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Carta a Julio Llamazares de Henri Maler
AGE [23.04.2006]


Estimado señor Llamazares:

Tras el fin de la guerra civil, en la provincia de León, algunos guerrilleros reunidos en torno a Manuel Girón prosiguieron la lucha contra la dictadura franquista hasta 1952. No solamente estos guerrilleros y sus enlaces, tanto en esta región como en el resto de España, no han recibido el más mínimo reconocimiento oficial, sino que, sobre todo, las tentativas de criminalizar su acción persisten todavía hoy. Esto lo sabe usted bien. Y sin embargo…

He dudado mucho antes de enviarle esta carta abierta. Usted es un novelista de merecida fama cuya novela Luna de Lobos he leído apasionadamente. Yo no soy sino un modesto investigador en historia social y ciencias políticas y usted lo ignora todo acerca de mis trabajos. Usted es español y evoca un momento de la historia de su país, que debe usted conocer bien. Yo soy francés y sospechoso de antemano de querer dar lecciones. Pero me estoy refiriendo a un fragmento de la historia europea y, en este sentido, a una historia que nos es común, aunque le desagrade a algunas mentes preclaras que no dejarán de preguntarse quién me ha dado vela en este entierro. Usted es amigo de un autor de éxito: Santiago Macías. Yo soy yerno de un antiguo guerrillero y compañero de Manuel Girón: Francisco Martínez López, Quico. El afecto respetuoso que le profeso puede hacerme influenciable. Pero no más que la admiración beatífica que dedica usted a su protegido.

Escribí el prólogo de las memorias de Quico – Guerrillero contra Franco – porque la palabra de los actores de la resistencia armada contra el franquismo es silenciada en España y no encuentra “grandes" editores, a diferencia del libro de Santiago Macías dedicado a Manuel Girón - El monte o la muerte -, al que dedica usted un apoyo sin reservas que tal mercancía no necesitaba realmente. Ha elegido usted prologar un libro sensacionalista que intenta hacerse pasar por un libro de historia, una obra maestra de periodismo policíaco que trata de hacerse pasar por el producto de un periodismo de investigación. Está usted en su legítimo derecho. Su notoriedad le proporciona a usted, sin duda, todas las competencias necesarias.

La laboriosa compilación de Santiago Macías vacía de toda profundidad y de todo sentido una historia trágica y bella. No ofrece -¡en el mejor de los casos! – sino un anuario biográfico y un repertorio cronológico, con lo cual pretende, con toda la seriedad del mundo, haber sobrepasado los trabajos de los mejores historiadores que han tratado el tema, calificados de predecesores titubeantes. Y la lectura nos va descubriendo progresivamente un solo héroe a la medida de Manuel Girón: el propio autor. No un investigador preocupado por explicitar el método seguido, sino un narrador impaciente por salir a escena. Un chapucero sin escrúpulos, en realidad, que con el objetivo de agrandar la figura de Manuel Girón (que no tenía ninguna necesidad de semejante mausoleo mercantil) presenta a los guerilleros que lo rodearon como una banda de asesinos y traidores. Usted ha juzgado que esta presentación era indispensable. Está en su legítimo derecho. Su talento de novelista debe hacerle a usted sensible a muchas ficciones.

Rumores calificados de testimonios, archivos de la policía franquista utilizados sin la menor crítica seria, oscuridades presentadas como pruebas concluyentes, testimonios no contrastados (aunque sólo fuera interrogando a los actores puestos en tela de juicio, siendo que todos estaban vivos en el momento de la investigación, en particular Manolo Zapico, fallecido después y difamado impunemente en el libro): la lista de procedimientos de Santiago Macías es interminable. No me atrevo a ponerles un calificativo: nos arriesgaríamos a perder la sangre fría que necesitamos ambos, yo para seguir y usted, quizá, para seguir leyéndome. En fin, no se ha hecho usted demasiadas preguntas sobre el valor histórico de este libro. Está usted en su legítimo derecho. La historia no es su oficio.

Puesto que no refuto ninguno de sus derechos elementales – así sean el derecho al error y a la ceguera -, ¿por qué le dirijo esta carta abierta? Por algunas frases de su prólogo que resumen el “espíritu" de éste, si puedo expresarme así. Escribe usted, a propósito de la muerte de Manuel Girón y de la teoría del “infiltrado" que lo habría traicionado: “¿Quién era verdaderamente el infiltrado y cómo acabó por su parte? ¿Por qué no traicionó al resto del grupo, que pudo en cambio fugarse a Francia pocotiempo después sin problemas?".

“Sin problemas". El lector es invitado a sobreentender lo que usted insinúa: eran traidores y estaban protegidos. ¿"Sin problemas"? Debe usted soñar delante de su escritorio. Usted no sabe nada, en rigor, de la realidad, incluso si se apoya usted en el libro de Santiago Macías, que no dice una sola palabra de aquella fuga hacia el exilio. No se trata por tanto de una afirmación a la cual suscribe usted imprudentemente, sino una aserción de la que es usted el único autor.

Sin duda ha investigado usted también. Los relatos de Quico y Manolo no dejan sin embargo ninguna duda acerca de los riesgos enormes que corrieron durante su fuga y sobre las amenazas que pesaban sobre ellos una vez llegados a Francia: el retorno a España para sufrir el garrote vil o el envío a Indochina enrolados en la Legión Extranjera. Pero como usted no quería creer a los exiliados bajo palabra, seguramente ha interrogado usted a todos los que les ayudaron en España y después en Francia. Algunos de entre ellos todavía viven. ¿No lo ha hecho usted? Sigo preguntándome por qué razón.

No encuentro sino una: su afirmación fraudulenta completa las tentativas de acreditar, a fuerza de insinuaciones, la tesis novelesca de una responsabilidad directa de los últimos compañeros de Girón en su asesinato. O sea, unos traidores. O cómo hacer todavía más vendible la mediocre novela de Santiago Macías.

Ciertamente, hace falta más de un prólogo para deshonorar a un gran escritor. Pero es suficiente un prólogo para deshonorar a unos combatientes. Es lo que usted ha hecho.

Sin problemas.

Un saludo,

Henri Maler