EL
PAPEL DE LA MEMORIA COLECTIVA
EN LA RECONSTRUCCIÓN DE SOCIEDADES
FRACTURADAS POR LA VIOLENCIA
por Carlos Martín Beristain
Mirarse en el espejo
de la verdad
Tras la finalización
de conflictos o dictaduras, muchas sociedades se han planteado
la necesidad de conocer el pasado, para dar voz a las víctimas
cuya experiencia había sido silenciada o manipulada y para
que la sociedad entera, una buena parte de la cual había vivido
al margen de esas atrocidades, reconociera lo que había sucedido.
Ese trabajo fue oficialmente encargado a Comisiones de
la Verdad, que tenían que llevar adelante una investigación
veraz sobre los hechos y un reconocimiento a las víctimas,
proponiendo también formas de reparación o de prevención de
las atrocidades en el futuro.
Estos intentos no
han estado exentos de obstáculos. Los/as detractores/as de
esos procesos, quienes han tenido graves responsabilidades
en la violencia contra la población civil y, en general, la
historia oficial de muchos países, han tratado de promover
el reparto de responsabilidades entre tod@s, y recetar el
olvido como la fórmula para la reconstrucción. Sin embargo,
la experiencia indica que es la amnesia la que hace que
la historia se repita y que se repita como pesadilla. La buena
memoria permite aprender del pasado, porque el único sentido
que tiene la recuperación del pasado es que sirva para la
transformación de la vida presente (Galeano, 1996).
Para las poblaciones
afectadas por la violencia la memoria tiene no sólo un valor
terapéutico colectivo, sino también de reconocimiento social
y de justicia, por lo que puede tener un papel preventivo
a escala psicológica, social y política.
Sin embargo, la lucha
por la verdad no es un camino fácil, está sometido a todas
las contradicciones sociales. Según John Berger, la historia
infunde esperanza a los desesperados y explotados que luchan
por la justicia. En el mundo de los relativamente ricos, sin
embargo, el olvido, se ha convertido en la única e insaciable
demanda de la historia.
¿Qué piensan las
víctimas y sobrevivientes?
En los contextos
de guerra y represión política, las poblaciones victimizadas
no han tenido la oportunidad de señalar a los culpables, obtener
un reconocimiento social de los hechos y de su sufrimiento,
ni una reparación social basada en la justicia. Además,
frecuentemente la memoria está atada por el miedo, la desvalorización
social o incluso la criminalización de las poblaciones afectadas.
Todo ello conlleva efectos muy negativos en la identidad individual
y social de los afectados, así como efectos sociales más amplios
derivados de la impunidad.
El primer paso para
la reconciliación es que la gente no puede reconciliarse con
sus experiencias, ya que si no puede compartirlas con otr@s
y darles una dimensión social, no puede hacerlas parte de
su vida. La gente que ha perdido a sus familiares quiere y
necesita saber qué pasó con ell@s, dónde están sus cuerpos.
En caso contrario se les obliga a un duro proceso de duelo
y a quedar excluidos de nuevos proyectos personales y colectivos.
Para las víctimas
y familiares el conocimiento de la verdad es una de las principales
motivaciones. Esa demanda implícita de dignificación está
muy ligada al reconocimiento de la injusticia de los hechos
y a la reivindicación de las víctimas y los familiares como
personas cuya dignidad trató de ser arrebatada.
A pesar de confrontarse
de nuevo con el dolor también saben que aquello a lo que están
sometid@s en sus vidas es intolerable. Para mucha gente, el
solo hecho de darle nombre a lo intolerable constituye en
sí mismo una esperanza, ya que cuando se dice que algo es
intolerable, resulta inevitable la acción. Pero romper el
silencio de los hechos, hablar de la experiencia, por amarga
o dolorosa que sea, es descubrir la esperanza de que esas
palabras quizás sean oídas y luego, una vez oídas, juzgados
los hechos (Berger, 1986).
El conocimiento de
la verdad también está unido a otras demandas de reparación
como el resarcimiento y las exhumaciones, para reconstruir
los lazos con el pasado y los/las que murieron. Todo eso implica
que para mejorar la situación de las víctimas, y dado el impacto
de la violencia y el propio clima social del país, se necesita
asumir la verdad, luchar contra la impunidad y apoyar a los
sobrevivientes.
Entre los motivos
para dar su testimonio es frecuente la posibilidad de realizar
investigaciones sobre el paradero de sus familiares y exhumaciones.
Detrás de muchas de esas demandas hay no sólo necesidades
psicológicas, sino también problemas prácticos como los derechos
de sucesión o la propiedad de la tierra.
Otras muchas personas
piden justicia y castigo a los culpables (que en ocasiones
son victimarios conocidos en las comunidades). El ánimo
de venganza no ayuda a la reconstrucción del tejido social,
pero la convivencia con los victimarios puede seguir siendo
un problema importante cuando no se hace justicia y además,
muchos de ellos pueden haber sacado ventaja social de su poder
(dinero, tierra, etc.). En la demanda de justicia hay por
tanto implícita una demanda de lograr unas nuevas bases para
la convivencia, que no estén fundadas en la posesión de las
armas o el poder de coacción.
El objetivo de este
trabajo incesante de reconstrucción del tejido social es unir
lo que la vida ha separado, lo que la violencia ha desgarrado.
Este trabajo se parece a la poesía que, según John Berger,
no puede reparar ninguna pérdida, pero desafía al espacio
que separa.
¿Cómo se reconcilia
un país con su realidad?
El problema no es
que la memoria nos lleve a vivir mirando hacia atrás. Es precisamente
al revés, el presente es inmutable y está atado por el pasado
porque se teme el cambio. Y cuando no se deja que se conozca
la verdad es porque el sistema no está muerto. Si se dejase,
sería un indicador de su muerte, como esos personajes de quienes
se empieza a conocer una historia veraz cuando han desaparecido.
El pasado no es una
carga de la que librarse, de cuyo peso muerto los vivos pueden
o incluso deben deshacerse en su marcha hacia el futuro. El
pasado no tira hacia atrás sino que nos presiona hacia delante.
Para Hannah Arendt hay tiempos históricos, raros periodos
intermedios, en los que el tiempo está determinado tanto por
cosas que ya no son como por cosas que todavía no son.
En la historia estos intervalos han demostrado en más de una
ocasión que pueden contener el momento de la verdad. El intervalo
entre el pasado y el futuro no es un continuum,
sino un punto de fractura en el que luchamos para hacernos
un lugar propio. En esos momentos la memoria de la violencia
puede convertirse en una realidad tangible y en una perplejidad
para todos, pasando a ser un hecho políticamente relevante.
¿Hay relación entre
verdad, justicia y reconciliación?
Si la historia se
convierte en pesadilla, se debe a que el pasado se obstina
en no serlo. La "elaboración" del trauma supone reconocer
que ha quedado atrás, sustituir la simultaneidad psicológica
por una secuencia pasado-presente, ir desalojando poco a poco
el lastre del agravio y el resentimiento que nos mantiene
apegados a un ayer interminable. Pero para ello es necesario
el recuerdo colectivo como una forma de reconocer que
los hechos ocurrieron, que fue injusto y que no se debe repetir
(Jodelet,1992).
Pero existen al menos
dos verdades: una factual y otra moral, la verdad de las narraciones
que cuentan lo que ocurrió y la de las narraciones que intentan
explicar por qué y a causa de quién. La primera supone un
proceso de investigación del pasado y la publicación de los
hechos, los responsables y la memoria de las víctimas. La
segunda requiere de todo un proceso social, educativo y político
para hacer "calar" esa verdad, en el que sólo parecen estar
comprometidos iglesias, ONG y organizaciones sociales.
A pesar de las demandas
de las propias víctimas para conocer la verdad, enfrentar
los hechos y pedir responsabilidades, frecuentemente desde
el estado se plantea la impunidad como el único horizonte
posible. Sin embargo, la impunidad no es inevitable.
En mi opinión
no debemos considerar la curación de Suráfrica como un
hecho, sino como un proceso, y la comisión ha contribuido
de forma magnífica a ese proceso porque ahora las víctimas
de las atrocidades saben lo que les ocurrió a sus seres
queridos y algunos de ellos se han mostrado magnánimos:
han sido capaces de escuchar las confesiones de los agentes
del apartheid y han replicado que les perdonan. Por supuesto,
otros tienen tanta amargura que les resulta imposible
olvidar el dolor de perder a quienes querían.
Pero creo que, en general, la Comisión ha hecho un trabajo
maravilloso y nos ha ayudado a alejarnos del pasado para
concentrarnos en el presente y el futuro. Nelson Mandela,
1998 (EL PAÍS semanal: 1158:26)
Pero además, existen
otras formas de sanción social que pueden ayudar a la reconstrucción,
como la separación de cargos, la eliminación de prerrogativas,
la inhabilitación para ejercer cargos públicos, etc. para
eliminar el poder de los/las responsables, promover un nuevo
espacio social para la reconstrucción y evitar los falsos
procesos de reconciliación.
Asumir la verdad
en sociedades fracturadas
Asumir la verdad
en sociedades fracturadas es el resultado de un proceso complejo.
La publicación de informes sobre la verdad es sólo el primer
paso. Pero cuando se ha empezado a romper el silencio es más
probable que otros hechos y pruebas se vayan conociendo y
ayuden a asumir la verdad.
Sin embargo, en muchas
sociedades fracturadas por hechos traumáticos recientes, el
compartir sobre el pasado provoca una polarización en las
actitudes hacia la sociedad, o al menos una actitud más negativa
de la situación actual, dado que no puede obviarse el impacto
de los hechos vividos y las exigencias de justicia y reparación
que no han sido escuchadas. La memoria puede entonces hacer
explícito un conflicto subyacente para lograr un nuevo equilibrio
social. Sin embargo, en los países con un menor conflicto
actual sobre los traumas del pasado, la reevaluación se relaciona
con una mejor imagen de la sociedad (Martín Beristain, 1999).
El caso reciente del proceso contra Pinochet ha puesto
de manifiesto cómo la justicia puede hacer visibles las fracturas
sociales de la sociedad chilena y la necesidad de tomar medidas
para restablecer unas nuevas bases de convivencia social.
La distorsión de
la memoria colectiva, y el no reconocimiento social de los
hechos, tiene también efectos en los supervivientes como una
privatización del daño, una falta de dignificación de las
víctimas y una pérdida de apoyo por parte de las personas
más afectadas, que se encuentran así sin marco social para
darle un significado positivo a su experiencia.
Por todo ello, si
bien la verdad es un paso necesario, la idea de que la reconciliación
depende sólo de la posibilidad de compartir la verdad de los
hechos no es tan cierta. Primero, porque se necesitan más
pasos después para evitar que la verdad se quede sólo en una
confirmación del daño. Pero también porque las versiones de
la historia (verdad moral) se adecuan a las necesidades del
presente y están relacionadas por la identidad de las personas
y grupos (según Ignatieff, lo que parece verdadero depende
de lo que creemos ser y una identidad es definida, en gran
parte, por lo que no somos "durante la guerra en Bosnia,
para muchos, ser serbio significaba ante todo no ser croata
ni musulmán").
Por eso la reconciliación
es más difícil en:
- Sociedades con grave polarización
sobre el pasado.
- Cuando no hay nuevos consensos
sociales después de la guerra.
- Si el nuevo marco de convivencia
está regentado por los antiguos actores o nuevas fuerzas
excluyentes.
- Cuando las comunidades existentes
están muy consolidadas en torno a su propia verdad.
- Donde la identidad de un grupo
se consolida por el miedo al otro.
La memoria retorcida
Sin embargo, hay
muchos ejemplos en la historia de tendencias de reconstruir
la memoria de una manera distorsionada, incluso responsabilizando
a las víctimas. Por ejemplo, según algunas encuestas, la mayoría
de la población alemana de más de 40 años cree que los judíos
fueron en parte responsables del Holocausto (Daniel, 1992).
Otra tendencia común puede ser el silencio (Sichrowsky, 1987).
En Alemania, después de la guerra, la actitud dominante fue
no hablar sobre ella o no aceptar ser juzgado/a por su pasado
de participación con el nazismo. En el periodo posterior a
la dictadura salazarista en Portugal y la dictadura franquista
en el Estado español, la reacción fue similar, mostrándose
un silencio general sobre la participación activa en el régimen
anterior.
Frecuentemente, las
versiones oficiales plantean que es necesario "pasar la página
de la historia para reconstruir la sociedad". De esta manera,
se trata de reconstruir sobre el olvido forzado, como si ese
hecho no tuviera ya consecuencias importantes en el propio
proceso de reconstrucción. Sin embargo, los responsables plantean
su propia versión de los hechos, donde predominan la evitación
del recuerdo o su recuerdo convencionalizado, cumpliendo,
de esta manera, la función de mantener una imagen coherente
de sí mismos.
Algunas de esas distorsiones
se inician de manera deliberada, como los intentos de reescribir
la historia por parte de regímenes totalitarios o dictaduras.
Por ejemplo, la Fundación Augusto Pinochet tiene un Instituto
de Historia de Chile, con 27 centros por todo el país, que
está elaborando una historia contemporánea de acuerdo a sus
propios intereses. Otras veces pueden resultar de esfuerzos
por esconder episodios considerados vergonzosos. Por último,
otros pueden ser cambios bienintencionados para proporcionar
un relato verdadero de hechos pasados. Estos procesos de distorsión
de la memoria incluyen múltiples mecanismos para convencionalizar
el recuerdo como culpar al otr@, manipular las asociaciones
de los hechos, responsabilizar a las circunstancias, etc.
(Marqués, J, Páez, D.,& Serra, A.F., 1998)
Los mecanismos de
la crueldad
Entre los mecanismos
que hacen posible el horror está el sistema de formación de
cuerpos militares, basado en el reclutamiento forzoso o la
formación de grupos paramilitares, un entrenamiento en la
obediencia, fuerte control de grupo y complicidad en las atrocidades,
y un racismo y deshumanización de la población civil, o la
participación en atrocidades de los grupos guerrilleros (rigidez
ideológica, insensibilización frente al sufrimiento, oposición
convertida en enemigo, etc.).
Estos sistemas y
dinámicas del conflicto armado explican en gran medida el
carácter tan destructivo que ha tenido en muchos lugares la
represión política, pero también se manifiesta posteriormente
en numerosas formas de violencia en las posguerras ya que,
todavía una parte de esa redes se mantienen intactas (Guatemala,
El Salvador).
A pesar de lo
doloroso, la memoria de las atrocidades es también una parte
de la prevención de la violencia en el futuro.
Del desmantelamiento de los mecanismos que han hecho posible
el horror depende en gran medida que no se repita la tragedia
(ODHAG, 1998).
Atención a los procesos
locales
La conmemoración
de lo ocurrido permite darle un sentido y reconocimiento público,
y es parte del camino para asumir el pasado y reconstruir
las relaciones sociales. Pero muchos de esos procesos pueden
ser muy diferentes según los lugares e historias locales del
conflicto.
Cuando en el proyecto
REMHI (Guatemala) se empezaron a recoger testimonios
en Chicoj, mucha gente quiso dar a conocer su historia de
forma pública, pero también compartirla con otras comunidades
con las que se encontraban enfrentadas o distantes a consecuencia
de la guerra, como una forma de hacer un proceso de reconciliación
local. En otros lugares, hablar de lo que pasó llevó también
a denunciar cementerios clandestinos, a realizar ceremonias
como en Sahakok (Alta Verapaz), en donde los/las ancianos/as
soñaron con una cruz en lo alto del cerro donde habían quedado
sin enterrar tant@s de sus herman@s. Veintiocho comunidades
se organizaron para llevar a cabo ese sueño. En la montaña,
además de sus restos, quedaron escritos entonces los nombres
de novecientas dieciséis personas que la gente había ido recogiendo.
La cruz en lo alto de la montaña no es sólo un recuerdo de
los muertos, sino una sanción moral contra las atrocidades.
Para muchas personas
ese recuerdo supone también una forma de conciencia social
y un estímulo para su vida. Esas formas de recuerdo colectivo
no son sólo procesos privados o de pequeños grupos. En la
medida en que conquisten el espacio público, pueden ayudar
a una sociedad a desprenderse de las formas de respuesta atadas
a la espiral de la violencia.
La búsqueda de la
verdad tiene también un impacto en los procesos de duelo,
por ejemplo, con demandas de exhumaciones que confirmen las
circunstancias de la muerte. Estas exhumaciones no pueden
verse solamente como un hecho político o práctico. El respeto
a la memoria de los muertos y a la dignidad de los supervivientes
debe formar parte de las distintas actividades que impliquen
enfrentar el dolor, las expectativas de encontrar los restos
y conocer el destino de sus familiares. Las actividades como
exhumaciones, recogida de testimonios, etc. deben realizarse
teniendo en cuenta la participación de los/las afectados/as
y comunidades y deben ser respaldadas por leyes que faciliten
los procedimientos, coordinen a los grupos e instituciones
que participan y respeten a los muertos y sobrevivientes.
Las memorias de los
hechos traumáticos evocan emociones intensas en quienes dan
sus testimonios o se encuentran más unidos a las víctimas.
Muchas víctimas pueden querer tanto recordar como olvidar,
porque el recuerdo produce dolor (Thompsom, 1988). Por parte
de quienes recogen esos testimonios y memorias, se necesitan
aptitudes y actitudes de escucha y respeto, así como tener
en cuenta un tiempo posterior de apoyo y no sólo los criterios
formales de tipo organizativo. Las actitudes y trabas burocráticas
forman parte también de la impunidad. Hay que poner atención
a los procesos locales y respetar el ritmo de las comunidades
para que los procesos legales y técnicos no se conviertan
en un obstáculo más.
Reparación. Mitigar
el daño
Para la reconstrucción
del tejido social no vale sólo asumir la verdad, sino que
también necesita de medidas activas que ayuden a mejorar la
situación de las víctimas, mitigar el daño y proporcionar
un resarcimiento económico y moral. Habitualmente, se habla
de "reparación psicosocial" con diferentes orientaciones:
compensaciones económicas y educativas, proyectos de desarrollo,
conmemoraciones y monumentos, etc. Sin embargo, la primera
forma de resarcimiento es hacer que la gente pueda vivir sin
miedo. El reconocimiento de los hechos por los autores y de
la responsabilidad del Estado, así como las acciones que ayuden
a asumir la verdad como parte de la conciencia moral de la
sociedad, son parte de la reparación de la dignidad de las
víctimas y la mejora de la vida de los sobrevivientes.
Las formas de resarcimiento
tienen que evitar profundizar las diferencias sociales o introducir
nuevos conflictos en familias o comunidades. En casos recientes
como la masacre de Xamán (Guatemala) y Trujillo (Colombia)
la gestión de las ayudas ha conllevado conflictos y ha estado
orientada por criterios de legitimación del Estado. Todas
estas medidas compensatorias no pueden ser desgajadas de otras
medidas necesarias, como las que tienen que ver con la memoria
colectiva o las demandas de verdad y justicia. La participación
de las poblaciones afectadas, su capacidad de decisión, la
claridad en los criterios y la equidad de los mismos, así
como su reconocimiento como contribución -no sustitución-
a la necesidad de justicia, suponen un conjunto de aspectos
básicos que las acciones de reparación deberían tener en cuenta.
A continuación, se recogen algunas de las variables que ponen
de manifiesto distintas lógicas internas de los procesos de
reparación psicosocial. Éstos deberían estar regidos por una
lógica de reconstrucción del tejido social y no por la lógica
de control utilizada frecuentemente por parte del estado (ODHAG,
1998).
Memoria para la
prevención
Para las nuevas generaciones,
el valor de la memoria de sus familiares y los hechos de violencia
tiene gran importancia. Los/las hijos/as de los familiares
asesinados o desaparecidos necesitan entender su propia situación
como parte de un proceso colectivo mayor, que evite la estigmatización
y reafirme su identidad. Con un sentido más social, muchos
familiares reafirman el valor de la memoria colectiva transmitida
a las nuevas generaciones como una forma de aprendizaje,
a partir de la experiencia de sus antecesores, que evite la
repetición de la violencia que ellos sufrieron.
El impacto de la
distorsión de la memoria en el futuro puede verse también
en la actual tendencia en América Latina a la vuelta al poder
de conocidos represores, el aumento de movimientos de extrema
derecha o del racismo en Europa, el hecho de que líderes que
en el pasado colaboraron con el nazismo o la represión estalinista
se erijan en representantes de nuevos nacionalismos, o la
transformación con el paso del tiempo de los instigadores
de la guerra en los "defensores de la paz".
Todo ello pone de
manifiesto el riesgo de que se repitan las atrocidades del
pasado y del presente. La memoria y la justicia tienen una
clara función preventiva: del desmantelamiento de los mecanismos
que han hecho posible el horror depende en gran medida que
no se repita la tragedia.
El papel preventivo
de la memoria
Según Pennebaker,
Páez & Rimé (1996) para promover que la memoria colectiva
cumpla este papel:
- Los hechos deben ser recordados
de forma compartida y expresados
en rituales y
monumentos.
- Debe insertarse en el pasado
y futuro del grupo.
- Explicar y aclarar lo ocurrido
dentro de lo posible.
- Extraer lecciones y conclusiones
para el presente.
- Darle un sentido y reconstruir
lo ocurrido haciendo hincapié en los aspectos positivos
para la identidad social.
- Evitar la fijación en el pasado,
la repetición obsesiva y la estigmatización de los/las sobrevivientes
como víctimas.
- Más allá de la reconstrucción
de los hechos, la memoria constituye un juicio moral que
descalifica éticamente a los perpetradores.
- Si no se puede ayudar a esto,
cuidado con no interferir los procesos de memoria colectiva
con acciones o planteamientos distorsionadores.
La (re)conciliación
como proceso
Las naciones no se
reconcilian como pueden hacerlo las personas, pero se necesitan
gestos públicos y creíbles que ayuden a dignificar a las víctimas,
enterrar a los muertos y separarse del pasado. Los dirigentes
políticos pueden influir en ese proceso difícil que lleva
a la gente a saldar cuentas con un pasado colectivo doloroso.
Para hacer ese camino
se necesita voluntad política por parte de gobiernos y autoridades.
Pero también de la fuerza y coherencia necesarias para superar
estereotipos y actitudes excluyentes entre distintos grupos
sociales o fuerzas políticas de oposición. Sin un cambio de
cultura política no sólo disminuyen las posibilidades de unir
fuerzas que provoquen cambios sociales, sino que se corre
el riesgo de nuevos procesos de confrontación y división que
pueden afectar seriamente al tejido social.
En palabras de Ignatieff,
reconciliarse significa romper la espiral de la venganza
intergeneracional, sustituir la viciosa espiral descendente
de la violencia por la virtuosa espiral ascendente del respeto
mutuo. La reconciliación puede romper el círculo de
la venganza a condición de que se respeten los muertos. Negarlos
es convertirlos en una pesadilla. Sin apología, sin reconocimiento
de los hechos, el pasado nunca vuelve a su puesto y los fantasmas
acechan desde las almenas. Eso significa poder llorar
a los muertos, compartir sus enseñanzas, ser conscientes de
que la violencia no devuelve la vida y devolver la honra de
los muertos y desaparecidos a la lucha por la vida.
El proceso de reconstrucción
exige tener en cuenta la memoria de las víctimas y llevar
adelante medidas para mitigar o reparar el daño en lo posible,
medidas que acaben con la impunidad, reformar las fuerzas
armadas, facilitar la participación política y difundir la
verdad en la sociedad, así como medidas que afronten las raíces
económicas y sociales de la violencia.
Notas bibliográficas
ARENDT H.; De la historia
a la acción, Paidós ICE/UAB, Barcelona, 1995.
BERGER J.; Y
nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, Hermann
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GALEANO, E.;
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IGNATIEFF M.;
El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia
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JODELET, D.;
Memoire de Masse: le cote moral et affectif de l'histoire.
Bulletin de Psychologie, XLV, 239-256, 1992.
MARTÍN BERISTAIN;
Reconstruir el tejido social. Un enfoque crítico de
la ayuda humanitaria, Icaria, Barcelona, 1999.
ODHAG, Oficina
de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala; Informe
Proyecto InterDiocesano de Recuperación de la Memoria
Histórica: Guatemala: Nunca Más. Vol.
I, II y III. Impactos de la Violencia. Tibás, LIL/Arzobispado
de Guatemala, Costa Rica, 1998.
PÁEZ, D., VALENCIA,
J., PENNEBAKER, J., RIMÉ, B. & JODELET, D. (EDS);
Memoria Colectiva de Procesos Culturales y Politicos,
Editorial de la Universidad del País Vasco/Euskal
Herriko Unibertsitatea, Leioa, 1997.
THOMPSON, P.; La voz del
pasado, Alfons el Magnanim, Valencia, 1988.
Carlos Martín Beristain: Licenciado
en Medicina y Especialista en Educación para la Salud.
Profesor del Diploma Universitario Europeo en Ayuda
Humanitaria Internacional de la Universidad de Deusto.
Codirector del Diploma Universitario Salud Mental
en Situaciones de Catástrofe y Guerra. Coordinador
del Informe Proyecto Interdiocesano de Recuperación
de la Memoria Histórica REMHI-GUATEMALA: NUNCA MÁS,
de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado
de Guatemala (1995-1998). Está trabajando en talleres
sobre Salud Mental y Derechos Humanos con grupos de
derechos humanos y comunidades desplazadas de Guatemala,
El Salvador, Colombia y Méjico (1989-1999) y ha realizado
más de 200 talleres. También ha formado a profesionales
y agentes comunitarios. Es el autor de varios libros
y documentos sobre la reconstrucción social. Recibió
el Premio León Felipe de Derechos Humanos en 1998.
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