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Campo de concentración de la Jaeña (Una aproximación histórica)
Hace unas fechas visité, junto a otros camaradas y compañeros, una finca que fue en su día campo de concentración de la zona de la Jara. He realizado un breve trabajo como una forma de que se tome en cuenta estos lugares olvidados o desconocidos y que se investigue sobre el asesinato de miles de personas que aún permanecen anónimas en campos y cunetas de nuestra tierra. VER FOTOS >>>
Foro por la Memoria Castilla la Mancha (Emilio Sales)


Entrada a la finca de La Jaeña


Vista general de la finca. A la derecha vemos el edificio que albergaba la bodega


Vista general del interior. El perro nos guía al fondo de la casa. A la izquierda, está la entrada a la vivienda. Al fondo a la derecha está el lugar que albergaba la cocina, algo cambiada según Nicolás.


Camino desde la parte posterior de la finca al barranco, en cuyo fondo fluía un riachuelo que servía de suministro de agua a los moradores


Imagen de la obra derrumbada que servía para subir el agua a la finca.


Mientras Nicolás y Bautista dialogan, me dedico a otear lo que debió ser este lugar en otro tiempo


Bautista indica algún pasaje de sus recorridos por estos parajes


Por allí, parece indicar Nicolás con su bastón


Vista del llano donde se proyectó el campo de aviación. La fotografía está tomada desde la finca de La Jaeña


Vista general de la finca de la Raña de las Micaelas, desde la entrada a esta

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Bautista (izquierda) y Nicolás (derecha) en la entrada de la finca de La Jaeña

Muchas veces he comentado, tanto en público como en privado, la curiosidad que produce cuando muchos de nosotros nos escandalizamos, de manera legítima, ante las imágenes y noticias sobre fosas comunes, campos de concentración y otras barbaries, allende nuestras fronteras. Yugoslavia, Guantánamo, Palestina etc. son claros ejemplos de la sinrazón humana, del fracaso de la humanidad para solventar las discrepancias y conflictos con la “razón” de la fuerza, en suma, de la brutalidad y la degradación de nuestros semejantes. Pero, de repente, algo nos sacude cuando comprobamos que a escasos metros de nuestra vida cotidiana hay cientos de personas que fueron asesinadas y permanecen en fosas, individuales o comunes, en cunetas y campos, sin que sus familias sepan su paradero. O bien que existieron lugares que sirvieron de campos de concentración donde se hacinaban personas de las localidades cercanas para su exterminio o para que fueran reconocidas por otras personas de sus pueblos y posteriormente, en “el mejor de los casos”, fueran juzgadas y encarceladas. Y digo en el mejor de los casos, ya que en una parte importante salieron de esos lugares para ser asesinadas en el camino y pasar a engrosar la larga lista de desaparecidos.

 

Uno de esos lugares casi desconocidos es el campo de concentración de La Jaeña, distante unos 50 kilómetros de Talavera del Tajo (así denominada la ciudad de Talavera de la Reina en unas fechas de la República y que a mi, por razones obvias, me llena más y me deja un homenaje al río/madre que, aunque hoy pasa moribundo, otrora fue fundador y dador de vida a esta localidad) y que pertenece a la localidad jareña de Belvís de la Jara.

 

En ocasiones uno pasa, más o menos a menudo, por sitios a los que no presta casi atención. Así sucede con este lugar. Dejando atrás Belvís en dirección a La Nava de Ricomalillo, a la derecha, encontramos la Raña de la Jaeña. Raña es una definición, empleada generalmente en Extremadura, por la cual se define al monte bajo poblado especialmente de matorral, como jaras, brezos, lentiscos y otros arbustos o matas leñosas.

 

Las primeras noticias de la existencia de esta finca me vinieron por la lectura de un libro (editado por la Diputación Provincial de Toledo y el Ayuntamiento de Aldeanueva de Barbarroya y que escribió José Díaz Pino, titulado “Historia de Aldeanueva de Barbarroya y Corralrubio”). Estas obras que tratan de las localidades de la provincia de Toledo, sin ser textos muy extensos, si que dan algunos datos interesantes y desconocidos sobre estos pueblos y en esta ocasión me aportó el conocimiento de este lugar. El autor define de esta manera el campo de concentración: “Cuando la guerra tocaba a su fin, había establecido un campo de concentración en la finca Jaeña. Estaba estructurado en tres núcleos. Eran estos el caserío de la finca, en donde estaba el mando, las casas de la Higueruela, y un tercer recinto consistente en una casa enjalbegada, fuera ya de la mencionada finca, situada a mano derecha de la carretera que conduce de Belvís (de la Jara) a la Nava (de Ricomalillo).

 

Ejercía el mando de este campo de concentración el comandante de Infantería Carlos Arce Villamide, nacido en Lugo el 30 de septiembre de 1904. Había estado destinado en Plasencia, en el Batallón de Ametralladoras nº 2.

 

Era su segundo de abordo Fulgencio Toldos Moreno, nacido en el Puente del Arzobispo el 16 de enero de 1896. Toldos era teniente y cuando se licenció en el Ejército había alcanzado el empleo de comandante de Infantería. También estuvo destinado en Plasencia, con Arce.

 

Pero don Fulgencio era persona próxima a Aldeanueva por varias razones; había nacido en El Puente, era hermano de D. Nicolás, que ejerció de maestro nacional aquí casi toda su vida, y sus hilos Ana María, Eduardo y Francisco, hacían visitas con cierta frecuencia a casa de sus tíos de Aldeanueva, Estaba casado con doña Emilia Silva.

 

Este campo contó con un prisionero de excepción, se trataba del joven profesor de instituto y belviseño de nacimiento, don Fernando Jiménez de Gregorio, que al terminar la guerra vuelve a su Belvís natal, es denunciado por haber estado en el bando republicano y hecho prisionero en este campo. Son sus reflexiones sobre estos sucesos los que nos ayudan a conocer mejor lo que aquí pasó.

 

Además del puesto de mando, se situaban en las casas de la Higueruela los prisioneros, que dormían en una gran cocina labrancera, en el suelo, arropados con una manta. Eran como unos sesenta y allí estaban prisioneros los belviseños Félix Rodríguez Gregorio, Enrique Pinero García Heras, Mariano Reyes, al que llamaban Piculina, y varios más.

 

Además de belviseños los había de La Nava, Sevilleja, Aldeanueva y algún sitio más.

 

En el tercer núcleo estaban los que tenían delitos de sangre o habían tenido alguna responsabilidad en zona republicana.

 

A finales de abril de 1939 se cerró este campo, permaneciendo abierto este tercer núcleo”.

 

Casualidades, coincidencias o el trabajo que se está realizando, hicieron que se pusiera en contacto un ciudadano de Alcázar de S. Juan, Fran Lorente, que contaba como un tío abuelo suyo, afortunadamente vivo, había estado en ese campo de concentración y que, pasados casi 70 años, no había tenido la posibilidad de regresar a ese lugar y, aunque no podía desplazarse, su sobrino estaba dispuesto a visitar la zona y trasladarle imágenes e historias de un lugar donde pasó aquella tragedia. Su familiar, Antonio Navarro Alcolea, le contó como recordaba esa finca y esperaba contemplar si el paso de tantos años le quedaba en la memoria alguna imagen.

 

Como tenemos la fortuna de que todavía viven algunos compañeros y camaradas nacidos en Belvís y que recuerdan de manera nítida su vida en aquellos años o que estuvieron presos en ese campo de concentración, sólo hubo que ponerse en contacto con ellos y concertar un día para visitar la zona en cuestión. Nicolás Salmerón y Bautista Díaz, belviseños, el primero de 95 años de edad, el segundo de 89, con una vitalidad envidiable y con una memoria aún mejor, se pusieron como tarea recordar aquella época y explicarnos sobre el terreno sus recuerdos.

 

Mañana de invierno, frío y mucho sol, animan el viaje de estos cuatro jinetes de la memoria. Llegados a Belvís, recogemos a Bautista y tomamos carretera hacia La Nava. A los pocos kilómetros, a mano derecha, aparece ante nosotros una finca, allí, en la entrada dos tinajas de vino pintadas de verde nos indican que estamos en la finca La Jaeña. Un breve camino, flanqueado de árboles, lleva a la puerta de la casa, donde un letrero “cuidado, perro muy peligroso”, nos pone en aviso. En efecto unos mastines ladran y asustan al más tranquilo, comentan que muerden con la boca cerrada, pero no hay peligro aparente ya que están detrás de una alta verja. Eso sí, el can que aparece en la puerta es tranquilo y nos sigue con la mirada mientras nos adentramos en un gran patio donde, al fondo a la izquierda, está la puerta de la vivienda. Nicolás, que estuvo dos meses en el lugar, recuerda que esa vivienda era lugar donde estaban los oficiales que él atendía y un poco más a la derecha estaba la cocina de la que era encargado. Llamamos al timbre y una señora nos abre la puerta, le cometamos el motivo de la visita y cómo los dos compañeros de más edad habían estado hace años en el lugar, Nicolás en calidad de preso y Bautista en su juventud trabajando en la zona de enfrente de la finca, también como habían conocido al antiguo dueño que era el abuelo de la señora y actual dueña de la finca. Amablemente nos autoriza a sacar las instantáneas del exterior de la casa que estimemos oportunas y aprovecha para darnos su versión de lo vivido allá por los años 30.

 

Según relata cuando se produjo el levantamiento militar se trasladó Madrid, ya que temían por su integridad, pues su madre era bastante devota de las cuestiones religiosas. Al parecer los milicianos tomaron la finca practicando algunos destrozos del mobiliario que tenía la familia en las estancias. Por aquellas fechas ella tenía unos o­nce años y tiene bastante precisas las imágenes. Los rojos, como ella define a los republicanos, emplearon esas prácticas sin reparar que luego tendrían que reponer mobiliario al utilizar ese edificio como un centro militar. Tampoco parece muy conforme con los que ella denomina nacionales ya que les retuvieron la propiedad por un plazo de dos años y además destrozaron el molino que servía para subir el agua desde el fondo del barranco que hay detrás de la casa.

 

Agradeciéndole la amabilidad que tiene nos disponemos a ver lo que la gran explanada de la finca nos depara. Como se ha indicado, a la derecha estaba la cocina que bien recuerda Nicolás. El edificio que hemos dejado a la derecha de la entrada, una nave que conserva como todo el conjunto la practica totalidad de su pasado, eran las bodegas, allí cuenta Nicolás que se amontonaba a los presos y las tinajas servían como cobijo e estos. La cifra de cautivos que pasaron por las diferentes estancias de la que se componía el campo está por determinar o puede que jamás se sepa. Además de esta hacienda se habilitaron otras en las cercanías, como contaba en el libro anteriormente citado, caso de la Higueruela y también la casa de la Raña de las Micaelas. Esta se encuentra antes de llegar a la Jaeña, pero en la parte izquierda de la carretera. Hoy esta casa parece deshabitada, aunque una cadena y posteriormente una puerta, ambas con sendos candados, impiden acercarse, así como la llegada de un presunto propietario que, con mirada aviesa, nos hace iniciar el repliegue. Nicolás recorría estas estancias por su “trabajo” en la cocina y aprovechaba para cazar algún conejo o liebre que se le ponían a tiro de lazo.

 

Allí pudo contemplar como llegaban algunos prisioneros después de haber pasado por las manos de los falangistas de los pueblos, torturados, con evidentes signos de palizas, quemaduras de cigarros o heridos por la saña de los subversivos. Estos eran identificados por las gentes de bien de cada pueblo, en ocasiones eran conducidos camino de Talavera, y en casos no llegaban al destino siendo asesinados en el camino. Nicolás recuerda con especial atención a algunos llegados desde Sevilleja de la Jara. Él, después de su estancia en el campo, fue trasladado a Madrid, en el Instituto Miguel de Unamuno se concentró con otros muchos que esperaban su destino carcelario, en su caso a Ocaña, pero esta historia es otra historia.

 

Uno de los trabajos que realizaba Nicolás con otros presos era acarrear el agua desde el fondo de la hondonada hasta la finca, subiendo un camino empinado llegaban a su destino con bidones a cuestas en la espalda. La imagen de esta penosa subida da muestra clara de cómo se esclavizaba a estos prisioneros. Quizás, y para el que lo pudo contar, era el aperitivo de lo que les esperaba en otros campos de trabajo esclavo en los Batallones Disciplinarios, alguno de los cuales existieron posteriormente en Talavera para la construcción del canal de Alberche.

 

Como curiosidad está el comentario que nos hace Nicolás del progreso sufrido por nuestra sociedad en el sentido de que en sus años jóvenes todos estos campos estaban más nutridos de árboles y que las fincas no tenían esas alambradas que el tiempo ha hecho realidad aquello de “poner puertas al campo”.

 

Bautista, más joven que Nicolás como ya hemos relatado, también sufrió las consecuencias de aquella guerra y su posicionamiento de izquierdas y a favor de lalegalidad republicana. Nos cuenta que estuvo trabajando en la construcción de un campo de aviación que se había proyectado en frente de la finca de la Jaeña, al otro lado de la carretera, era un proyecto del gobierno republicano. Allí en esa planicie se estuvo desbrozando y sacando las piedras para la posterior construcción de la pista del aeródromo. Como curiosidad cuenta Bautista que cobraba 12,50 pesetas por cada día de trabajo de las mulas, teniendo en cuenta que por una peseta se podía comprar tres panes de kilo, el salario era bastante importante.

 

También Bautista estuvo preso en cárceles y en batallones de trabajo forzado allá por Asturias. Los caminos, riscos y campos de la zona no tienen secretos para él y sigue con ojos vivaces contemplando el paisaje de su tierra jareña.

 

Salimos de Belvís, dejamos a Bautista en su enramá donde cuida de alguna gallina, siembra su tiempo y cultiva la memoria en un pequeño huerto, hace poco se quedó sin su compañera de tantos años de fatigas y lucha, hecha mucho de menos su compañía. Nicolás, al salir a la carretera nos señala el cementerio y dice que se inauguró en 1918 y los primeros moradores fueron dos jóvenes novios que murieron de gripe, la nefasta gripe española de principios del siglo XX. Poco después hubo otra epidemia de la que tampoco nos salvamos, el fascismo.

Talavera, enero de 2007 

Emilio Sales Almazán

El reportaje fotográfico lo realizó Fran Lorente, sobrino-nieto de uno de los cientos que pasaron por ese campo de concentración.