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Las guerras de Montealegre
La Tribuna de Toledo - 14/05/2006



Marta García / Aldeanueva

Fotos: Yolanda lancha

Con quince años se comía el fusil con los ojos. «Fui el primero que salió voluntario de Aldeanueva de San Bartolomé para las milicias. Me marché a Talavera de la Reina, pero era muy joven y nadie me hacía caso». Lorenzo Montealegre, de 85 años, vive su particular Guerra Civil desde un recuerdo cabal, lleno de orgullo, de miedo, de miserias, de huidas y de hambre. Todavía le persigue el fantasma de la España dividida, rota por los sublevados, por Franco, por la Guardia Civil y por los curas, según cuenta. «Yo iba a defender la República», clama orgulloso setenta años después. Pero el muchacho republicano de Aldeanueva de San Bartolomé no encontraba su sitio. Llegaban noticias de que Alía, pueblo extremeño cercano a Guadalupe, «lo había tomado la Guardia Civil». Y Lorenzo seguía sin fusil.

Se desplazó hasta Puerto de San Vicente a las órdenes de un teniente llamado Moreno. «Nos reunió a unos 400 para recuperar Alía y nos dijo que sólo había 54 fusiles. Fue señalando a unos cuantos para darles uno hasta que me tocó a mí. Me preguntó:_‘¿Tú no tienes 15 años?’ ‘No, míreme usted’, le contesté. ‘Tienes 15 años’, insistió, pero me dio el fusil».

Los milicianos recuperaron Alía el 28 de julio de 1936. Las fechas las tiene bien marcadas en su memoria. Fue la primera victoria de Lorenzo, que relata el episodio emocionado, con un pellizco en la garganta. «En Alía vi una cosa que me desagradó mucho. Cuando entramos al pueblo, había 15 ó 20 republicanos sin enterrar y tuvimos que hacerlo nosotros». El pueblo consiguió resistir los embistes de un tricornio desertor.

A Montealegre le impresionó eso del destino. Cuando pasó por la Estrella, a pocos kilómetros de Aldeanueva, un miliciano le mandó a buscar la comida y le sustituyó en el puesto. A su regreso se encontró al mando muerto y tendido en una camilla. «Pero el día que tuve más cerca la muerte fue también durante la guerra. Un cabo de Albacete estaba contando un chiste en la trinchera y me llamó. Cuando me giré una bala pasó rozándome la cabeza y se clavó en la pared». Anécdotas que impresionan y Lorenzo no puede dejar que se olviden porque fueron parte de una guerra contrahecha que duró casi tres años.

Un poco de historia. Las noticias iban y venían sobre el avance de las tropas sublevadas. Las voces socialistas de entonces aventuraban que el ataque del ejército africano a la provincia de Toledo llegaría por la zona de Talavera. Y no se equivocaban. Mientras algunos altos cargos se dejaban llevar por un espíritu triunfalista, tanto que incluso apostaban por pasar a defender Extremadura -éste es el caso de Fermín Blázquez Nieto, diputado socialista por Toledo-, su homólogo en Cáceres, Luis Romero, tenía claras las pocas posibilidades por la escasez de hombres y de armas de los milicianos, según relata el historiador José María Ruiz Alonso en su obra ‘La Guerra Civil en la provincia de Toledo’.

Montealegre, como le llamaban sus compañeros, no es un hombre de letras, pero ha vivido la Historia desde la primera línea, con las balas silbándole en la nuca. «Pasé a Puente del Arzobispo porque ya estábamos en la guerra de trincheras. Nos repartimos en diferentes unidades por Nambroca,Polán y otros pueblos, según lo que decía nuestro jefe, un tal Rufino Navarro, de Santa Olalla...Cuando las tropas moras tomaron Calera nosotros cruzamos el río, llegamos a Gálvez y estuvimos unos meses haciendo frente».

OTRAS_PROVINCIAS

Lorenzo interrumpe su relato a ratos. Son muchos nombres, muchas vivencias. Las quiere contar con detalle, aunque los tres amigos de Aldeanueva que le acompañan se las sepan de carrerilla. «Estuve en Castuela, Extremadura y de ahí subimos a Teruel. Cuando llegamos ya lo habían tomado los nacionales. Hicimos la campaña de Cataluña. El día que llegamos nos quedamos sin Rufino Navarro, un hombre valiente e inteligente». Repasa por encima estas batallas porque le urge hablar de Valentín González, alias‘El Campesino’, un extremeño de ideas anarquistas que recorrió parte de la península mandando a varias divisiones. Uno de los héroes.

«Llegamos en desbandada y nos detuvo su tropa. ‘El Campesino’ nos organizó y nos repartió ocho bombas de mano a cada uno: «Cuando anochezca tenéis que tomar la cota de los ‘Almendros’, cerca del castillo de Lérida». Montealegre achina los ojos recordando el momento. Los milicianos, bajo las órdenes de dos hombres de confianza de ‘El Campesino’, se arrastraron por la tierra y lanzaron las bombas con tanta suerte «que cayeron todas dentro de la trinchera», donde murieron treinta o cuarenta ‘enemigos’.

«Vi tres panes al lado de una ametralladora. Llevaba dos días sin que me diesen suministro y tenía tanta hambre que me comí uno y medio». Una anécdota que recuerda con poco gusto. «Un compañero me preguntó qué comía y repartimos el resto entre unos cuantos. Cuando llegó ‘El Campesino’ me felicitó. ‘¡Chócala, muchacho, así luchan los hombres de ‘El Campesino!’ Lorenzo se incorpora del respaldo y se pregunta y se responde haciendo gestos teatrales. El recuerdo le llena de orgullo, aunque lo que sigue le llenó de envidia: «‘El Campesino’ nos reemplazó, nos llevó a la cocina y dio orden al cocinero para que nos diese salchichón, chorizo, carne... ¡Había hasta chocolate! ¡Y yo con la barriga llena!

Y después de unas risas recuerda otro hecho con muy poca gracia. «Pasé mucho miedo durante esos años, pero también supe controlarlo. Una vez estuve tendido en el suelo mientras me apuntaban con dos ametralladoras. Pasé más de veinte minutos sin moverme, pensando que la única escapatoria era salir corriendo y alcanzar la trinchera, que estaba a ocho metros. Al final salí corriendo. Al saltar dentro me pinché en un codo con la bayoneta de un compañero, así que estuve tres o cuatro días en la enfermería».

Al otro lado de la frontera

HUIDA A FRANCIA

En San Cornelio, Tortosa, murieron algunos jóvenes de Aldeanueva. Otros resultaron heridos. Lorenzo habla de Isidro Cascarilla, con el que mantuvo correspondencia pasados los meses, cuando ambos estaban ya al otro lado de los Pirineos.

«Me contrataron en la escuela militar de la Seu d’Urgell, vino el desastre (así se refiere al reducto de republicanos derrotados que se acumularon en Cataluña) y pasamos a Francia». Fue el 13 de febrero de 1939, la primera fecha que le salvó la vida.

A las ocho de la mañana pisótierras galas. Madrid todavía no había caído -lo hizo el 26 de marzo-, pero medio millón de españoles huyeron hacia los Pirineos. «Sólo había dos opciones: combatir hasta la muerte o pasar a Francia». Muchos regresaron poco después y encontraron la muerte». 

Los historiadores manejan cifras escalofriantes del exilioforzoso de esos más de medio millón de españoles que dejaron España en los primeros meses del 39, el 2% de la población, de los cuales 45.000 decidieron alcanzar la costa argelina. El paso a Francia no fue fácil. Pocos meses después fueron repatriados más de la mitad, principalmente mujeres, niños y ancianos. Y otros 15.000 murieron por las malas condiciones de vida que soportaron a diario.

«Los franceses, con razón o no, nos trataron muy mal». Lorenzo pasó la frontera y fue agrupado en un campo de selección, a cien kilómetros de los Pirineos. «Nos hacían pasar un hambre terrible. Dormíamos en barrizales porque las barracas estaban mal montadas y se inundaban. En otros campos tenían más suerte, según me contaba Isidro y otros compañeros por carta. Dependía de quien mandase en los campos. En el de ellos tenían ideas liberales. En el mío había un noble francés amigo de Franco».

Lorenzo tenía ganas de trabajar, quería salir de esos barracones, pero las compañías de trabajo que se formaron meses después, cuando los franceses tomaron conciencia de que los exiliados eran una buena mano de obra, eran muy exigentes. «Había que pasar un examen. ‘Queremos veinte mineros’, dijeron un día. Y yolevante el brazo porque quería ese trabajo. ‘¡En qué minas ha trabajado usted si tiene 18 años!’ La verdad es que nací en un momento terrible porque era demasiado joven para producir». Y un mes más tarde, Lorenzo y un colega llamado Alfonso’ se enrolaron en la legión francesa. Atrás quedaron los momentos en los que no se sabía si Francia cerraría sus puertas y dejaría a los republicanos en manos de Franco, los mandaría a otros países o los hacinaría en campos de refugiados por mucho tiempo. Y Lorenzo se conformó con servir a Francia porque no tenía posibilidades de llegar a México, donde se exiliaron otros muchos republicanos españoles.

II GUERRA MUNDIAL

En el campo donde se formó como legionario había unos 300 españoles y de otras muchas nacionalidades, pero vivían agrupados y separados según los países. A Lorenzo le viene a la memoria otra trágica fecha: 2 de septiembre de 1939. Se equivoca por un día, cuando los franceses le declararon la guerra a Alemania. Fue el 3 de septiembre, después de que Gran Bretaña y Francia exigieran a Hitler la retirada inmediata de sus tropas del país polaco, la primera víctima de una guerra relámpago y de su revanchismo triunfalista.

Meses después, en 1940, el ejército germano lanzó una ofensiva contra Francia, ocupando en poco tiempo buena parte del país. El 26 de mayo de ese año, Lorenzo Montealegre cayó en las redes alemanas, justo a las 4 de la tarde. «Me cogieron en Saint-Quentin. Me reventó una bala explosiva en el casco. Ese día me hicieron prisionero junto a otro legionario de Barbastro».En seguida les pidieron los papeles. Montealegre ya se sabía la historia y había tirado por ahí su cartilla, pero su compañero no. «¿Cómo se te ocurre?, le dije. Uno de los mandos alemanes cogió la cartilla de Julián y leyó: ‘Voluntarios por lo que dure la guerra en contra de Alemania’. ¡Vaya canallada nos hicieron los franceses poniendo eso en las cartillas!» Ambos terminaron en un hospital. «El médico vino a ponernos una inyección y el compañero de Barbastro me dijo: ‘¡Montealegre, nos están matando, que he oído que los alemanes matan así!’ ¡No seas idiota, esto vale mucho, si nos quisieran matar nos habrían pegado un tiro que es más barato!’». Esa fue su última conversación. A Lorenzo lo deportaron a Alemania y Julián se quedó en la Francia ocupada. 

ETAPA ALEMANA

«Me llevaron como prisionero a Alemania y estuve 42 meses en pueblos de la frontera con Polonia». Los nombres son impronunciables y no se acuerda de cómo se escriben. «A los prisioneros franceses nos trataban mejor que a otros». Lorenzo sabía de oídas los horrores de los campos de exterminio nazis, pero tuvo suerte porque en aquellos pueblos fronterizos, helados entre noviembre y marzo, necesitaban mano de obra. «En mi barracón éramos treinta. Por las mañanas venía un centinela y gritaba para que saliésemos. Pasábamos el día trabajando y por la noche pasaba lista y nos dejaba encerrados hasta el día siguiente».

El trato de los centinelas variaba según su ideología. Lorenzo alude especialmente a uno de ellos. Era«nazi», dice. «Se emborrachaba todas las semanas y me gritaba: ‘Montecristo, ¡bolchevique!’... ‘¡Estás pasando unas vacaciones aquí y no tienes derecho!’». Revive que pasó mucho miedo cada vez que veía al alemán espiándole, escondido y esperando para cazarle y matarle.Pero Lorenzo es un hombre de suerte, porque ha pasado mucho y se ha librado de la muerte en demasiadas ocasiones. «Sustituyeron a este centinela por otro que había estado apuntado para venir a España durante la guerra. A ese le caí bien, me preguntaba cosas y robaba fruta para dármela».

Allí no murió nadie, pero los prisioneros temían el avance de los rusos hacia Alemania. También se echaba mucho de menos a la familia. Lorenzo era el pequeño de siete hermanos. Diego, uno de ellos, se refugió en las montañas después de la Guerra Civil. «Era maquis», dice. Murió durante la guerrilla seis años más tarde.

Tras veinte meses en un aserradero, Lorenzo trabajó para un comisionista, repartiendo por el pueblo los paquetes que recibía de los negocios. Iba y venía a la estación y revive que fueron unos meses tranquilos, aunque nunca olvidará el día que vio bajar de cuatro o cinco vagones a muchas mujeres y niños. «Iban descalzos y el suelo estaba nevado. Era como una columna ambulante de muertos». No supo de dónde venían, pero aventura que eran alemanes que vivían en Polonia. «Hicieron un campo para ellos». También fue testigo del horror de aquella gente. «A su paso por el pueblo se abrieron muchas puertas y ventanas. La gente les insultaba».

LA HUIDA

«Al principio nos daban de comer todas las patatas que quisiésemos, pero luego sólo siete al día, y te salían algunas malas». Lorenzo llevaba muchos meses ya hablando alemán y en una tierra demasiado fría. Trabajaba como panadero cuando un día se dio una vuelta por la estación y se encontró con un cargamento de patatas. «Las pommes de terre iban para Francia». No se lo pensó. Por la noche le comentó la jugada al resto de compañeros. Sólo dos franceses le acompañaron en su huida. «Esperamos a que el centinela pasase revista por la noche y nos escapamos porque sabíamos abrir las puertas. Nos escondimos entre las patatas de uno de los vagones. Pensamos que el tren saldría a las ocho de la mañana, pocas horas después, pero lo hizo a las cinco o seis de la tarde del día siguiente. Creí que nos pillarían».

Montealegre y sus dos compañeros pasaron o­nce días escondidos.El tren paró en un pueblo al norte de Francia el 21 de octubre de 1943. Sobrevivieron gracias a las patatas. «Me gustan mucho, las creo mis salvadoras. Nos las comíamos crudas y aprendí a distinguir calidades. Las que tenían una veta azul las guardábamos para el postre», relata.

Esa noche durmieron en casa del suegro de uno de ellos. Lorenzo no puede reprimir las lágrimas cuando rememora el momento. «Estuvimos hablando de la huida mucho rato. El señor trajo colchonetas para mis dos compañeros y a mí me dijo que durmiera en la cama de los niños, que ellos lo harían en una colchoneta. Fue la primera vez en mucho tiempo que descansé en una cama en condiciones».

EL EXILIO

«Me pasé a las montañas, al lado de Orleans, hasta el 45, cuando llegaron los americanos». Francia era libre y Lorenzo se trasladó en poco tiempo a París para aprender un oficio como pintor. Pasó fugazmente por un almacén de frutas y decidió marcharse a México, pero el barco llevaba una demora de más de diez días y terminó embarcando en otro que recalaba en Caracas.

En Venezuela rehizo su vida y ganó «bastante dinero». Primero trabajó como representante de aparatos eléctricos, oficio que compaginó con la venta de joyas hasta que puso su primera joyería. «Tuve cuatro, pero al final me robaron más de 28 kilos de joyas». Lorenzo no ha sido un hombre de lujos y prefiere recordar que ha vivido en Venezuela con su mujer y sus cinco hijos hasta hace doce años, que regresó a Aldeanueva y ocupó una Concejalía del PSOE en el Ayuntamiento.

«He estado muchos años en Caracas. La primera vez que pisé España desde la guerra fue en el 53. Vine con pasaporte venezolano para que no me hicieran nada». Es de las pocas personas que puede presumir de tener tres pasaportes: «El español y el francés me los gané con sudor y sangre».

Montealegre no quiere terminar de contar su vida sin relatar un reencuentro. «Un día entré en una peluquería en Caracas. Me sonaba la cara de un cliente y le pregunté al barbero si aquel hombre era español y había estado en Francia. Me dijo que sí. Y le dije:_Pregúntale que significa para él las cuatro de la tarde del 26 de mayo de 1940. El señor respondió: ‘El día que más miedo he pasado en toda mi vida’. ¿Es que no me conoces legionario? ‘No’. ¿A quien le cargabas los fusiles?’ ‘Coño, Montealegre’. Lorenzo y Julián se vieron las caras treinta años después de aquella famosa inyección.

Quien diría que Montealegre, el hijo del carnicero, viviría y pasaría tantas penurias por defender la República. «Estaría encantado de seguir los mismos pasos de entonces».