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Belchite, las huellas de la memoria
LA VANGUARDIA - 09/10/2002


Veinticinco años después de la reinstauración de la democracia, la lectura histórica de la Guerra Civil y del franquismo parece estar entrando en una nueva fase. Los enfoques empiezan a cruzarse, a la vez que emergen aspectos desconocidos de la represión posterior a la guerra, como son los batallones de presos que fueron obligados a trabajar en condiciones extremas. Barcelona acogerá este mes de octubre un congreso sobre la materia

XAVIER MONTANYÀ

Trabajos recientes de historiadores y periodistas están dando a conocer, ampliamente, uno de los aspectos más siniestros y silenciados de la dictadura franquista: los campos de concentración y los destacamentos de presos políticos o batallones de trabajadores, que hasta casi treinta años después del fin de la Guerra Civil se usaron para la reconstrucción del país. José Bergamín dijo que después de una guerra civil viene una paz militar. Y así fue. Aquella cínica paz se construyó, en la posguerra, sobre la base de 900 centros de privación de libertad: 194 campos de concentración, 217 batallones de trabajadores, 87 batallones disciplinarios, 2 batallones de especialistas y 200 prisiones. Durante décadas, un espeso silencio ha ocultado un tema que marcó las vidas de centenares de miles de españoles. No obstante, aún es posible rastrear en el recuerdo y en el paisaje las huellas de su memoria, de lo que se debía saber y no saber, de cómo, durante el franquismo y la transición, se alimentó la amnesia histórica, provocando graves lagunas en nuestra memoria colectiva.

El pueblo de Belchite es un escenario emblemático de la Guerra Civil que reúne vestigios, algunos visibles, otros ocultos, tanto de la guerra como del franquismo. El 24 de agosto de 1937 el Ejército republicano, al mando del general Pozas, en la ofensiva que debía haberles llevado hasta Zaragoza, inició la batalla para recuperar Belchite, que resistió el asedio hasta el 6 de septiembre. El 10 de marzo de 1938 las fuerzas sublevadas de Franco tomaron el pueblo. El dictador, cuando inauguró el pueblo nuevo, en 1954, expresaba así su devoción por el lugar: 'Belchite fue bastión que aguantó la furia rojo-comunista. En los frentes de batalla y en las guerras a unos les corresponde ser yunque y a otros maza. Belchite fue yunque, fue el reducto que había de aguantar mientras se desarrollaban las operaciones del norte. Belchite tenía que poner el pecho de sus hijos para que fuese posible la victoria. Y de aquella sangre derramada, de aquel esfuerzo heroico de hombres, mujeres y niños, de ahí nació nuestra victoria'.

El general Franco quiso mantener intactas las ruinas del viejo Belchite como símbolo de su victoria, para que nadie nunca se olvidara, y mandó construir un pueblo nuevo, homogéneo, sobrio, de casas clónicas, en formación casi militar. Ahora que las ruinas del pueblo viejo prácticamente han desaparecido debido al desgaste del tiempo y los saqueos, empezamos a conocer la otra cara de la historia, la que ha sido silenciada: gran parte del pueblo nuevo fue construido por presos políticos republicanos. Según ha investigado el periodista Isaías Lafuente ('Esclavos por la patria. La explotación de los presos bajo el franquismo', Temas de hoy, 2002), entre 1940 y 1945, la dirección general de Regiones Devastadas instaló un destacamento penal en Belchite, en el que trabajaron en condiciones inhumanas una media de mil presos. Brunete, Belchite, Teruel, enclaves que habían supuesto la esperanza republicana, fueron los primeros lugares donde Franco envió presos a realizar trabajos forzados. El ánimo de venganza era evidente, según se desprende de la primera Memoria del Patronato para la Redención de Penas, enviada a Franco en 1939: 'Afortunadamente, la dirección general de Regiones Devastadas ha comenzado a emplear muchos centenares de reclusos dando, en su ejecución, a esa importantísima tarea un hondo sentido de reparación moral y de justicia histórica, pues hace participar en la restauración material de España a aquellos mismos que directamente contribuyeron a destruirla'.

Actos falangistas

Las huellas de la guerra y del franquismo en Belchite son palpables: en el pueblo viejo hay un monumento a los caídos por Dios y por España en el que aún se celebran actos falangistas, las calles del pueblo nuevo mantienen las placas originales: plaza del Generalísimo, calle de la Victoria, 18 de Julio, Calvo Sotelo, avenida José Antonio Primo de Rivera, y hasta hace pocos años, enfrente del Ayuntamiento, había un monolito con la inscripción: 'Yo os juro que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par. Franco', pero debido a que fue derribado 'por los otros' infinidad de veces, el Ayuntamiento desistió de reconstruirlo.

En cambio, la memoria de los caídos republicanos y de los presos utilizados como mano de obra para construir el pueblo sobrevive, únicamente, en el recuerdo de los más mayores. Queda, eso sí, el lugar donde estuvo el llamado campamento, el campo de concentración donde vivieron los presos y las naves que sirvieron de dormitorios, talleres y almacenes de materiales de construcción. Los restos de una torreta de vigilancia y del muro derruido que rodeaba el recinto, delatan, si alguien te cuenta la historia, la existencia del campo.

Manuel Vaquero, hijo de Belchite, tiene 96 años, y era militante de UGT cuando estalló la guerra. Su padre fue fusilado en 1938 y él fue condenado a 20 años. Estuvo tres años preso en Zaragoza y después pasó un año recluido en el campo de concentración de su pueblo. Construía cañizos y alimentaba el ganado del jefe del campo. 'Cuando se mataba un animal, a los presos sólo nos llegaban los huesos. Nos alimentaban con agua sucia que quería parecer café y acelgas solas, siempre acelgas. Trabajábamos todo el día. A las seis de la mañana tocaban diana y los militares rodeaban el pueblo para que nadie pudiera escapar, aunque algunos, ayudados desde fuera, lo lograron. Los del pueblo que estaban libres debían mostrar un salvoconducto para entrar y salir del cerco. Pasábamos mucho frío y hambre.'

A los presos les descontaban del miserable jornal que les correspondía dos pesetas por cada hijo, y un tanto por la comida que les daban. Lo que quedaba sólo les llegaba para algún vaso de vino. La mujer y los dos hijos de Manuel Vaquero vivían a 4 kilómetros del pueblo, en una cabaña. Ella cada día tenía que dejar a sus hijos solos y llegar hasta Belchite, donde la hacían trabajar 'en lo que ellos querían'. Él hacía cañizos para la construcción y al apilarlos se las arreglaban para dejar algún hueco donde los presos pudieran tener encuentros furtivos con sus esposas. Muchas familias de toda España se fueron a vivir a Belchite, en condiciones extremas, para estar cerca de sus familiares recluidos en el campo. Algunos tuvieron la suerte de ser acogidos por la gente del pueblo, otros sobrevivieron como pudieron en las cabañas de los huertos y, los más, se instalaron en unas naves agrícolas medio abandonadas, que merecieron el sobrenombre de 'Rusia', cerca del Seminario, donde estuvieron presos los brigadistas internacionales.

Una vez se hubo cerrado el campo, Dragados y Construcciones se hizo cargo de finalizar las obras. Algunos presos liberados siguieron trabajando para esta empresa, dado que con su historial, de rojo y ex presidiario, les hubiera sido muy difícil encontrar otro empleo. Hacían falta avales y recomendaciones para que se pudieran reintegrar a la vida normal. Al mismo tiempo, mientras duraron las obras, los belchitanos siguieron viviendo entre las ruinas del pueblo viejo hasta que se les concedió la nueva casa. Los últimos en marchar lo hicieron en 1964.

La memoria viva

Manuel Vaquero, que hoy vive en Zaragoza, se quedó en Belchite con su familia. Cuando Franco visitó el pueblo para la inauguración, 22 republicanos, entre los que estaba él, fueron identificados y retenidos en el cuartelillo por la guardia civil, para evitar, según les dijeron, 'que si algo sucedía les pudiera ser achacado'. Vaquero no se ha olvidado de nada. A pesar de la campaña de amnesia sistemática y tergiversación histórica que se ha practicado desde 1939 hasta hoy, quedan personas que saben bien lo que sucedió. Pero, por desgracia, siempre llegamos un poco tarde a todas partes. 'En este pueblo, la Guerra Civil, aún dura', afirma Manuel Vaquero.

Las ruinas, que Franco admiraba hasta el punto de concederles la cruz laureada de San Fernando, se hallan hoy derruidas en un 90 por ciento. Quedaron totalmente abandonadas, a merced de los ladrones y de las inclemencias del tiempo. Asimismo, muchos vecinos desmontaron prácticamente sus casas viejas cuando les concedieron las nuevas. El alcalde de Belchite, Domingo Serrano Cubel, del Partido Aragonés Regionalista, es un enamorado de estas ruinas. 'La guerra no puede acabar con la historia de un pueblo. Fue un error grandísimo no arreglar el pueblo viejo -afirma-, no sólo por los valiosos monumentos de estilo mudéjar que había, y de los que ya queda muy poco, sino por la idea arquitectónica general, que era mejor que la del pueblo nuevo. Todo el pueblo está rodeado por una acequia adonde va a parar inmediatamente el agua de lluvia, sin provocar inundaciones.'

Domingo Serrano lleva veinte años al frente del gobierno municipal intentando que lo que queda del pueblo viejo se consolide y ofrezca seguridad a los visitantes. 'Han tenido que pasar veinticinco años desde que se celebraron las primeras elecciones democráticas para que las administraciones se interesen por Belchite. Durante la transición era un tema tabú. Nadie se atrevía a intervenir aquí por lo que significaba. Ahora nos han dado una ayuda para consolidar la torre del Reloj, pero me temo que quieran hacer una restauración completa que desentone con el conjunto, y no nos llegue más subvención para consolidar el resto de los monumentos que están en peligro.' Lo que también se perderá para siempre es lo que hay enterrado bajo los escombros. Existe un Belchite subterráneo, ya que durante la guerra, la gente comunicó con túneles las bodegas de las casas para esconderse y poder comunicarse sin riesgo. Bajo tierra, podría haber documentos y objetos de valor histórico sobre el pueblo, la guerra y la vida cotidiana durante el conflicto.

La única persona que realmente ha dado algún beneficio a Belchite por estas ruinas, y supo sacarles un rendimiento, fue Terry Gilliam quien, en 1987, rodó aquí su filme 'Las aventuras del barón Munchausen', un acontecimiento, este sí, que todos en el pueblo recuerdan perfectamente. Pero la historia de la guerra y la posguerra se pierde entre brumas. Hay vecinos del pueblo que aseguran que Belchite lo destruyó la República. Franco consiguió tergiversar la historia. Siempre habrá que apelar al rigor histórico para restituir la verdad hasta en lo más evidente: Franco fue el sublevado contra la República y contra el gobierno democrático elegido en las urnas. El Ejército republicano defendía la legalidad. Lo esencial aún no está claro para mucha gente y queda mucho por saber, aunque sea un poco tarde.