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Soldados de Salamina descoloridos
laverdad.es - JUAN BAS/ESCRITOR - 19/01/2004

http://servicios.laverdad.es/murcia/pg040119/prensa/noticias/Articulos_Murcia/200401/19/MUR-OPI-078.html


He visto hace poco la esforzada adaptación cinematográfica que David Trueba ha hecho de Soldados de Salamina, la famosa novela homónima de Javier Cercas. La película, brillante y conmovedora por momentos, ha sido seleccionada para competir por los Oscar de Hollywood y para los Goya como mejor película y mejor dirección.

Ha habido algo que me ha sorprendido de la película: la forma casi políticamente neutra en que se presenta a Rafael Sánchez Mazas, uno de los dos personajes referenciales de la novela; el otro es Miralles, un soldado de a pie. Sí se dice en el film de Trueba que Sánchez Mazas era un importante jerarca del bando rebelde, también que fue uno de los fundadores de Falange, pero poco más de su relevancia política y del papel que jugó antes de la Guerra Civil.

Por supuesto, David Trueba es muy libre de hacer la película que quiera, pero creo que ha pasado de puntillas por una de las claves de la novela, la que establece la contraposición y comparación entre Sánchez Mazas y Miralles, y que gira en torno a la frase del filósofo historicista Oswald Spengler de que en tiempos de crisis es al final un pelotón de soldados el que salva la civilización (Tejero y sus picoletos intentaron, a su manera, llevar a la práctica este lema, sin duda desconociéndolo y con un concepto de la salvación como mínimo inquietante).

Rafael Sánchez Mazas, poeta y estimable escritor, vio en el fascismo una manera de hacer realidad su poesía y sentido de lo épico y estético. Amigo íntimo de José Antonio Primo de Rivera, vio en él al paladín del nuevo orden, como antes había visto en Benito Mussolini al equivalente de un condotiero del Renacimiento. Dice Cercas en su novela que pocas personas pusieron tanto empeño, inteligencia y talento como Sánchez Mazas para conseguir que en España estallara un conflicto bélico. Su poesía, cargada de soflamas y sed de imperio, llamaba a la guerra. Fue, en conjunto, el más influyente teórico del fascismo español.

Él y otros jóvenes falangistas ilustrados, de sobra conocidos, sintieron que eran los llamados, que eran ese pelotón de Spengler y que tenían el deber de actuar por la salvación de la patria, violentamente si era necesario. Terminada la guerra, Sánchez Mazas sufrió el desencanto: su anhelada España imperial, tras una contienda muy poco poética, al menos por el lado vencedor, se había convertido en realidad en un cuartel cruel dominado por militares rastacueros e incultos. Fue ministro de Franco durante un corto periodo y se retiró después a un esteticista exilio intelectual.

En la novela, el envés de Sánchez Mazas es un viejo rojo, Miralles, un ex soldado que se ha pasado la vida luchando con un fusil en las manos contra el fascismo y que de lo único que se queja, ya muy anciano, es de que nadie le ha dado nunca las gracias por ello.

Miralles lucha por la República, a las órdenes de Líster, en el famoso Quinto Regimiento. En el desastre final, logra pasar a Francia y allí lo meten en el campo de concentración de Argelés, un moridero. Se alista en la Legión Extranjera y lo llevan al Magreb, donde le pilla el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se niega a formar parte de la vergonzante Francia de Vichy y es uno de los pocos locos que se pone a las órdenes del general Leclerc, se patea con él miles de kilómetros de desierto y consiguen unirse al VIII Ejército de Montgomery. Después, también con Leclerc, desembarca el día D en la playa Utah. Su unidad, llena de voluntarios republicanos españoles, es la primera que entra en París para lanzarse casi seguido contra la Línea Sigfrido y llegar hasta Austria. Miralles ha combatido durante ocho años ininterrumpidos.

Y lo que dice Cercas, y no la película, es que el rojo Miralles es uno de esos héroes anónimos que forma parte del auténtico pelotón de Spengler y que salva a la civilización. Él sí, de verdad. Y no los Sánchez Mazas, jamás ellos, cuya responsabilidad histórica y ética es exactamente la contraria.

Creo que es importante aprender cada lección que da la Historia. No olvidar el amargo aprendizaje de que el fascismo de verdad, cuando emerge, cuando reaparece como una hidra que tarde o temprano regenera la cabeza, sólo puede ser detenido a tiros.

Y, en otro orden menos dramático, es importante saber de dónde viene cada personaje histórico, lo que ha sido, en qué circunstancias y en quiénes ha influido. Circula por Internet un chiste en el que Franco resucita en el presente y pregunta quiénes mandan en España. Se queda muy complacido al saber que muchos de los puestos clave los ocupan sobrinos, hijos y nietos de capitostes de su régimen. Cuando se interesa por Galicia y le responden que allí manda Fraga, pregunta que si se trata del nieto y le aclaran que no, que es el mismo, el que fue su ministro.

No es que pretenda que siempre nos estemos remontando hasta las guerras carlistas, pero conviene recordar y relacionar, la memoria de la gente parece cada vez más corta. El plan para intentar estupidizarnos incluye la desmemoria. No es baladí, por ejemplo, saber que buena parte del odio de Sabino Arana hacia España venía de que su familia fue arruinada económicamente por apoyar la causa carlista. Y en un plano mucho más reciente, recordar que los socialistas, para gran decepción de muchos, entre los que me cuento, perdieron el poder por la existencia del GAL y de una corrupción económica desaforada. Y que Aznar apoyó y apoya una sucia guerra colonial de rapiña, en la que han muerto, mueren y morirán muchos inocentes, y que se justificó con coartadas que se ha demostrado que eran todas mentiras. No lo olvidemos; hay que recordar siempre la vileza, sobre todo la de los poderosos.