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Fila 9, número 50. Un historiador ayuda a localizar en el cementerio de Castelló el cuerpo de un concejal de la Sènia fusilado en 1940
Levante - 03/05/2005

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OLVIDO. EL CUERPO DE JAQUES FUE ENTERRADO EN EL CEMENTERIO CIVIL DE CASTELLÓ JUNTO A DECENAS DE FUSILADOS REPUBLICANOS.


Internet ha permitido conocer a una familia de la Sènia que el cadáver de un antepasado ajusticiado por el franquismo reposa en el cementerio civil de Castelló. Joaquim Jaques fue fusilado por un pelotón franquista el 22 de noviembre de 1940.

Ramón Marín, Castelló

La memoria histórica, a veces, se despierta de una amnesia de décadas. Un historiador de la Associació per la Recerca de la Memòria Històrica de Castelló, Juan Luis Porcar, ha contribuido a poner fin al drama íntimo de una familia de Tarragona que había perdido la esperanza de localizar el cuerpo de un antepasado, caído por las balas de un pelotón de fusilamiento 65 años atrás. Unas letras equivocadas en la lápida colectiva frustraron una búsqueda de años por medio país. Joaquín Jarques Celma ha resultado ser Joaquim Jaques Celma y está enterrado en el umbrío cementerio civil de Castelló: fila 9, número 50.

Las nuevas tecnologías han demostrado que no son contrarias a los sentimientos. El objetivo de restituir la dignidad del tio Joaquinet había sido para Cecília Jaques, su sobrina nieta, una obsesión saludable. Después del desánimo de los «pasos perdidos y falsos y otras veces eficaces» por juzgados, Ministerio de Justicia, UGT, bibliotecas, Associació Catalana d'Expresos Polítics, alcalde de La Sènia, historiadores, registros de cementerios, personas anónimas... la familia consiguió una copia del juicio sumarísimo que le condenó a pagar con su vida el precio de pensar, y de vivir de acuerdo a lo pensado. Pero al final, fue un mensaje en el foro de Internet de la página web de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica el que resolvió un desencuentro irracional. Porcar lo vio y devolvió un mensaje esperanzador con la única información que faltaba: dónde estaba enterrado el cuerpo.

Una vida amarga, una muerte amarga

Joaquim Jaques Celma vivió las miserias de su tiempo, un siglo XX convulso y violento como pocos. Nacido en la Sènia (Montsià), era el tercero de cuatro hermanos y, como todos entonces, creció en el umbral de la supervivencia. Concejal del Ayuntamiento de la Sènia y presidente local de la UGT, Jaques se casó y tuvo una hija, Nati, en tiempos de preguerra, cuando la mala política truncó sus sueños de progreso y los de la República de libertad en la que creía a pies juntillas. «Era bien pequeña cuando escuchaba hablar a mi abuelo Fidel de su hermano Joaquinet. Mi abuelo hablaba con poca gente de su hermano. ¿Por qué? Por la pena que traía dentro y que le quemaba el corazón, por el miedo a las represalias y al hecho que las paredes tuvieran oídos. Vivía unos tiempos que escondían las realidades que en muchas ocasiones les habían roto la vida por la mitad», rememora ahora Cecília Jaques.

La familia no olvidó nunca la tragedia de Joaquim. Cuando se lo llevaron, en aquel funesto 1939, un deseo era unánime: nada pasaría porque no tenía las manos manchadas de sangre, no le harían daño. El primer viaje fue corto, de la Sènia a la prisión de Benicarló. Allí hubo de ver, desde la ventana de la celda, la mortaja de su hija muerta a causa de la difteria. El segundo viaje, a Castelló, tendría un destino fatal que tal vez presagiaba. Un consejo de guerra decretaría la pena de muerte, aunque la mala conciencia de los verdugos les llevó a certificarla como una simple hemorragia.

Era lo tristemente normal en aquel 22 de noviembre de 1940. Juan Luis Porcar ha explicado a la familia Jaques la liturgia de la muerte en el primer franquismo: «Los subían en carros hacia el cementerio e iban cantando hasta llegar al lugar dónde encontrarían su final».«Me abruma pensar cuántos casos como éste se debían repetir en la España del odio, en la España dividida», rememora su emocionada sobrina nieta.

«Ha seguido viviendo en el respeto»

Ahora, para la familia, se ha acabado el silencio. Cecília Jaques escribe el panegírico del joven soñador republicano que murió en Castelló: «Aquel Joaquinet, uno de los fundadores del Centre Obrer de la Sènia, aquel que salvó la vida de tres personas que iban a fusilar y después le olvidaron, aquel que tenía las manos limpias y por lo tanto no tenía nada que perder: lo perdió todo. Dio la vida por su pueblo y por sus ideas y por esto, aunque perdió la vida, ha seguido viviendo en el respeto y el cariño de nuestra familia. Ahora, cuando han caído muchos miedos y barreras, podemos hablar de recuperar su dignidad. Él nunca la perdió, pero quienes evitan restituir la memoria de aquellos que se amontonan en las fosas comunes, la perdieron hace tiempo».