La Santa y Sagrada Transición ¿A quienes beneficiaron los silencios pactados de la transición?
Belén Meneses [28.10.2005] - kaosenlared.net
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=12805

Recientemente, viendo en televisión las imágenes de un grupo de fascistas coléricos escupiendo su fanatismo contra Santiago Carrillo, me preguntaba si el derroche de generosidad demostrada por la izquierda española durante la tan mitificada transición democrática, ha cumplido su propósito de concordia y reconciliación entre españoles, o si tal vez pecamos de cierta candidez inducida por los temores y la incertidumbre del momento. Con la muerte de Franco comenzó para los sectores de la izquierda, (que habían sufrido la represión franquista en toda su intensidad), un periodo de reconciliación y de esperanza en la recuperación de la libertad, pero también fueron tiempos de múltiples renuncias, de perdonar a quienes nunca pidieron perdón y de olvidar injusticias y atrocidades, para afrontar el futuro sin el lastre del rencor y la rabia acumulados durante años. Tal fue la generosidad de aquella generación, que algunos de los responsables o cómplices de desapariciones, torturas y condenas a muerte todavía se pasean por el espectro político sin que nadie les haya exigido responsabilidades por su connivencia con el régimen franquista. Pero, ¿qué significó la transición para la derecha reciclada del antiguo régimen? Conductas como las de estos acalorados energúmenos, que la única historia que conocen es la divulgada a través de los micrófonos de la emisora oficial de la Conferencia Episcopal Española (que lo mismo incita a la violencia a sus abnegados oyentes, que se mofa de la desgracia de quienes se juegan la vida para intentar escapar de la miseria o sugiere la invasión de Marruecos como medida preventiva contra la inmigración), y actitudes como las del Partido Popular y sus secuaces predicadores alentando la confrontación entre comunidades, desenterrando antiguos odios y fomentando nuevas fobias, inducen a pensar que la derecha intransigente que nos ha tocado en suerte, digna heredera del franquismo, continúa anclada en el pasado con el mismo discurso desaforado y apocalíptico que ha mantenido a lo largo de toda su existencia. No obstante, será la Historia la que ponga a cada uno en el lugar que le corresponde y disponga que grado de madurez, responsabilidad y capacidad de sacrificio corresponde a unos y a otros. Al contrario que lo sucedido al término de la Guerra Civil, una vez desaparecido el dictador, la nueva España democrática no trajo consigo deseos de revancha, ni persecuciones, ni detenciones indiscriminadas, ni depuraciones políticas. La Ley de Amnistía promulgada en 1977 sepultó bajo un manto de impunidad los crímenes cometidos durante los oscuros años de la dictadura, permitió permanecer aferrados a sus cargos a responsabilidades políticas y militares sostenedores del antiguo régimen y mantuvo los privilegios económicos de la Iglesia católica, su influencia en la educación y su permanencia en la vida social del nuevo país ávido de paz y libertad. Los falangistas, que los años postreros a la Guerra Civil tomaron las calles de ciudades y pueblos dejando a su paso un pavoroso reguero de sangre, terror y muerte, se sacudieron con absoluta naturalidad los años bárbaros del franquismo, se infiltraron con vergonzosa impunidad en la nueva realidad del país, y embutidos en su disfraz de partido democrático, continuaron provocando con intimidaciones y amenazas, haciendo apología del fascismo amparándose en la libertad de expresión que con tanta saña habían perseguido. Con la distancia histórica que proporcionan los veintiocho años transcurridos desde las primeras elecciones democráticas, deberíamos comenzar a comportarnos como un pueblo maduro y responsable de sus actos, huir de la de autocomplacencia que se apodera de nosotros cada vez que se menciona la Sagrada Transición y afrontar la necesidad de desmitificar el periodo de cambio de régimen, asumiendo sin complejos los errores que se cometieron y aceptando el hecho incuestionable de que la transición no fue ni tan incruenta ni tan modélica como siempre han querido hacernos creer. No se trata ahora de juzgar lo que se hizo, se dejó de hacer o pudo haberse hecho mejor en aquellos convulsos años, y aunque si bien es cierto que algunos pensamos que las fuerzas de izquierda pecaron de extremada cautela y excesiva moderación, no podemos perder de vista el marco político y social de la España posfranquista, donde una generación políticamente inexperta, nacida y curtida en una feroz represión ideológica, debió enfrentarse a la responsabilidad de democratizar un país ignorante y atrasado, a una población anestesiada por cuarenta años de restricciones, castigos y prohibiciones, al ruido de sables procedente de altos mandos militares temerosos de perder sus privilegios y a la resistencia de poderosos sectores políticos y económicos a pasar la negra página del franquismo. Debemos comenzar a romper pactos de silencio, sin aspavientos ni visionarias profecías de inminentes cataclismos, y asumir nuestro pasado para poder afrontar un futuro sin arrastrar los problemas y los traumas heredados de anteriores generaciones.
Reconocer los errores cometidos durante la no tan ejemplar transición no sólo es un ejercicio de responsabilidad colectiva, también representa un acto de justicia para quienes no pudieron disfrutar de las libertades conquistadas después de décadas de opresión, porque aquellos días perdieron la vida a manos de las represivas fuerzas policiales o de organizaciones de extrema derecha que no supieron estar a la altura de la nueva realidad que envolvía el país. Hechos como los de Montejurra, los trágicos sucesos de la huelga de Vitoria, los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha o el asesinato de un estudiante en una manifestación proamnistía, son puntos negros de nuestro pasado reciente que no podemos condenar al ostracismo.
Nuestro mayor escollo para emprender un profundo y objetivo análisis de este complejo periodo de nuestra historia sin que se nos acuse de romper no sé que espíritu o identidad, sigue siendo la actitud intolerante de los rancios sectores que más se beneficiaron de los pactos de silencio encubiertos por la Ley de Amnistía, que a pesar de ser quienes más trabas pusieron para lograr la democratización del país, invocan ahora al Espíritu de la Transición para justificar su rechazo visceral a cualquier cambio que implique un avance en conquistas sociales, derechos civiles o cuotas de mayor autogobierno para las comunidades autónomas. Desprecian cualquier gesto que suponga avanzar en el conocimiento de nuestra historia (la de verdad) y nos niegan el legítimo derecho, que ellos sí disfrutaron,de restablecer la dignidad y honrar como se merecen a quienes se opusieron al derrocamiento de la legalidad constitucional hace casi setenta años.
En esta nueva época de consolidación democrática, si se rinde homenaje a un combatiente republicano, hay que compensar haciendo lo propio con un oficial de Hitler que además no se reprime en hacer ostentación de su ideología nazi. Si se retiran las insultantes estatuas del dictador Francisco Franco, se hace con sigilo y nocturnidad, como si en lugar de un justo acto democrático estuviéramos cometiendo un grave sacrilegio. Por si esto no fuera suficiente, después de emprender el merecido reconocimiento de las víctimas de la Guerra Givil y del franquismo, resulta que hay que contentar también al bando que practicó la represión. Visto lo visto, está meridianamente claro quienes se aprovecharon de la predisposición favorable de la izquierda a enterrar rencores y facilitar el entendimiento entre las dos Españas, y a quienes perjudicó la prepotencia de la derecha que entendió ese acto de generosidad como su derecho natural a imponer su voluntad, humillar y avasallar a quienes siguen considerando los vencidos de su guerra.
|