La bomba atómica que Franco
soñó
El Mundo - 10 de junio de 2001

EL PRIMER JUGUETE. El 27 de diciembre
del año 1958, Franco y el almirante Luis Carrero Blanco, a
la derecha del dictador, inauguraron el Centro Nacional de
Energía Nuclear Juan Vigón en la Ciudad Universitaria de Madrid.
En la imagen, Franco observa atentamente la estructura del
primer reactor instalado en territorio español
con capacidad para reprocesar uranio.
DURANTE 20 AÑOS España tuvo la capacidad técnica de
fabricar un arma nuclear gracias a los planes secretos que
el dictador impulsó a espaldas de Estados Unidos
JUAN C. DE LA CAL / VICENTE GARRIDO
Fue uno de los sueños secretos de Franco. Durante dos décadas,
más allá incluso de la muerte del dictador, nuestro país estuvo
coqueteando con el arma más mortífera creada por el ser humano:
la bomba atómica. Hoy, cuando se cumple el medio siglo de
la creación de la Junta de Energía Nuclear (JEN) y 100 años
del descubrimiento de la radiactividad, sorprende lo cerca
que estuvo España de ser una potencia nuclear.
En 1963, el entonces director de la JEN, el ingeniero y almirante
de la Armada José María Otero Navascués, encargó un estudio
sobre las posibilidades reales que tenía nuestro país de construir
una bomba atómica sin alertar a la comunidad internacional.
Esta responsabilidad recayó en el catedrático de Física Nuclear
y general de Aviación, Guillermo Velarde. Los primeros resultados
fueron un fiasco. Los especialistas del JEN (todos militares)
se manifestaron incapaces para saber los detalles técnicos
para la fabricación del artefacto y, sobre todo, cómo obtener
el plutonio necesario.
Tres años después, sin embargo, el accidente de un avión norteamericano
en la localidad almeriense de Palomares al perder sobre territorio
español cuatro bombas de hidrógeno, supuso un nuevo impulso
al proyecto. Los técnicos españoles, encabezados por Velarde,
encontraron en la zona restos de la bomba y de los detonadores
que les permitieron resolver las muchas dudas que albergaban.
En el universo geopolítico de la época, poseer la capacidad
técnica para fabricar la bomba, significaba detentar un estatus
especial.Y Franco lo sabía. Con espinas clavadas como el mantenimiento
de la posesión británica de Gibraltar o el eterno 'fantasma'
que suponían las aspiraciones marroquíes por recuperar las
plazas de Ceuta y Melilla, los sucesivos gobiernos se negaron
a firmar el Tratado de Proliferación Nuclear (TNP) que obliga
a los países signatarios a renunciar indefinidamente a las
aplicaciones militares de la energía nuclear.
El primer documento oficial donde se reconoce la capacidad
española para fabricar la bomba atómica data de 1967, y se
trata de una circular interna del Ministerio de Asuntos Exteriores
a varias de sus embajadas en el extranjero.
Al año siguiente, se instala en la sede de la JEN, en la Ciudad
Universitaria de Madrid, el primer reactor rápido nuclear
español, el Coral-1, con capacidad para trabajar con plutonio
de grado militar. Estos reactores rápidos funcionan con este
material o con uranio enriquecido al 90% (U-235) y los residuos
siguen conteniendo casi tanto combustible como el que queman.
Los primeros gramos de plutonio, los únicos en el mundo que
no fueron fiscalizados por la OIEA (Organismo Internacional
de la Energía Atómica, encargada de velar por la no proliferación),
vieron la luz 12 meses más tarde, en 1969, en el más absoluto
de los secretos. El sueño español ya era una realidad.
Ya en la década de los 70, la carrera española en busca de
«la madre de todas las bombas» se disparó definitivamente.
En 1971, el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional
(CESEDEN), elaboró un informe confidencial en el que señalaba
en sus conclusiones que «España podía poner en marcha con
éxito la opción nuclear militar». Según este estudio, nuestro
país podía dotarse rápidamente su propio armamento nuclear
utilizando las instalaciones de las que ya disponía. Se subraya
la importancia de la central de Vandellós como fuente de plutonio
militar. Por último, el estudio indicaba la posibilidad de
realizar la primera prueba nuclear en el desierto del Sáhara,
con un coste aproximado de 8.700 millones de pesetas de entonces.
La obtención del plutonio suficiente para construir la bomba
(6 kilos), en un país cuyo subsuelo contenía las segundas
reservas de uranio natural de Europa, ya no era una utopía.
Se daba la particularidad de que la central de Vandellós I,
la misma que sufrió un accidente en 1989, era de tecnología
francesa y utilizaba uranio natural. Además, sus residuos
eran ideales para ser reprocesados y obtener más combustible.
En aquella época Francia, como potencia atómica, no permitía
a la OIEA inspeccionar sus instalaciones nucleares. La central
se inauguró después de un acuerdo de colaboración firmado
entre Carrero Blanco y su admirado general De Gaulle.José
María de Areilza, entonces embajador español en París, fue
el encargado de negociar los términos de la cesión del uso
de la central a espaldas siempre del amigo americano.
Pocos días antes de ser asesinado, Carrero Blanco mantuvo
una entrevista con el secretario de Estado norteamericano,
Henry Kissinger, sobre este tema. El almirante siempre mimó
este proyecto obteniendo recursos económicos de los que no
disponía. Según algunos informes confidenciales desclasificados
por el Servicio de Inteligencia Militar de EEUU, España estaba
almacenando plutonio para fabricar una bomba nuclear, desviándolo
de los controles de la OIEA. Se dice que así se lo manifestó
Carrero a Kissinger.El secretario de Estado, aunque no consiguió
que España firmase su adhesión al TNP, sí se llevó clara una
idea: la confirmación de la voluntad nuclear con fines militares
de Franco hacía necesario un «estrecho control» sobre estas
actividades .
Pero los que creían que la muerte del dictador iba a suponer
un cambio significativo de la postura pronuclear española
se equivocaron. Las presiones norteamericanas, ya con James
Carter como presidente para que España firmara el TNP continuaron.Sin
embargo, en 1976, el ministro de Asuntos Exteriores hispano,
José María de Areilza, volvió a reconocer que nuestro país
estaría en condiciones de fabricar la bomba «en siete u ocho
años si nos pusiéramos a ello. No queremos ser los últimos
en la lista».
Las dudas se hicieron mucho más intensas cuando en 1977 se
conoció públicamente el alcance tecnológico de las instalaciones
nucleares previstas para el llamado Centro de Investigación
Nuclear de Soria (CINSO), en la localidad de Cuba de la Solana.
«El proyecto se aprobó 45 días después de la muerte de Franco
en un Consejo de Ministros presidido por Arias Navarro. Los
investigadores norteamericanos se asustaron al averiguar que
en la planta piloto ideada para convertir el uranio en plutonio
se podían hacer 140 kilos al año. El entonces ministro de
Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, fue uno de los grandes
impulsores de este plan gracias a las simpatías que gozaba
por parte de altos mandos militares formados desde los años
50 para este fin», asegura Ladislao Martínez, portavoz de
Ecologistas en Acción.
Pero Jimmy Carter no estaba dispuesto a que un nuevo país
se sumara a la carrera armamentística que él trataba de frenar.Por
eso, en sus cuatro años de mandato (1976-1980) emprendió una
auténtica campaña contra los estados que no habían suscrito
el TNP. Además, Estados Unidos estaba obsesionado con que
la OIEA inspeccionara las instalaciones sospechosas españolas:
en caso de impedir esta inspección, EEUU congelaría las exportaciones
de uranio enriquecido a nuestro país, lo que supondría el
parón industrial de las centrales nucleares civiles que ya
funcionaban.
Finalmente, el 1 de abril de 1981, España acabó aceptando
las condiciones impuestas por los norteamericanos y firmó
un acuerdo de salvaguardias con la OIEA para someter estas
instalaciones a verificación constante. Curiosamente, esta
decisión fue adoptada el 23 de febrero anterior, el mismo
día de la intentona golpista del teniente coronel Tejero.
Esta decisión supuso la última oportunidad española por dotarse
con armamento nuclear propio. La firma del TNP en 1987 por
parte del Gobierno de Felipe González, se considera algo ya
puramente simbólico. España había dejado de jugar a la bomba
atómica en un mundo donde de lo que se hablaba ya era de la
Guerra de las Galaxias...
Vicente Garrido es profesor de Derecho Internacional y autor
de un libro de inmediata aparición sobre la carrera atómica
española.
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