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Foro por la Memoria de Huelva homenajeará a un onubense asesinado en Mauthausen
Foro por la Memoria de Huelva - Marzo 2006



FOTOGRAFÍA DE ANTONIO CON OTROS SOLDADOR REPUBLICANOS. ANTONIO ES EL QUE SE ENCUENTRA DE PIE A LA IZQUIERDA.


FOTOGRAFÍA DE ANTONIO PROBABLEMENTE EN EL FRENTE DE JARAMA


Foro por la Memoria de Huelva, con la ayuda de Amical Mauthausen, está preparando el homenaje a Antonio Redondo Arenas o­nubense asesinado por los nazis en el campo de concentración de Gusen en 1942. Este homenaje se quiere hacer extensivo a todos los españoles que sufrieron la barbarie fascista en los campos de concentración franquistas, nazis o franceses.

Hace ya más de veinticinco años que los escritores Manuel Razola y Mariano Campo publicaron el libro Triángulo Azul. Los republicanos españoles en Mauthausen[1]. En esta obra, pionera en el estudio del tema, se adelantaba una lista de diez republicanos o­nubenses asesinados en los campos de concentración nazis. Eran vecinos sobre todo de pueblos de la Sierra, como Almonaster, Nerva, El Campillo o Cortegana, mineros sobre todo, que se habían opuesto con firmeza al alzamiento fascista de 1936 y que por ello se vieron obligados a huir de su tierra e integrarse en el ejército republicano. Después de la derrota, se exiliaron en Francia, donde muy poco después tendrían que comenzar otra guerra contra el fascismo.


TRIÁNGULO AZUL. SÍMBOLO DE LOS REPUBLICANOS ESPAÑOLES EN MAUTHAUSEN

Sólo cinco meses después de acabar la conflagración civil, daba comienzo la Segunda Guerra Mundial. Viendo esa nueva contienda como una continuación natural de la Guerra Civil Española, los republicanos exiliados en Francia tomaron las armas para combatir a la Alemania hitleriana, que tanto había ayudado al bando franquista. Muchos de ellos lo pagaron con su vida. Miles fueron internados en campos de exterminio, donde gran parte de ellos murieron asesinados. Varios de estos deportados eran originarios de la provincia de Huelva. Uno de ellos morirá en Dachau; el resto lo hizo en un recóndito lugar del norte de Austria llamado Mauthausen. Entre ellos estaba un joven de veintisiete años llamado Antonio Redondo Arenas.


ZIEREIS EL JEFE DEL CAMPO


CADÁVERES DE PRESOS ENCONTRADOS TRAS LA LIBERACION JUNTO A LOS HORNOS.

Este combatiente republicano había nacido en Tharsis (Huelva), el catorce de diciembre de 1914. Esta una localidad famosa por sus minas, que en aquel tiempo eran explotadas por compañías francesas y británicas. Casi toda la población de la localidad trabajaba en ellas, generalmente en unas condiciones laborales pésimas, por lo que apareció muy tempranamente la conciencia obrera y la lucha sindical.

Antonio creció en el seno de una familia de cinco hermanos, que muy pronto tuvieron que trabajar para sacar adelante a la familia, ya que el jornal era escaso y muchas las bocas que alimentar. Una de sus hermanas vive aún, pero su avanzada edad (97 años) y mal estado de salud le ha hecho mella en la memoria. Su sobrina, Juana Ferrero Redondo, de 73 años, es de las pocas personas vivas que aún lo recuerdan, si bien muy vagamente, ya que Antonio “ salió “ de Tharsis cuando ella aún era una niña y conserva muy pocos recuerdos de él. Recuerda que “tenía mucha fuerza porque era muy alto" y que no trabajaba en la mina, sino en la ganadería. También que “en las cosas de la iglesia no creía", y que pertenecía al Partido Comunista.

Tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936, Tharsis continuó fiel a la república, ya que la conciencia obrera era muy fuerte, de hecho en la localidad apenas había militantes de partidos de derechas o falangistas. Además las fuerzas militares o de seguridad se mantuvieron temporalmente fieles a la legalidad democrática.

Enfurecidos, los vecinos descargaron su ira contra los símbolos de la sociedad tradicional instigadora del Alzamiento y la masacre que se comenzaba a gestar en España, en especial contra la Iglesia Católica. Un grupo de hombres prendió fuego a la parroquia del pueblo, suceso en el que al parecer estuvo implicado Antonio. A pesar de estos tumultos, no fue encarcelado ni asesinado ningún derechista.

Asegurado el control de su pueblo, los mineros de Tharsis marcharon a Alosno, para ayudar al comité circunstancial que se había hecho cargo del gobierno de la villa tras el golpe de estado a mantener la legalidad republicana. Los mineros incautaron víveres para su reparto entre la población y multitudes descontroladas quemaron la iglesia parroquial. También prendieron fuego a la finca de Marcos Jiménez Orta, un propietario latifundista conocido por sus ideas reaccionarias; todavía hoy a ese lugar se la conoce como “la cerca quemada". Sin embargo, tampoco en Alosno fue asesinado ningún derechista.

El 29 de julio de 1936, las autoridades republicanas de Alosno fueron detenidas por falangistas armados por la Guardia Civil, que se hicieron con el control del pueblo. Dos días después, las fuerzas de la columna al mando de Pedro Pérez de Guzmán, formada por militares, guardias civiles y derechistas armados, se aprestaron a tomar Tharsis. Ante la proximidad de las fuerzas nacionales, muchos izquierdistas decidieron huir del pueblo. Otros en cambio, se unieron a las columnas de mineros armados que se aprestaban a defender la Tharsis del ataque de las fuerzas nacionales.

En las afueras del pueblo se desarrolló una batalla entre los mineros, provistos de los famosos camiones blindados que ellos mismos fabricaban, y las fuerzas de la columna Pérez de Guzmán. Sin embargo, la diferencia de armamento y preparación era muy grande y los mineros fueron derrotados, siendo detenidos un gran número de ellos y recluidos en el casino-teatro de la localidad. Todos ellos cayeron fusilados en la tapia del cementerio, que todavía conserva las señales de los disparos. A pesar de que, como decíamos, ningún derechista fue asesinado en el pueblo, ello no fue óbice para que los nacionales comenzasen una feroz política de represión, en la que colaboró activamente el párroco de la localidad, el tristemente famoso “Don Bartolomé", que entregó a las fuerzas represoras una lista de nombres para fusilar.

Antonio Redondo pudo escapar de esta matanza. Poco antes de la entrada de las tropas, salió en compañía de un hermano hasta una finca a la que llamaban “Las Puercas" con la intención de unirse a las columnas mineras, pero fue rechazado por ser menor de edad. Después marchó a Riotinto, pero, tras la caída de la Cuenca Minera, tuvo que volver a huir. Logró alcanzar la zona republicana y llegar a Madrid, donde vivían unos familiares de su padre. Allí se alistó el ejército regular, donde combatió a las órdenes de “El Campesino" en el frente del Jarama. A partir de aquí se le pierde la pista.

En Tharsis los años de la guerra y la posguerra fueron de durísimos con “ mucha hambre “. En estos años no hubo represalias a la hora de encontrar trabajo, único campo en el que no hubo represalias, ya que había gran necesidad de brazos para sustituir a aquellos que se encontraban asesinados, encarcelados, huidos o luchando en el frente. Las condiciones de trabajo se endurecieron y los sueldos bajaron, no estando permitidas ni la huelga ni ningún tipo de protestas. Además de esta situación, para proteger las minas de posibles ataques y sabotajes de las guerrillas que actuaban en la zona, o levantamientos obreros; en Tharsis se estacionaron un gran número de soldados, hecho que perjudicó seriamente la situación general de la población ya que los recursos disponibles para la población nativa eran destinados para el mantenimiento de las tropas, era la población la que tenia que mantenerlos.

La familia de Antonio fue duramente represaliada. Falangistas armados irrumpían de madrugada en su casa, hacían levantarse bruscamente a sus padres y hermanos y lo registraban todo, preguntando continuamente por Antonio. Algunas noches disparaban contra las puertas y ventanas de la casa, para amedrentarlos. Lo mismo sucedió con otras familias de fugitivos. Incluso después de la guerra, eran marginados y considerados unos parias, a los que llamaban, como un estigma, “hijos" o “hermanos de rojos". Siendo continuamente asediados, detenidos e interrogados.

Al padre de Juana lo llevaron al cuartel para interrogarlo, pero fue liberado gracias a un amigo guardia al que llamaban “Rapela". Este guardia también salvó a su abuelo, que era analfabeto y que fue detenido bajo la increíble acusación de leer prensa clandestina. A su madre la quisieron rapar, como hacían con las mujeres que tenían algún parentesco con izquierdistas muertos o huidos, pero no lo hicieron gracias también a “Rapela

Al hermano menor de Antonio, Francisco, lo intentaron hacer falangista y le obligaron a ponerse la camisa azul. Como no quiso hacerlo, le dieron una paliza dejándolo sordo, pero ni aún así consintió en ponerse la camisa. Lo mismo le pasó a su hermano Sebastián.

La sinrazón del fascismo se adueñaba entonces de Tharsis, los dos falangistas más destacados de Tharsis, a los que llamaban “el Negrito" y “el Barro", ejercían sin límites ni cortapisas un poder absoluto en el pueblo, y cometieron toda clase de desmanes. Cuentan que Barro tenía la costumbre de pegar con un vergajo, indiscriminadamente y por puro placer, a la gente que esperaba para entrar en el comedor de Auxilio Social. Sólo para humillar, alteraba intencionadamente el orden de la cola, y cuentan que una vez le dio una paliza a una anciana por razón desconocida, paliza que la llevó al borde de la muerte.

Antonio mandó a su familia algunas cartas durante la guerra, en las que contaba, entre otras cosas, que se había casado y tenía dos hijos. Cuentan también que una vez visitó clandestinamente Tharsis, pero es algo sin confirmar, casi una leyenda. Unos dicen que fue durante los años de la guerra; otros, en 1940, provisto de documentos falsos. También dicen que podría no haber sido él, sino un compañero que traía algún mensaje suyo. Esta hipótesis la sostiene su sobrino, Antonio Ferrera Rodríguez, ya que, según le relataron, el Antonio que volvió a Tharsis estaba muy cambiado. Se había quedado cojo y tenía el pelo canoso y con entradas, por lo que a su misma familia le costó mucho reconocerlo. Antonio Ferrera opina que, a pesar de que las penalidades de la guerra pueden transformar radicalmente a un hombre, estos cambios no pueden ser tan bruscos como para que su propia familia no le reconozca. A menos, claro está, que Antonio se hubiera disfrazado para no ser detectado por la policía. Hay que tener en cuenta que a la familia le interesaba ocultar que Antonio había estado en el pueblo (en el caso de que hubiera estado) para no tener problemas con la con las fuerzas represivas, y que este secretismo contribuyó a que ni siquiera se sepa si en realidad estuvo o no.

Cuentan que llegó a Tharsis en tren. Por lo visto, se sabe que incluso le preguntó a una mujer del pueblo si su familia seguía viviendo en la misma calle. Tras visitar a su madre y a sus hermanos, éstos, con mil precauciones para que no lo viera la guardia civil, lo llevaron hacia Huelva en un coche alquilado con un salvoconducto expedido a nombre de su padre. Su sobrina Juana recuerda muy vagamente haberlo visto, aunque tampoco está segura de que fuera él. Recuerda que no aparentaba tener miedo, y que incluso llegó a decir a sus hermanos, deseosos de que saliera del pueblo cuanto antes para que no se enterase la guardia, que no tenía prisa. El padre de Juana comentó después que una vez en Huelva tomó un barco, pero no recuerda el destino. No hacía ni media hora que se había ido cuando llegó la Guardia Civil a casa de su madre, preguntando por él y diciendo que se entregara que no le iba a pasar nada. Su familia no les creyó y no contaron nada.

No tuvieron más noticias de él. Seguramente compartió las vivencias de todos los republicanos españoles: la derrota, el éxodo a Francia y la infamia de los campos de concentración donde las autoridades francesas los internaron, en unas condiciones de vida tan penosas que cientos de ellos murieron de hambre o enfermedades. Tras la invasión alemana, el gobierno francés obligó a muchos de ellos a contribuir al esfuerzo bélico integrándose en batallones de trabajo o en la legión extranjera. Los españoles no tuvieron en cuenta el mal trato recibido y se aprestaron a luchar con heroísmo bajo esa nueva bandera, primero en el ejército regular y más tarde en la resistencia.

Antonio fue capturado por los alemanes e internado en el Stalag XII-D, situado en Trèves. Los nazis denominaban stalag a los campos de prisioneros de guerra, pero, como para ellos los republicanos no eran considerados prisioneros según la convención de Ginebra ni tenían nacionalidad, ya que el gobierno franquista no los consideraba españoles, fueron trasladados a campos de exterminio, junto con otros “enemigos del régimen" como los judíos, los gitanos o los homosexuales. Antonio entró en Mauthausen conla matrícula 4.335, un uniforme a rayas y un triángulo azul cosido a él con la letra “S", de “Spanien". Murió en Gusen el catorce de enero de 1942, gaseado, como tantos de sus compañeros.


FOTOGRAFÍA DE PRESOS EN EL CAMPO DE MAUTHAUSEN


FOTOGRAFÍA DE LA TRISTEMENTE FAMOSA CANTERA DE MAUTHAUSEN

En los años 60 llegó a su familia una carta del gobierno alemán confirmando su muerte. Según Antonio Ferrera, los alemanes ofrecieron una cantidad de dinero como indemnización, si bien una cantidad “irrisoria" en proporción con los sufrimientos que tuvo que padecer.

En la actualidad sus sobrinos Juana y Antonio Ferrera se han convertido en los depositarios de su memoria. Cuentan que su madre y después su hermana guardaron durante muchos años algunos de sus objetos personales, como ropa y una corbata con una hoz y un martillo bordadas, que ya han desaparecido. También atesoraban las cartas que Antonio había escrito a su familia, que desgraciadamente se debieron perder en alguna mudanza. Juana y Antonio aún conservan algunas fotos de él, su partida de nacimiento y una cartera con algunos documentos, que ofrecieron amablemente al Foro por la Memoria de Huelva. Con estos y otros materiales, el Foro planea realizar un homenaje en el pueblo que le vio nacer y que por cuya libertad y dignidad dio su vida.


FOTOGRAFIA DE LA LLEGADA DE LAS TROPAS ALIADAS AL CAMPO DE CONCENTRACIÓN YA LIBERADO POR LOS PRESOS


[1] Editorial Península. Barcelona, 1979