En el centenario de Federica Montseny
Levante - 14/03/2005 - JOSÉ A. VIDAL CASTAÑO - Historiador y escritor
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Se cumplen cien años del nacimiento de Federica Montseny i Mañé (Madrid 1905-Toulouse 1993) ¿Un centenario más? En absoluto. Su figura política y humana ha dejado profunda huella en la reciente historia de España. Se puede estar a favor o en contra de Federica Montseny, se pueden compartir o combatir sus ideas y proyectos pero lo que no se puede es permanecer indiferente ante una mujer de su talla. Proyectos e ideas a veces polémicos, pero dotados de coherencia política con la causa libertaria, en un agitado tiempo de causas y contra-causas. Tachada de elitista, la Montseny defendió y propagó sus convicciones con pasión y talento a través de la pluma, de la palabra y de la acción política.
Durante su largo y prolongado exilio (desde 1939 hasta 1977) que más bien pareció destierro, su pensamiento y ejecutoria política han estado sometidos a un sutil cerco de recelos y prejuicios que no siempre procedían de los agentes de la dictadura franquista. La impresión que persistía es que la Guerra Civil española no había terminado del todo para ella. Su vuelta a España tras la muerte de Franco le resultó un tanto decepcionante. Tenía, es cierto, el respeto y el cariño de sus compañeros anarquistas, de gentes que habían oído hablar de ella, pero notó: distanciamiento, frío, temor a lo que tal vez su figura había representado. La nueva clase obrera no era sin duda, la que dejó en 1939. Los nuevos anarquistas tampoco. Un mitin político con doscientas personas no es un mitin, razonaba Federica, que manifestó a la prensa: «Franco ha convertido en virtudes cívicas los peores defectos del español: el individualismo, el materialismo, el amor al ahorro» (22 de febrero de 1985).
La reciente aparición de dos extensas biografías y el creciente interés por la recuperación de la memoria histórica de los perdedores de la guerra, pueden ir amortizando la deuda que tenemos con su legado personal y político más allá de la controversia que pueda suscitar o precisamente por ella.
En tiempos también de ambiguos iconos de la modernidad no debemos dejar de lado su desbordante perfil humano. El perfil de una mujer que ha sido elevada, junto a la comunista Dolores Ibárruri Pasionaria, a la categoría de mito femenino, reconocido por la más reciente historiografía. Mary Nash en su libro Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil así lo proclama reconociendo su carisma y capacidad de liderazgo, sus dotes de oradora y escritora, la singularidad que supone (sobre todo para una anarquista) el haber sido ministra de Sanidad y Asistencia Social y haber formado parte -aunque tan solo por unos seis meses- de la maquinaria del poder estatal, presidida en aquel tiempo de guerra por el socialista Francisco Largo Caballero.
Federica Montseny es sin duda una figura simbólica y en cierta medida legendaria, que forma parte del patrimonio de la historia política democrática de la España del siglo XX. Representa junto a Ibárruri y tal vez junto a las Margarita Nelken, Victoria Kent, Matilde Huici, Dolors Bargalló, Lina Ódena, Aida Lafuente, Lucía Sánchez y un corto etcétera no sólo el importante papel de la resistencia contra el fascismo, sino la capacidad de las mujeres en un país con evidentes carencias culturales, por movilizarse en contra de la opresión familiar, social y política a la que se veían sometidas por el machismo y las tradicionales políticas de marginación de los diferentes gobiernos del estado.
Montseny defendió, por herencia intelectual de su madre Teresa Mañé, las posiciones tradicionales del anarquismo, respecto al gran tema de la emancipación de las mujeres. Alejada de la visión que hoy se reclama de género llegó, no obstante, a denunciar en sus escritos la discriminación sexista en las propias filas anarquistas, contraponiendo lo que eran declaraciones de principios a los comportamientos reales en los que no dejaban de producirse egoísmos y bajezas. Una posición muy actual en defensa de la mujer maltratada pero alejada del feminismo ortodoxo. Abogaba por desarrollar una nueva mentalidad, una renovada moral capaz de superar el problema de los sexos al que sin embargo reconocía toda su influencia. Desde su óptica no eran necesarias las organizaciones específicas de mujeres para conseguir una mejor ubicación en el mundo del trabajo o una mayor relevancia social. Esto le llevó a mantener diferencias con la organización anarco-feminista Mujeres Libres sin perjuicio de fomentar prácticas de colaboración con sus dirigentes y sin ejercer ninguna ingerencia en sus actividades en pro de la educación colectiva. Y ello, hay que insistir, pese a su sempiterno y tal vez mal entendido individualismo. Montseny trabajó por el establecimiento de Casas de Acogida para mujeres de la calle, especialmente las prostitutas, constantemente maltratadas por la brutalidad de sus clientes. La alfabetización y el aprendizaje de un oficio eran, en su opinión, la mejor manera de luchar contra esa violencia, de ejercer una eficaz labor de reinserción social.
Los siniestros sucesos de mayo en la Barcelona de 1937 minaron el prestigio del gobierno republicano de Largo que entró en crisis. Crisis que afectó profundamente a los anarquistas que cambiaron su actitud de colaboración con otras fuerzas del Frente Popular. Aquellos anarquistas que habían transitado las esferas del poder político estatal pasaron a ser menos apreciados de puertas libertarias adentro. Fue el caso de Federica Montseny que pese a todos los inconvenientes internos y externos había ejercido su cargo gubernamental con dignidad y notable aprovechamiento. Una dignidad que denotaba además de un cierto orgullo de clase, la confianza en sus propias fuerzas y en la sólida educación laica que recibiera de sus padres; una formación que no cesó de iluminar su particular camino hacia la libertad.
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