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Cultura española y años cuarenta: mordaza y rodillo
Antonio José Quesada Sánchez - 07/02/2004

http://www.rebelion.org/cultura/040207aq.htm


Rebelión


Para quien no lo sepa en España (o para quien no quiera saberlo), debo recordar que en 1939 el Caudillo Victorioso aniquiló materialmente la aventura liberadora de la Segunda República (el Ejército Rojo, decía su último parte, fiel a su prosa cuartelera y reaccionaria). El Caudillo, el Generalísimo, lo era de los Tres Ejércitos, tres columnas vertebrales para un mandón de voz femenina que lograba que los caballos en que se subía parecieran ponys. Contaba con una cuarta columna vestida de sotana y bendecida desde Roma, que utilizaba los púlpitos, como norma general, para proteger sus intereses (que los rojos era unos canallas, ladrones, violadores y todo eso; ¡Ay, Stalin, qué inocente fuiste: el Papa cuenta con más divisiones de las que creías!). La cruz y sus seguidores, cuarta columna para este gigante de escasa estatura que soñaba recuperar todo eso que vio perdido cuando era más bajito, en El Ferrol de sí mismo (que todavía no se llamaba así).

Sin embargo, existía una quinta columna que no era tan importante a los ojos del Caudillo Victorioso, y era la columna cultural. ¡Ay las quintas columnas, qué guerra dan siempre para el propio bando! (¿recuerdas, Mola?). Los intelectuales que quisieron ofrecer una justificación intelectual a eso de salvar la patria de las hordas rojas y fabricar Imperios cristianos y todo eso. Pero no se daban cuenta de que los vencedores no los necesitaban para nada (sobraban cuarteles e iglesias para mantener el redil en su sitio). Proyecto ilusionante de vida en común, decía Ortega que era una Nación. ¡Ave María Purísima, no quiero mirar para ningún lado!

¡Ay, intelectuales, cabezas de chorlito!, quinta columna pedante, prepotente, ilustrada y soñadora, siempre dando quebraderos de cabeza a los hombres de bien. Los intelectuales con un mínimo de sensibilidad democrática combatieron con la República, pero no es cierto que el bando nazional fuese un páramo literario. 'No es eso, no es eso', ya saben. Había otros intelectuales ('¡intelectuales nosotros, que nos rompimos los codos de tanto aprobar oposiciones!', gritaba Fraga Iribarne cuando le hablaban de la oposición de los intelectuales al Régimen): conservadores, monárquicos, pedantones, reaccionarios, fascistas, acomodaticios, profesores de universidad que temían perder su nómina y sus dietas de viaje si ganaban los canallas rojos, con hambre de siglos, y un largo etcétera. Aunque el propio Dionisio Ridruejo, uno de los protagonistas de esta coartada cultural franquista, llegue a confesar después que los años 1941-1948 'fueron años para no recordarlos con entusiasmo' (añadía en nota al pie: 'Entusiasmo, idealismo y hasta utopía no faltaron, pero fueron cosa de pocos y tempranamente abatidos'). Pero algo había, además de mucha sotana, mucho militar y mucho alférez provisional.

Intelectualmente, encontramos de todo: desde el politólogo que quería revestir de legitimidad al Caudillo Victorioso, F. J. Conde (que tiraba de Max Weber y Carls Schmitt para conducir bajo palio politológico al Invicto Salvador de la Patria), hasta el sector conservador de la Generación del 27 (los honrados, ya se sabe: Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego,...), pasando por los intelectuales falangistas (los laínes, que veremos después, y algún otro como García Serrano) o reaccionarios de pura cepa como Pemán, siempre en busca de un señor al que cantar y con el que disfrutar en sus salones (¡ay el teatro de la época, salvando a Buero Vallejo!), además de plumas aristocratizantes pero excelentes, como González-Ruano o Montes. Surgen escritores-vividores que escriben alguna obra maestra, como Cela, castellanos conservadores pero con ojos que miran, como Delibes, o mujeres valientes en este mundo de hombres, blancanieves guapa y existencialista (dentro de lo que cabe) como Carmen Laforet.

Pero qué juego dieron los laínes. Intentaron revestir a Franco de ideas, y éste se las quitaba como la caspa de los hombros. Pero ellos se reunían en los cafés, vestidos de señoritos falangistas (eran lo primero y alguno se sentía lo segundo) y se leían sus cosas. Laín, sabio oficial, rector futuro que ya oficiaba de tal y revisionista de casi todo con tal de salir a flote. Torrente Ballester, sabio profesor que escribió cosas, entre ellas un teatro tan puro que no se podía representar (como el agua destilada, que no se puede beber). Me da miedo cada vez que veo un tocho de él. Foxá, genial y wildeano, como siempre. Ridruejo, que trabajaba sólidamente para construir algo de lo que arrepentirse después. Pegó tiros en Rusia vestido de alemán, para acabar con la bestia marxista y de eso le quedó su mejor libro poético. Luego evolucionó hacia la socialdemocracia o algo así. Tovar hablaba alemán y decía cosas, unas en alemán y otras en español, aunque se me han olvidado las unas y las otras.

Después de la guerra, con la canalla roja eliminada o en trance de ello, se dedicaron a escribir sus cosas en Escorial, pero se dieron cuenta de que eran algo folklórico en el país. Que la censura clerico-militar les tachaba las cosas, a ellos que habían pasado la guerra en el café vestidos de falangistas. Y empezaron a quejarse en voz baja (o no tan baja en algún caso). Y se reunían tristes a leerse cosas y a quejarse de Franco después de que la criada les hubiera servido, impecablemente vestida, la comida. Añorando tiempos que creyeron mejores, cuando Joseantonio paseaba correajes por Madrid y por Castilla La Vieja, la de los valores eternos.

Comprobaron que el Caudillo Victorioso convirtió España en un cuartel, y que los escritores no suelen ser bienvenidos cuando hay que formar pelotones de fusilamiento. Incluso los propios, no digo ya los canallas de la trinchera de enfrente.

'¡Dejad el bolígrafo y echad una mano, coño!. Que hay que joderse: nosotros construyendo el Imperio y ellos soñando con la Luna!'. El sargento tiró el cigarro, después de pronunciar las sabias palabras y se dirigió a seguir con eso de fusilar gente (era el rato de descanso: en todos los trabajos se fuma). Porque las cosas se arreglaban a tiros, como en la guerra. O bien con garrote y prensa. Era la otra opción, al fin y al cabo la democracia es poder elegir, ¿no?.