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El sueño de una noche de verano
José Mª Pedreño - 1 de agosto de 2003


Aprovecho la noche para trabajar. Cuando estoy escribiendo y necesito meditar, enciendo un cigarrillo (mi subconsciente ha asociado, fatalmente, la facultad de pensar al hábito de fumar) y salgo a la terraza a charlar con la oscuridad - o mejor, a charlar conmigo mismo-.

Quien lea esto pensará: ¿A qué viene esto? ¿Qué nos cuenta este hombre hoy? Pues viene a que, no sé por que, de repente, me apeteció escribir algo distinto, algo sobre mí (me tengo tan olvidado últimamente), sobre lo que hago, sobre mi memoria histórica particular. Porque, de vez en cuando, las personas tenemos que recuperar nuestra propia memoria para saber realmente quienes somos y que hacemos en este mundo. Llevamos una vida tan alienada y tan caótica, nos centramos tanto en lo que tenemos que hacer día a día, disponemos de tan poco tiempo para nosotros... que acabamos olvidando quienes somos en realidad. Eso es lo que me ha pasado esta noche, que de repente me he acordado de quien soy, no de lo que soy, sino de la persona que soy. Al igual que las personas nos olvidamos, en medio de este caos, de quienes somos, a la izquierda le pasa lo mismo. Está tan centrada en su quehacer diario que se olvida de quien es, por eso es tan necesario recuperar su memoria.

Dicen que cuando alguien empieza a rememorar su vida es por que se está haciendo viejo. No creo que sea así. Rememoramos nuestra vida buscando tiempos mejores para intentar reproducirlos o para calibrar nuestros errores y evitarlos en circunstancias parecidas a aquellas en que los tuvimos. Tratamos de comprender el proceso histórico que dio lugar a la situación en que nos encontramos y que conformó nuestro carácter y forma de ser. Hacemos uso del materialismo histórico con nosotros mismos para comprender mejor nuestras acciones y reacciones.

Cuando salgo por las noches a la terraza puedo estructurar ideas, recuperar viejas historias y, sobre todo, soñar despierto. No se puede ser de izquierdas si no se sabe soñar, sino... ¿cómo imaginar la utopía? La noche ha sido mi fiel compañera desde hace mucho tiempo. Soy un gran fabricante de sueños, mi defecto es que intento hacerlos realidad y, claro, casi todos son tan imposibles e inalcanzables que me crean cierta frustración pero, algunas veces, merece la pena perseguir un sueño hasta la extenuación. Probadlo, os garantizo que no tendréis tiempo de aburriros. Puede que sea una locura, pero que aburrida sería la vida si no nos diésemos la oportunidad de cometer pequeñas locuras.

Me voy unos días a mirar el mar por la noche, a oír el murmullo de las olas rompiendo contra la playa, a dejarme llevar por el canto de las sirenas mientras pienso en conquistar mi Troya particular, añorando la vuelta a esa Itaca amada que todos llevamos en el corazón. Puede que una hermosa Calipso me enrede entre sus brazos, velando mi sueño, que una paciente Penélope esté esperándome mientras teje mi sudario o que acabe como un Robinsón Crusoe, solitario en su isla, buscando en la playa esa huella humana que le llene de esperanza. La noche le habla a uno en silencio y el destino -siempre incierto- se construye con los sueños de las noches de verano.

Os cuento esto, porque hoy no se me ocurre otra cosa... o tal vez sí. Tal vez sea porque pienso que el socialismo es el alma de los hombres buenos -sin que lo sepan-, por eso me dejo acompañar por el silencio de la noche, para soñar con ello mientras miro las pocas estrellas que se ven en este contaminado Madrid.

Felices vacaciones a todos

José Mª Pedreño
1 de agosto de 2003