matthews vio Castelldefels, el puerto del Ordal, Montserrat y los alrededores de Terrassa y Sabadell. Luego bajó a la ciudad. Hasta el Majestic. "Una comida tranquila, aunque poco apetitosa. Si no fuera porque había poca gente, podríamos haber pensado que todo era normal. El barbero, con mano firme, afeitaba cuidadosamente a un cliente mientras los bombarderos atacaban la ciudad; el cartero me trajo una carta de un coleccionista que quería sellos españoles; los camareros servían con la habitual negligencia complaciente".

Matthews resiste en Barcelona hasta un día antes de la entrada de las tropas de Franco. Entonces huye en coche en dirección a la frontera. Se detiene en Caldetes, donde está la Embajada de Estados Unidos. Thurston, el embajador, también está huyendo. Al final de un viaje de pesadilla el periodista llega a Perpiñán. El hotel, a rebosar. Y el propietario: "Un hombre intratable y seco como sólo sabe serlo un miembro de la pequeña burguesía francesa". Los últimos párrafos del capítulo español de Matthews son tremendos. En Perpiñán se entera de que Barcelona ha caído. ¡Pero sin lucha! Le habían asegurado que lucharían. "Por amor a la República y a la democracia se debió combatir por Barcelona. (...) Había razones suficientes para la caída de la ciudad y, sin embargo, suscita resentimiento que los catalanes, a diferencia de los castellanos de Madrid, de los polacos de Varsovia y de los rusos de Stalingrado no escribiesen una página heroica para consignarla en la historia".

Me sobresalta. El silencio de la biblioteca y las atentas mujeres. Esta última frase de Matthews. Una de esas obviedades olvidadas. Cierta y perturbadora. Ningún disimulo institucionalizado la podrá desactivar completamente. ¿Pero no es esto el amor desastroso tan agudamente detectado por Aznar? Este Matthews, epítome de tantos otros, al que la guerra le pareció "terrible y maravillosa". Este que en España, según confesaba, había dejado de ser fascista y que debía morir por persona interpuesta.

He perdido al payaso. Gran libro. Mala noche.

Lo último de Roth y Toller 

EL PAÍS - 07-03-2005 

(Resumen de lo publicado: un artículo de Josep Roth lleva a descubrir una foto de Robert Capa y el protagonista de esa foto, un payaso, a reparar en Herbert L. Matthews y su crónica de la entrada en Barcelona de las tropas franquistas)

Escribe Eduardo Gil Bera, el traductor de Roth. El que puso en español El desconocido payaso de Barcelona. Es de noche pero va a empezar a traducir el último artículo que Roth escribió en su vida. No se publicó nunca en los periódicos. El traductor lo encontró en un viejo monográfico, editado en Múnich, y hoy a precio de trapero. En todas sus hojas manuscritas y mecanografiadas la competente señora Freund, que se ocupó de Roth hasta la última letra, escribió: Roths letzter Artikel vor seinem Tode (último artículo de Roth).

El inédito llega a primera hora del día siguiente. La generosidad de Gil Bera. Trata de lavaderos y cocinas, y otros asuntos menores, y dice así: "¡En honor a la verdad! Corren falsas noticias sobre el campo de concentración de Buchenwald; se hablaría de pretendidas atrocidades. Me parece que ha llegado la hora de reducirlas a su correcta proporción... Lo primero, Buchenwald no se ha llamado siempre así, sino Ettersberg. Con ese nombre, fue antaño célebre entre los conocedores de la historia de la literatura. Goethe solía encontrarse allí a menudo con la señora Von Stein, bajo un hermoso y viejo roble. Éste se encuentra bajo la denominada Ley de Protección de la Naturaleza. Cuando en Buchenwald, o sea, en Ettersberg, se comenzó a talar el bosque a fin de instalar, para los habitantes del campo de concentración, una cocina al sur y un lavadero al norte, se dejó en pie sólo el roble. El roble de Goethe, el de la señora Von Stein. El simbolismo nunca ha estado tan barato como hoy en día. En la actualidad, es poco menos que un juego de niños escribir eso que llaman 'glosas'. Se las manda a uno la historia mundial, gratis y libre de franqueo, a casa, listas para la pluma y la máquina de escribir. Para un escritor, escribir una glosa que concierna al Tercer Reich es directamente un asunto que afecta al pudor. Los robles alemanes bajo los que Goethe se sentó con la señora Von Stein siguen en pie, entre la cocina del campo de concentración y su lavadero, sólo gracias a una ley de protección de la naturaleza. Entre la Ley de Protección de la Naturaleza, que se promulgó hace muchos años, y la ley contra natura que se ha declarado de unos años a esta parte, o sea, para hablar en tono neoalemán, entre lavadero y cocina, está el roble de proteccion natural de la señora Von Stein y Goethe. Junto a ese roble desfilan a diario los presos del campo de concentración, es decir, pasan por allí. ¡La verdad! Corren falsas noticias sobre el campo de concentración de Buchenwald; se hablaría de pretendidas atrocidades. Me parece que ha llegado la hora de reducirlas a su correcta proporción: hasta hoy y por lo que sé, aún no se ha atado a ningún preso del campo de concentración al roble bajo el que se sentó Goethe junto a la señora Von Stein; más bien a los otros robles que no escasean en ese bosque".

¡Una glosa en honor de la verdad! Tremendo artículo. Las circunstancias en que se escribió son muy dramáticas. Roth estaba en el café, dictándolo, como solía, o corrigiéndolo. Es probable que le diera tiempo de hacer las dos cosas. Entró un exiliado en el café Tournon y anunció que el poeta y dramaturgo Ernst Toller, muy querido por Roth, se había ahorcado en Nueva York. Es probable que Roth conociera ya la noticia. Uno de sus amigos, Soma Morgentsen, autor de Huida y fin de Josep Roth, cuenta que había leído la noticia por la mañana, en el periódico. Y que la recibió como si fuera algo físico. Y que estuvo largo rato, silencioso, con los ojos cerrados y las manos sobre los ojos, y que cuando salió de su sopor absorto lo primero que hizo fue tirar al suelo el periódico. En cualquier caso, su biógrafo David Bronsen cuenta que Roth se levantó de la silla para contestar al exiliado, que le flaquearon las piernas y cayó fulminado. Un síncope. Aunque no moriría hasta cinco días después.

Gil Bera pasó luego a hablarme de Toller y su muerte. El escritor atravesó todas las vanguardias literarias alemanas y fue un rojo obstinado. Seis años antes de suicidarse emigró a Estados Unidos y recorrió el país alertando del peligro nazi. Casi nadie le hizo caso. En 1938 viajó a España. Los niños republicanos se quedarían para siempre con él. Hasta el punto de que de vuelta a Estados Unidos fundó Spanish Relief Plan para ayudar a esos niños. Recorrió Europa y América haciendo colectas. Pero el dinero acabó, según su biógrafo Jürgen Serke, en manos de Franco. Toller se suicidó en una habitación del hotel Mayflower de Nueva York. Dice Gil Bera que dejó una especie de explicación.

-Sobre la mesa de la habitación había un grupo de fotos de los niños republicanos de España.

En modo alguno digo que sobre esa mesa estuviera la foto del payaso. Aunque no sería del todo improbable. Al fin y al cabo, Capa era ya un fotógrafo muy conocido y Toller había estado con Roth, en París, a principios de 1939. Pero no. No lo necesito. Basta con saber que hemos llegado al Mayflower, a la habitación del ahorcado, y que sobre la mesa están esas fotos de niños vencidos.

Fuente de vida 

EL PAÍS - 14-03-2005 

(Resumen de lo publicado: Un artículo de Josep Roth, una foto de Robert Capa y un cronista llamado Herbert L. Matthews acaban en una habitación del Mayflower neoyorquino donde el escritor Ernest Toller se ha ahorcado dejando en la mesa unas fotos de niños de España).

Tal vez sensible a mis objeciones sobre la posibilidad de que el desconocido payaso de Barcelona fuera realmente Matthews, había vuelto a escribirme Pedro Corral, infatigable. Decía: "En esta página http://www.funjdiaz.net/expos/ex_titeres7.htm he encontrado la sorprendente noticia de un titiritero inglés". Era realmente sorprendente. La página daba cuenta de la personalidad de Harry Vernon Tozer. Y añadía al final: "En plena Guerra Civil hacía pequeñas actuaciones para los vecinos de su barrio con la intención de hacerles olvidar las penalidades y los bombardeos". Actuaba entre las bombas. Era inglés. El aire tweed del payaso. Tozer había muerto ya, pero su hija vive en Madrid. Una noche le envié la foto del desconocido payaso.

-No es mi padre.

-Es un hombre disfrazado, piénselo.

-No, mi padre era más alto. Si se toman los niños como referencia, ese hombre era más bajo que mi padre. Y además mi padre no se hubiera vestido nunca así. Ni de broma.

-Había guerra.

-Sí, pero era un british. No se deja de ser un british por una guerra.

-Comprendo...

-Como tampoco mi madre dejó de ser nunca una acérrima polaca.

-¿Quién era su madre?

-Se llamaba Wanda, Wanda Morbitzer.

Y ya no fue posible hablar de otra cosa. Había llegado a Barcelona en 1932 para trabajar en el consulado polaco. El cónsul era Eduardo Rodon y su mujer, Hanka, la íntima amiga de Wanda. Pero hay más información.

La rodilla de Wanda. Expuesta al sol en el jardín de la casa de Marquesa de Vilallonga. Ha dicho el doctor Trueta que el único remedio para esos huesos atacados de tuberculosis es el sol. Sin el sol perderá la pierna. Por esta rodilla bajo el sol de España se ha quedado en la ciudad en guerra. En la casa han tomado la precaución de colocar dos grandes banderas de Gran Bretaña y de Polonia. Algunas mañanas pasan y se paran patrullas anarquistas. Wanda suele estar en el jardín y a veces se sienta con los hombres en el murete y comparten los alimentos que acaban de llegar de Cracovia, donde todavía hay menos hambre que en España.

Hacia 1940 la rodilla ha mejorado. No sólo eso. Ha acabado la Guerra Civil y ha nacido Cristina Tozer Morbitzer. Es el momento de incrustar a Wanda en Los vimos pasar, el gran reportaje de Juan Sariol y Jaime Arias sobre la primera posguerra barcelonesa. En este párrafo: "La consigna que secretamente transmite el Consejo de Resistencia a todos los polacos de las zonas invadidas por los alemanes es que procuren, por todos los medios a su alcance, ganar la zona libre de Francia, para entrar después en España". O en el texto de la resolución del consejo de guerra que tenía que condenar a Wanda y que cita Daniel Arasa en 50 històries catalanes de la Segona Guerra Mundial: "De manera clandestina funcionaba en España una organización llamada Estación de Bases de intercambio de información en la representación de un país beligerante en la actual contienda, teniendo como uno de sus fines la evacuación ilegal de ciertos súbditos extranjeros, y la obtención de informes de carácter militar en favor de una potencia extranjera para utilizarlos en la guerra actual".

Son polacos, que es decirlo todo. Huyen de París, e intentan remontar clandestinamente los Pirineos. Algunos de ellos llevan un papel en la mano y el papel lleva el nombre de Wanda. La mujer, cada vez mejor de su rodilla, organiza los pasos clandestinos de la frontera, el camino a Barcelona y el albergue en la ciudad. Muchas noches, en el salón de la casa duermen tantos cuerpos que hay que ir con cuidado de no pisarlos. Destacan los cuerpos judíos. Hasta que en 1942 el cónsul inglés le anuncia que hay informaciones muy alarmantes sobre ella. Los primeros meses los pasa escondida en el campo. Luego el cónsul Rodon la lleva clandestinamente hasta la frontera con Portugal. En una aldea fronteriza se despiden y Wanda marcha a pie hacia el otro lado. Hasta Elvas, donde se hospedará en un zulo amigo mientras espera la llamada de Lisboa. En Marquesa de Vilallonga, mientras tanto, todo sigue su curso. La niña Cristina sale todos los días con la nurse y la siguen pacientemente unos hombres de la Gestapo (de encargo, eventuales) que están seguros de que una madre acaba volviendo donde su hija.

El armisticio se dictó en noviembre de 1945 y Wanda tomó el primer avión. Venía de París, donde había visto la entrada de De Gaulle. La casa olía a resina navideña y estaba iluminada por la expectación sentimental. Entró una mujer muy bella cubierta con un abrigo de astracán gris. Cristina estaba a punto de cumplir ya seis años. Dijo mumy e inmediatamente le entró un miedo inédito a ser abandonada. Wanda empezó a ocuparse de los miles de niños polacos secuestrados por el nazismo y germanizados en los lebensborn (fuentes de vida, viveros). Viajó por Europa. Campos, asilos, sanatorios. Levantaba a los niños la tapa de los sesos. Eso mismo. Con sumo cuidado. Algunos pudieron ser devueltos a sus antiguas familias. Ya anciana, después de escribir su vida en menos de 100 páginas, tuvo un instante de debilidad, llamó a su hija y le habló concretamente. Lo que menos quería es que la recordara como una mujer heroica.

-Bueno... Creo que estábamos hablando de papá.

-Sí, pero déjeme primero que escriba esto.

Hilos 

EL PAÍS - 21-03-2005 

(Resumen de lo publicado: un artículo de Josep Roth va abriendo tumbas: Robert Capa, Herbet L. Matthews, Ernest Toller, Wanda Morbitzer. Pero sigue cerrada la del desconocido payaso de Barcelona al que Roth dedicó su artículo y Capa su foto memorable.)

Cuando reanudamos la conversación sobre su padre, le pregunté a Cristina Tozer si se había fijado en un detalle de otras dos fotos de Capa pertenecientes a la serie del payaso. Era la inclinación de la cabeza de los niños. Bastante pronunciada. Las fotos, como las palabras, están hechas para mentir, y desde luego nada prueba que esa inclinación fuera incompatible con la mirada de un niño sobre un escenario convencional. Se sabía que Tozer hacía sus funciones de títeres desde una ventana de su casa, no muy alta ciertamente. Pero de altura suficiente como para tomar la precaución de asegurarse con una cuerda.

-Usted quiere que mi padre sea ese payaso. No.

-Bien... ¿Quién era su padre?

Había nacido en 1902, en Villa Rica (Paraguay). La familia, inglesa, administraba la línea del ferrocarril. En estas pocas palabras hay una felicidad intacta y es perfectamente lógico que después de pasar los 12 primeros años de su vida no quisiera nunca volver allí. Máxime cuando de inmediato llegaron el ruido, el frío y el humo. En 1914, con la Primera Guerra, el niño H. V. Tozer fue ingresado en el St. Cuthbert School, en Worksop. Los rigores no eran literarios. Al cabo de algún tiempo, y constatado el derrumbe físico del muchacho, lo cambiaron al Modern School, de Bedford. Arrancado del paraíso y llevado a un continente en guerra. Ingresado en escuelas de humedad dickensiana. Además. Una noche de fiesta, en Kettering, durante una fiesta que celebraba el final de la guerra, un cohete le hundió un ojo. Tenía 19 años. ¿Qué hombre, en sus circunstancias, no se habría dedicado a la investigación y estudio de las marionetas? ¿Qué hombre no habría luchado por manejar él los hilos finísimos?

Le llamaban Daddy, a Tozer. La hija y todos. Nunca se supo si la masa formada por la Villa Rica perdida, el internado inclemente y el ojo aplastado por la fiesta dejó en su carácter el inexorable poso melancólico que su compatriota Gerald Brenan atribuía sin distinción de sexo, edad, clase o circunstancia a todos los españoles. Hasta el final, Tozer mantuvo una absoluta impecabilidad sentimental. Y eso que en 1923 había empezado a vivir en Barcelona, donde la gente llora como terneros. Entró de contable en la Barcelona Traction y nunca abandonó la empresa. Ni siquiera cuando la empresa (en su espectacular e histórica quiebra) lo abandonó a él y se transformó en otra. Las razones de su llegada a la ciudad estaban fundamentadas en su conocimiento del español, en la buena oferta de trabajo y en una indeleble familiaridad con lo hispánico.

Como buen contable, a partir de aquel momento llevó una doble vida. Dado su talante british, el lado oscuro se proyectó sobre los títeres. El origen de la afición cabe buscarlo en el impacto que causaron al niño Harry las representaciones callejeras del guiñol típicamente inglés, el Punch and Judy. Luego, en los colegios, desarrolló una notable habilidad manual para la que no fue inconveniente el tamaño de sus manos, grandes, formidables. Allí aprendió también cómo trabajar la madera y la soledad. Tozer ha sido uno de los grandes titiriteros universales. Una mañana le pregunté a su querido discípulo Toni Zafra por qué había sido tan grande.

-Es sencillo. Introdujo la marioneta de hilos en España. Hasta Tozer sólo había polichinelas, muñecos de guante. Las historias que se representaban eran gruesas, costumbristas. Se correspondían a la técnica. Tozer puso elegancia en el títere y en lo que el títere narraba. Sus marionetas eran muy complejas y sofisticadas. Y siempre funcionaron perfectamente.

En el año 1936, H. V.Tozer acabó un nuevo muñeco. Se llamaba Esqueleto. Es como a aquellos recién nacidos que les ponen el santo del día. Esqueleto protagonizó algunas de las representaciones que daba a los niños desde la ventana de su casa. Un día un niño reflexionó al verle: "¡Ése tiene más hambre que nosotros!". ¿Quiénes eran esos niños? La hija Tozer sostiene que eran hijos de pescadores de la Barceloneta. ¿Pero qué hacían en el otro extremo de la ciudad, por encima de la Bonanova, alrededor de las calles de la Esperança y del Marquès de Vilallonga? ¿Qué hacían esos pescadores ciudad adentro? Huir de las peores bombas, seguramente. Fuera como fuese, ha quedado memoria de un claro intercambio. El inglés los entretenía suave y alegremente, desde una ventana, prendido a una cuerda, él mismo un títere. Al anochecer los niños volvían por la casa y le llevaban una caja de pescado vivo, casi sonriente.

Los últimos días de 1938 acabó otro muñeco. Faltaba ya muy poco para que las tropas franquistas entraran en Barcelona. Es un muñeco legendario. Tal vez el más humano de los que nunca articuló. Le puso de nombre Pompilio. Así es. Pompilio. Un elegante payaso con sombrero y camiseta de rayas. Tozer lo mantuvo durante toda su larga vida. De entre sus muñecos era el que mejor sabía cómo estaba hecho. Y es que podía separar metódicamente cada uno de sus miembros y recordar con precisión amarga el bombardeo en que habían sido ultimados.

Harry V. Tozer manejando a los hilos de su legendario muñeco Pompilio