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España: 11 de febrero de 1873
Francisco Prendes Quirós - 13 de febrero de 2004 - La Nueva España

http://www.rebelion.org/spain/040213fq.htm


Tal día como hoy de 1873 se proclamó la I República española, pacíficamente, sin sangre, dolores, ni lágrimas. El 14 de abril de 1931, la II, en medio del entusiasmo popular. Quizás un 17 de junio ¿por qué no de... 2005? se proclame la III.

La I, en palabras de Pi i Margall, «vino sola, sin que la trajera nadie. La impusieron las circunstancias». El país había repudiado la monarquía absoluta, la constitucional y la democrática, en las personas de Fernando VII, Isabel II y Amadeo de Saboya. No quedaba por probar más que la forma republicana. Y se probó. Hombres hubo que habiéndose levantado aquel 11 consejeros del rey Saboya, se acostaron ministros de la República española.

En la mañana del 14 de abril de 1931, después del resultado de las elecciones locales del domingo 12, don Fernando de los Ríos decía a unos amigos, radiante de satisfacción, «la República va a implantarse en España antes de dos años». A las tres y media de aquella misma tarde en el mástil del palacio de Comunicaciones, de Madrid, se izaba lentamente la bandera republicana. De la perplejidad inicial el pueblo pasó al entusiasmo. Seis de la tarde, plaza del Sol rebosante, Maura, acompañado por Azaña, llama a la puerta del Ministerio de la Gobernación. ¿Quienes son ustedes?, pregunta el oficial de guardia. «Somos el Gobierno de la República», responde impertérrito don Miguel. Forma la guardia, les franquea el paso. La República acaba de instaurarse.

Por querer salir del atolladero dinástico sin recurrir al hijo de la destronada Isabel II, la I; por salvar los destinos de la España lastrada y decaída, y por hacer las reformas perentorias que el pueblo urgía, la agraria, la de la enseñanza, la del Ejército, la II. Guerras, ultramarinas y carlistas, y graves equivocaciones esterilizaron los pocos días de la I; fervor y alegría popular en las primeras horas de la II. Sin embargo, los elementos reaccionarios y clericales, todavía hoy vivos, y una urgencia desmedida, declararon aquel mismo día la guerra por tierra, mar y aire a la recién nacida República. Cinco años después estallaría la guerra de verdad.

La República surgió «como de pronto, impensadamente», en las dos ocasiones históricas. Vuelven a rebrotar, casi tres cuartos de siglo después de la segunda ocasión, las esperanzas republicanas difusas aún, todavía revueltas. Sólo falta que alguien las congregue y ordene, con tan poco se harán fecundas... ¿Cómo, cuándo? En paz ha de ser, como las dos anteriores veces; antes que tarde, un 17 de junio de 2005... u otro día cualquiera, que la restauración actual agoniza, como en su día agonizó y expiró la I, entre voces agrias y gestos fieros de patriotismo bravucón e inútil, impropios de ciudadanos soberanos, cultos, bien alimentados, y responsables.

Después de casi veintinueve años de transición y acomodo democrático, vuelve hacerse imperiosa la necesidad de retomar el ideal de la ética republicana que en el lejano 1903, en incertidumbre pareja a la actual, resumió magistralmente nuestro convecino, don Lucas Merediz. La fuerza y la esperanza republicanas se resumen en tres potencias, dijo en un mitin en los Campos Elíseos, «Moralidad, Legalidad y Formalidad», para evitar que siga prosperando el caciquismo y la arbitrariedad de los gobiernos de la restauración... Caciquismo y arbitrariedad, ayer como hoy... De lo que ya casi nadie duda, y se acepta, es de que por condicionamientos políticos interiores y exteriores, ansia de «Moralidad, Legalidad y Formalidad», y la construcción de la Unión Europea con su presidente, se marcha hacia la III República española.

Dificultan el camino, y no hay que negarlos, sino reconocerlos y superarlos, temores y naturales desconfianzas históricas. Prima en buena parte de la ciudadanía, sobre toda otra consideración, el deseo de seguridad. Seguridad en la inmovilidad, que es la «comodidad» que los pueblos débiles quieren confundir con su libertad, cuando libertad y democracia suponen dificultad, tensión y esfuerzo diario para el ciudadano que quiere ser libre y soberano.

Se repite con frecuencia, para desactivar y enfriar los ardores republicanos, que estamos viviendo un nuevo tiempo político. Un tiempo de mixturas en el que coexisten repúblicas presidencialistas, incluso imperiales, como es el caso de los EE UU del señor Bush, y monarquías republicanas, y señalan, entre varias, nuestro caso. ¿Qué importa la forma de gobierno, nos dicen -recordando la accidentalidad de las formas del segundo Melquíades-, si lo que de verdad importa es que germinen y perduren para siempre en nuestro país libertad y democracia?

En democracia, las formas, con la libertad y la igualdad, la legalidad y la moralidad, tienen importancia esencial. A nuestra siempre «joven democracia» le ha faltado el cultivo, y la educación de las nuevas generaciones en el amor a las formas, en el respeto a la legalidad y en la exigencia de moralidad pública.

Al Gobierno no le han sobrado la tres virtudes. Olvidó el gobernante las formas democráticas, y hasta los respetos debidos a las ideas del otro; despreció el sagrado principio de la legalidad, introduciendo, un día si y otro también, trascendentales modificaciones legislativas por la puerta de servicio del Senado; del déficit de moralidad pública, hablan las crisis políticas, la prensa de toda periodicidad, y hasta libros voluminosos. Mintió el gobernante sin rebozo en lo de la guerra de Irak, y sigue mintiendo, sin pudor ni vergüenza, al pueblo soberano. Manejó informaciones sensibles de Estado, y para su beneficio electoral las ha aprovechado sin reparo.

En la forma monárquica de gobernación del Estado, necesario es reconocerlo, se conculca el principio de la igualdad y no discriminación por razón de nacimiento y sexo. Lo que es lo mismo, no existe la igualdad de todos los ciudadanos que el Art. 1.º de la Constitución señala como uno de los cuatro valores superiores que España, constituida en Estado social y democrático de derecho, declara propugnar.

Se habla con frecuencia en los últimos tiempos, por la proximidad de la boda y las cosas de la sucesión en el trono -que la sucesión por herencia es la esencia del sistema monárquico-, que debe superarse la actual preferencia del varón sobre la mujer, que establece el Art. 57 del texto constitucional. Iguales derechos deben tener, afirman todos, varones y mujeres. Sin embargo, no se dice que si queremos avanzar por el camino de la igualdad completa, debemos abrir de par en par las puertas de la gobernación del Estado al pueblo entero, para que, de una vez por todas, se haga santo y sagrado el principio de elección para todas las magistraturas. Ése sería, en palabras de don Melquíades Álvarez, «El reino de la República».

Hoy no son pocos los españoles que confían su futuro a la monarquía porque se imaginan ver en el actual titular de la corona la prudencia, la templanza, y hasta la sabiduría hechas carne. No se confía en la institución, arcaica y residual, pretérita e imperfecta, sino en la persona que la encarna. No existen apenas monárquicos. Verdad es que todavía somos pocos, aunque cada día más, los que nos declaramos republicanos activos y militantes.

La monarquía se encarna en la persona del rey o de la reina. Los monárquicos gritan ¡Viva el Rey! La República se encarna en la idea, no gritamos ¡Viva el presidente!, sino ¡Viva la República! Ahí está la diferencia. Los republicanos vitoreamos la forma de gobierno que creemos mejor responde al deseo que sentimos de respeto a los principios democráticos, tan marginados; que más firmemente proclama la soberanía civil y laica del Estado, tan postergada por confesiones, doctrinas, enseñanzas y conferencias; que con más vigor mantiene la exigencia de un sentido ético y social en la convivencia, declarados inútiles por el neoliberalismo imperante; que de verdad aspira a imponer limpieza y transparencia en la conducta pública, antigualla que los poderosos desprecian.

Ayer, a los sones de la marsellesa, se gritaba «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Hoy, a los del Himno de Riego, y con don Lucas Merediz, sumamos al grito clásico, «Moralidad, Legalidad, Formalidad». La idea republicana resurge de su marginación, y ya aguarda su momento. Su tercer y definitivo «memento».

Francisco Prendes Quirós es abogado.